Un pueblo que se enorgullece de sus raíces no puede aceptar que se desnaturalicen las bases de la sociedad, como son el matrimonio, la familia y la paternidad como siempre las hemos entendido.
¿Acaso no cuentan para nuestros legisladores y gobernantes las creencias y valores de las multitudes que espontáneamente se congregan para expresar su adhesión a las seculares tradiciones y devociones en honor de la Virgen de Luján, en las festividades de N.S. del Valle de Catamarca, en el Tinkunaco riojano, en la renovación del pacto de fidelidad al Señor del Milagro? Cuando el pueblo tenga en claro que un sector de quienes dirigen el país lo quiere llevar a romper el pacto de fidelidad admitiendo la destrucción de la paternidad y la familia, ¿lo aceptará?
Hay en el Noroeste grupos de promesantes que caminan cientos de kilómetros para expresar una Fe que se transmite de generación en generación, (cf. Agustín Usandivaras, Director de Pro Cultura, “La Fe baja de las montañas”, 11 de septiembre de 2012, versión online).
¿Hay algún fenómeno social, político o aún deportivo o artístico que congregue 800.000 o más personas y que lleve a ese grado de dedicación? ¿Es lógico ignorar a estos cientos de miles, o millones de argentinos que se congregan para expresar su “pacto de fidelidad” conforme sus ideas y creencias católicas? ¿O es que sólo cuentan a la hora de legislar las ruidosas minorías refractarias a la identidad cristiana, que quieren abolir el matrimonio y la familia para dar rienda suelta a sus caprichos, desvaríos y desenfrenos, aunque desgarren al País?(continúa próximamente)
lunes, 28 de enero de 2013
lunes, 14 de enero de 2013
"Por esta ley queremos ser gobernados" (III) - El poder político, conforme la doctrina pontificia, no es nunca absoluto
De la nota anterior, del 14 de diciembre pasado: "...Es importante tener presente ese fondo de
cuadro hoy en día en que los argentinos asistimos
desconcertados a una serie de reformas e intentos de reformas, como la que
nos ocupa, no deseadas por la mayoría, porque atentan gravemente contra esas
esencias tradicionales, que nuestros
mandatarios, excediendo el límite de sus mandatos, se proponen imponer."
El ambiente de un país donde existe un verdadero pueblo es característico: florecen las tradiciones y se respira el orden y las libertades legítimas. Ese ambiente irrita a los partidarios del totalitarismo de Estado, como el tristemente famoso Danton, que llevó a miles a la guillotina hasta caer él mismo bajo su filo. Los Papas advierten sobre los peligros de nuevas formas de totalitarismo de Estado, que quieren pasar por democráticas. También Danton y sus congéneres actuaban en nombre del pueblo...
Pues, enseña la doctrina pontificia, de
tanta repercusión en la Argentina, que el
poder político no es nunca absoluto, tiene limitaciones, derivadas de su
fidelidad a la finalidad, razón de ser y misión del poder, que es el bien común
(cf. “Doctrina Pontificia”, II, Documentos políticos, ed. B.A.C. Sumario
Sistemático de las tesis que se contienen en los documentos pontificios acerca
de la constitución cristiana de la
Sociedad y del Estado, pp. 11-87).
Eso no
debería suceder en un régimen que se proclama democrático y que, en coherencia con ese sistema, debe
respetar las convicciones y deseos de los argentinos.
El fenómeno nos recuerda voces de alarma
contemporáneas, dignas de ser escuchadas que, como la de los Papas del siglo XX
y del presente, han alertado contra el
totalitarismo de Estado, tanto de corte nacional-socialista, como burgués
-más disimulado pero también autoritario. Heredero de aquel superado
absolutismo del período iluminista, que en Salta encontró su más vigorosa y
resistente valla, que proclamaba la omnipotencia del Estado ante las
tradiciones jurídicas consagradas y la ley de Dios, que alcanzó su auge en la Revolución Francesa. Revolución que se
evocó expresamente en el ámbito legislativo para la implantación del mal
llamado “matrimonio igualitario”, en cuyo espíritu se basan no pocas
figuras políticas actuales afines a esta reforma, a pesar de que –al decir del
Papa Paulo VI- “se apropió de conceptos cristianos como fraternidad, libertad,
igualdad… pero que asumieron las
características de una lucha anticristiana, laica, irreligiosa” (cf.
Insegnamenti…, vol. I, p. 569).
En este acto nuestros representantes nos
están escuchando pero, ante hechos
concretos posteriores que se dieron en situaciones análogas, surge la pregunta:
¿se tendrá en cuenta la opinión de la Argentina profunda?
Se dio, por ejemplo, aquí en Salta, cuando
se realizaron audiencias como ésta para evaluar el proyecto del mal llamado
“matrimonio igualitario”. Fue tan contundente el rechazo a la impopular ley,
que los titulares de los diarios anunciaron: “Rechazo mayoritario al proyecto
de matrimonio entre homosexuales” (cf. El Tribuno, 15 de junio de 2010
“En la audiencia pública realizada en la Legislatura de Salta…”).
Pero al llegar el momento de votar, las
publicitadas audiencias, con su efecto tranquilizador y aires democráticos,
quedaron en el recuerdo, y el resultado
fue el contrario de lo que esperaba la mayoría. Esperamos que esto no suceda
nuevamente con la cuestionada reforma del Código Civil.
(continúa en la próxima nota)
(continúa en la próxima nota)
jueves, 3 de enero de 2013
La matanza de niños de edad escolar en EE.UU:: ¿generando monstruos?
