En base a notas tomadas de exposiciones verbales de
PLINIO CORRÊA de OLIVEIRA
Carlomagno, por Durero, con las insignias imperiales, el águila de Alemania y la flor de lis de Francia
El conceptuado historiador Juan B. Weiss, en su “Historia Universal”, brinda los siguientes datos biográficos:
En
772, a los 30 años, Carlos asumió el gobierno del reino de los francos.
Con toda razón fue llamado “magno”, mereciendo ese apelativo como
general y conquistador, ordenador y legislador de su inmenso imperio, y
como promotor de toda la vida espiritual de Occidente.
Con su gobierno, las ideas cristianas lograron victorias sobre los bárbaros. Su vida fue una constante lucha contra la grosería y la barbarie que amenazaban la Religión Católica y la naciente cultura.
Emprendió nada menos que 53 expediciones militares, contra los sajones, los aquitanos, los
lombardos, los árabes de España, los turingios, los avaros, los
bretones, los bávaros, los eslavos, los sarracenos de Italia, los
dinamarqueses y los griegos.
En la Navidad de 800, el Papa San León III lo elevó a la dignidad de Emperador, fundando así la más noble institución temporal de la Cristiandad, el Sacro Imperio Romano-Germánico.
El
28 de enero de 814 murió Carlos, después de recibir la Sagrada
Comunión. Fue enterrado, de acuerdo a la leyenda, en un nicho de la
Catedral de Aachen (Aquisgrán), en posición erecta, sentado en un trono,
empuñando la espada y teniendo el libro de los Santos Evangelios.
Es
el modelo de los emperadores católicos, el prototipo del caballero y la
figura central de la gran mayoría de canciones de gesta medievales.
* * *
Carlomagno,
con sus hazañas y su grandeza, evoca la figura extraordinaria de
Moisés. Este fundó el orden del pueblo elegido, prefigura de la
Cristiandad. Fue quien recibió la revelación de los Diez Mandamientos y
condujo al pueblo elegido hasta las puertas de la Tierra Prometida,
sacándolo del cautiverio y constituyendo los elementos fundamentales
para consolidarse y preparar las condiciones para que de él naciera el
Salvador.
Carlomagno
tuvo una tarea análoga. Cuando el pueblo católico corría peligro de
hundirse en una servidumbre inminente a manos de los peores adversarios,
por una lucha tremenda los venció a todos estableciendo los fundamentos de la Civilización Cristiana.
Cuando
los bárbaros comenzaron a instalarse en suelo europeo e imponer su
tiranía, se vio que, en el Imperio devastado, había quedado en pie la
Iglesia. Había un punto de salvación para intentar salir del abismo: fortalecer la influencia de la Iglesia y así volver a levantarse de la situación miserable en que Europa había caído.
Una
nueva catástrofe se produce en la Península Ibérica, que es invadida
por mahometanos a causa de la flojera y quinta-columnismo de los
visigodos que habitaban España. Ella fue tomada en su mayor parte y la
oleada árabe comenzó a invadir la Europa semi-romana y semi-bárbara a
partir de los Pirineos.
Los
mahometanos desembarcaban en Italia, en el sur de Francia, y comenzaban
sus invasiones. Esa llaga viva que era la Europa de aquel tiempo empezó
a sufrir también el castigo de los musulmanes.
Fue en ese momento, en que todo parecía perdido, que Dios suscitó ese hombre extraordinario
que fue Carlomagno. Un hombre que –a nuestro entender- fue un profeta;
un hombre que realizó el reino de Dios porque tenía el don de comprender
en qué consistía, y de conducir a otros a unir sus voluntades para esa
realización. Tenía –por sobre todo- el don de vencer, de derrumbar los obstáculos que se opusieran a alcanzar ese fin.
Como
vimos, al frente de los francos, hizo más de cincuenta expediciones
militares en las que descalabró completamente a los bárbaros. Luego
contuvo, también, el poderío mahometano. Y así hizo volver atrás las
puertas de la Historia. Esta parecía condenar irremisiblemente al pueblo
latino a la desaparición bajo la presión germánica y la mahometana.
Carlomagno salvó la latinidad; y, salvándola, salvó la Cristiandad.
El
hombre que realizó tan extraordinarias hazañas era hercúleo. De elevada
estatura, trazos regulares y bien formados, conservando algo de juvenil
aún en la ancianidad, y, en su mocedad, algo de la madurez de la
ancianidad. De joven infundía respeto como si fuera mayor, y, en su
vejez, sabía infundir entusiasmo como si fuese joven.
Al mismo tiempo era amable al punto de que la leyenda popular lo llamaba “el rey de la barba florida”,
de quien, al sonreír, nacían flores. Podemos medir la riqueza de su
personalidad: terrible en el combate –al enterarse de que estaba
presente en un frente de combate, sus adversarios sabían que media
batalla estaba perdida; y asimismo tan gentil, que parecía que de su
barba nacían flores.
A
la par de gran guerrero fue gran formador de hombres. Constituyó un
conjunto de varones que pasó a la Historia: los Doce Pares de
Carlomagno. Cada uno de ellos era como un hijo y embajador de él, dotado
de su “carlomagnicidad” y participando de su majestad, fuerza y
grandeza.
En
esa relación se destaca el valor del nexo que los unía. Solidaridad sin
orgullo ni envidia, que buscaba el servicio del Emperador y así servir
la causa de la Civilización Cristiana, y análogamente servir a la
Iglesia Católica, a la Ssma. Virgen y a Nuestro Señor Jesucristo en lo
más alto de los Cielos. Por eso eran tan unidos, realizando el ideal de
la amistad noble, fuerte, varonil, sin pretensiones y leal, que
caracterizó a los Pares de Carlomagno.
Siguiendo una tradición cristiana, en varios países de Europa la alta Nobleza trató de asumir el título de Par. Ejemplo de ello son los Pares del Reino, en Francia y en el Reino Unido(**) –[(**)nota: también lo hicieron los conquistadores en Hispanoamérica, como veremos más adelante en Revolución y Contra-Revolución en las tres Américas, tema que venimos desarrollando en este sitio].* * *
Carlomagno
no sabía leer ni escribir. Al contrario, sin embargo, de los que creen
que el pensamiento comienza en un libro, y que antes de pensar en un
asunto comienzan por comprarlo, sabía ver la realidad de muy diferente
modo. Tenía una tal noción de las cosas, una tal inteligencia, que organizó la instrucción en todo su Imperio convocando a hombres como Alcuino, capaces de desempeñarse como una especie de Ministros de Cultura y Educación.
No
sólo eso. Había Concilios de Obispos, en los que participaba. Viendo a
los Obispos tomar decisiones –pues a ellos les cabe decidir en asuntos
eclesiásticos- hacía uso de la palabra y entraba en los debates
teológicos, generalmente con éxito. Era en esos casos quien tenía la fórmula teológica correcta, pese a no haber estudiado en los Seminarios. Se comprende, así, lo que era este varón…
Fue
el muro de defensa de la Iglesia, el sostén de la Iglesia, el hijo de
la Iglesia. No invadió sus derechos, respetó su soberanía, le reconoció
todo su poder.
¿Cuál fue la actitud de la Iglesia hacia él? Lo veremos en la restante nota.
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