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En lugar de destaque, debajo de Robespierre, vemos a Adam Weishaupt, "Espartaco", alma de los Iluministas de Baviera, que se hicieron fuertes en una universidad católica, constante histórica que recuerda a tantas instituciones infiltradas por la Revolución anticristiana, actualmente por la Teología de la "Liberación" y otras vertientes.
El fin principal de las sectas masónicas no es el dominio del mundo para adueñarse del oro y el poder; éstos son medios (imprescindibles, pero medios al fin) para fortalecer el poder revolucionario y atraer colaboradores para su verdadera finalidad, que es destruir el orden creado por Dios, vigente en una civilización cristiana.
Es fácil entender el odio de la Revolución a la Religión y la Familia, pero a muchos confunde el odio a la Propiedad. En este texto queda claro que la Propiedad es odiada principalmente en cuanto fuente de desigualdad, ya que el igualitarismo es la esencia de la Revolución "gnóstica e igualitaria" (cf. "Revolución y Contra-Revolución", de Plinio Corrêa de Oliveira - Texto completo disponible en internet)
Precursores del comunismoEntre estos jacobinos se encontraban los Iluministas de Baviera, que se hicieron fuertes en la universidad benedictina de Ingolstadt, baluarte de la secta.
“Espartaco” Weishaupt, su jefe, pensaba del mismo modo que lo harían Proudhon y Marx; consideraba al primer hombre que había dicho “esto es mío”, un criminal, pues la posesión de bienes, sea una tapera o un palacio, es para él la fuente de la desigualdad. Enemigo radical de la propiedad, lo era también de la familia, promoviendo la abolición de la religión, la familia y la propiedad (cf. L. Blanc, Histoire de la Révolution; ap. Abbé Barruel, “Mémoires...”, t. II).
La importancia de conocer estos antecedentes radica en que, como afirma un autor nada sospechoso de tradicionalismo, José Luis Romero, en su Historia de las Ideas Políticas en Argentina, había aquí jacobinos e iluministas audaces y activos. Ellos son presentados como grandes hombres por la tendenciosa historia oficial.
“Espartaco” Weishaupt, su jefe, pensaba del mismo modo que lo harían Proudhon y Marx; consideraba al primer hombre que había dicho “esto es mío”, un criminal, pues la posesión de bienes, sea una tapera o un palacio, es para él la fuente de la desigualdad. Enemigo radical de la propiedad, lo era también de la familia, promoviendo la abolición de la religión, la familia y la propiedad (cf. L. Blanc, Histoire de la Révolution; ap. Abbé Barruel, “Mémoires...”, t. II).
La importancia de conocer estos antecedentes radica en que, como afirma un autor nada sospechoso de tradicionalismo, José Luis Romero, en su Historia de las Ideas Políticas en Argentina, había aquí jacobinos e iluministas audaces y activos. Ellos son presentados como grandes hombres por la tendenciosa historia oficial.