¿Generando monstruos?
En su artículo “A
Generation of Monsters”, el escritor John Horvath II plantea interrogantes de
fondo ante las matanzas que sacudieron al público estadounidense. Presentamos
una versión en castellano del esclarecedor artículo preparada por nuestra Redacción..
Todos
estamos de acuerdo en que la horrible masacre de inocentes niños de colegio
primario en Newtown, Connecticut (EE.UU.), fue realmente monstruosa. Tratar de
entender cómo alguien pudo cometer un hecho tan cruel e inhumano es un desafío a
la imaginación. Máxime cuando no se
trata de un incidente aislado. Casos similares están pasando con frecuencia cada vez mayor, lo que
lleva a numerosas personas a preguntarse qué debemos hacer.
Si
bien se admite que todas estas matanzas son monstruosas, pocos llaman a estos “gunmen”
como lo que son: monstruos. Los medios los presentan como solitarios introvertidos,
estudiantes incomprendidos o fuera de lo común, individuos perturbados mentalmente,
etc. dejando entrever que hay un misterio en sus almas que somos incapaces de
entender.
La
verdad es que no hay ningún misterio. ¿Por qué no llamarle “pala” a una pala?
El diccionario define como monstruo a “alguien que se desvía de un
comportamiento o carácter normal o aceptable; persona de maldad o crueldad
antinatural o extrema”. Aquí se trata de individuos que dejaron de sentirse obligados
a comportarse normalmente.
Tal
vez la verdadera dificultad en decirle “monstruos” a estos asesinos resida en que
esto de algún modo cuestiona el rumbo de pesadilla que ha tomado nuestro estilo
de vida norteamericano. Cuando la
búsqueda de felicidad se basa en la falsa premisa de una completa libertad de
hacer lo que a uno se le antoja, no hay límites que valgan a las fantasías.
No hay normas sociales a ser respetadas. El orden moral se
ha quebrado. La razón por la que estos individuos actuaron de ese modo es
porque simplemente no aceptaron restricciones y llevaron esa falsa premisa
hasta las últimas consecuencias de lo monstruoso, anormal y desvariado.
Más
aún, fueron criados de ese modo. No se trata de individuos que viven en situación
de extrema pobreza. De hecho, los colmaron de todo lo que desearon. Son los
chicos echados a perder de una frenética sociedad sin restricciones. Los
libraron de todo esfuerzo o sufrimiento. No les enseñaron orden,
responsabilidad y sentido del deber. No les dijeron que “no” cuando había que
hacerlo.
En
su vida, todo lo que contribuye a la estabilidad mental juvenil brilla por su
ausencia. Casi todos son resultado de familias deshechas, divorcio y vidas
alteradas que contribuyeron a su inestabilidad mental. Les faltó el calor y la
seguridad de una familia sana que los sostuviera y ayudara en el trayecto de la
vida. No quisieron que el norte moral de la religión los guiara en su existencia
carente de objetivos.
Lo
peor de todo esto es que viven sumergidos en nuestra cultura que glorifica la
violencia, sexualiza todo y relativiza el sentido del bien y el mal. Se
rodearon de películas, video-juegos y entretenimientos llenos de brutalidad,
vulgaridad y sensualidad. Creen que la finalidad de la vida es la satisfacción
inmediata de sus deseos. Vivieron en las sombras de desvariadas sub-culturas.
¿Y
aún nos preguntamos por qué tenemos estos “gunmen”? Sería más bien el caso de plantearse
por qué hay tan pocos. En medio de la juventud actual, hay un volátil
sub-conjunto de individuos que hemos criado como monstruos. Viven entre
nosotros desafiando toda posibilidad de detección. Son bombas de tiempo listas
para detonar con extraordinaria crueldad cuando sus vidas se quiebran. Se oyen clamores por una mayor seguridad, más
control de armas de fuego y más fondos federales para programas sociales. Pero
ninguna de estas “soluciones” apunta a la cuestión de cómo dejar de formar
monstruos.
¿Dónde
se encuentran los llamados a fortalecer las familias? Estos jóvenes necesitaban
figuras paternas fuertes y madres compasivas y de principios. ¿Acaso nadie
condenará nuestra cultura de violencia, sexo y muerte? ¿Nadie se atreverá a
enseñar el deber, el freno y la disciplina que los chicos ansían recibir y
necesitan para su formación? ¿Cuándo veremos a sus ‘modelos’ inspirarles una conducta
moral o heroísmo? ¿No le debemos enseñar a nuestra juventud religión, moral y ley
de Dios, en lugar de relativismo moral? Seguramente estos clamores reformadores
‘políticamente incorrectos’ no se tendrán en cuenta y, sin embargo, son de
urgente necesidad.
Entre
tanto, el público está amenazado por esta generación de pobres monstruos que
hemos criado y que viven ocultos entre nosotros. A nadie le sorprenderá que los ciudadanos respetuosos
de la ley traten de armarse para protegerse de esta amenaza, que va
convirtiendo hasta una simple ida al supermercado en peligrosa aventura.
Necesitamos
encarar las verdaderas cuestiones. Necesitamos volver a un orden moral. De lo
contrario, nada se resolverá y estaremos condenados a ver repetirse la
tragedia. El dolor de esta última se irá desvaneciendo poco a poco. Y seguiremos
escuchando pedidos de más controles de armas hasta que aparezca el próximo
monstruo.
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