El legendario fundador de la Reconquista española, Don Pelayo, fue el primer
monarca español y no meramente visigótico.
En 711, los árabes mahometanos cruzaron el estrecho que lleva el
nombre del invasor Djebel-al-Tarik, Gibraltar, lanzados a la conquista de España. La tierra del Apóstol Santiago vivió
la invasión como un anticipo del fin del mundo.
La tristemente célebre batalla de Guadalete y la derrota del
decadente rey Rodrigo inauguran 800 años de invasión musulmana a la península
ibérica.
Traerán muchas maravillas; su sangre se mezclará con la de íberos y
godos, dando un tipo peculiar, con algo de teólogo e inquisidor, de guerrero y
conquistador, de requeté y de torero: el español.
Pero también traen una religión que impregna su cultura, opuesta de
raíz a la cristiana. Podemos imaginar el aprieto en que se encontraban Don
Pelayo y sus guerreros.
Se trataba de una creencia marcada por el fatalismo, la ley del
talión, la poligamia, el despotismo y el afán de dominio, que el historiador
católico Hergenröther considera una
versión tosca del judaísmo[1].
Mahoma tenía una personalidad compleja, proclive a devaneos acentuados por sus ataques de epilepsia. Quita a
los árabes sus ídolos de piedra pero les deja el más grande: el misterioso
aerolito de la Kaaba. Les
impone su ley y les ofrece su paraíso lleno de goces de los sentidos. Los
guerreros se lanzan a la muerte al grito de “Allah-u-Akbar!” en una sostenida guerra
que califican de “santa”.
Centurias después, el eco de aquellas enseñanzas no se apaga. El
discurso de un gobernante egipcio del siglo XX afirma que no descansarán hasta
que sus caballos puedan hollar el suelo de San Pedro de Roma y de Notre Dame de
Paris[2].
Esto ayuda a entender la gravedad del cuadro que se presentaba ante
Pelayo. Las huestes moras habían pronunciado en árabe su “veni, vidi, vinci”.
Venían para someter, expulsar o eliminar a quien no
doblara la cerviz.
Puñados de guerreros y restos de poblaciones cristianas se habían
ido replegando en dirección al Cantábrico, guareciéndose en las asperezas del
Monte Auseva, en el corazón de Asturias. Constituían el foco único de
resistencia.
Los musulmanes avanzaban, dispuestos a arrollarlos y continuar su
cabalgata triunfal hasta el sometimiento total de la tierra invadida. Los
acompañaba Don Opas, Obispo de triste
memoria, maestro en el arte que los franceses describen como “la mano que
aprieta y la voz que extingue”.
¿Y quién era Pelayo? Un
príncipe de sangre real, hijo de Favila, Duque de Cantabria, de la Casa real de Chindasvinto[3].
Alzado en su escudo por brazos viriles había sido proclamado rey por los
guerreros. Don Opas venía a convencerlo de la inutilidad de resistir,
pintándole las ventajas de la inmediata sumisión.
Se le atribuyen al rey palabras inspiradas, propias de otras
épocas.
-Don Opas, le dice, ha de saber Vd. que la Iglesia es como la luna.
Ya la vemos empequeñecida como el menguante,
y aun eclipsada, como la luna nueva. Pero pronto la veremos refulgir
otra vez en todo su esplendor. Retírese, Don Opas, que si no fuese Vd. un
Sucesor –indigno- de los Santos Apóstoles, ya mismo le aplicaría la justicia que
corresponde a los renegados.
Desde la gruta de Covadonga se veía el colorido ejército musulmán,
con su quinta columna de cristianos, en el intento de aplastar al núcleo de
Pelayo, que podía llegar a ser el bíblico “resto que volverá” o desaparecer.
Cerros y valles estaban erizados de guerreros. Alegres por el saqueo que se
acercaba y ufanos de implantar la media luna donde imperaba la cruz.
Intentan ablandar a los cristianos con gran flechería. Pero las
flechas y piedras rebotan y se vuelven sobre los mismos que las tiran. Los
moros empiezan a caer con el brazo atravesado,
flechazos en el rostro o el pecho, que no saben de dónde vienen.
El miedo empieza a correr como un fluido electrizante. Había
comenzado el retroceso del Islam en la histórica jornada de Covadonga, por la
resistencia de Pelayo.
La gruta donde se refugió con los suyos no había sido elegida al acaso.
En esa “Cueva de Santa María” se veneraba a la Virgen , “bella como la luna, elevada como el sol,
terrible como un ejército puesto en orden de batalla”.
Las flechas salen de la
Cueva de Onga y los
aludes que provocan los cristianos causan confusión y gritería en la morisma. Se
desata una tormenta que corre por las laderas inundando las sendas.
Los cristianos salen de la cueva de Onga y los persiguen con furor.
Los precipicios se cubren con los restos de los caídos en combate. El orgulloso
ejército mahometano está descalabrado y en franca retirada. Como final, el
torrente baja furioso por las hondonadas, cuesta abajo... Cae sobre los
musulmanes y sus aliados. El desastre es completo:
“...el ejército moro fue totalmente deshecho, retirándose en
desorden los pocos que quedaron vivos” [4].
Había muerto la
España visigoda. Había nacido la de la Reconquista. Don
Pelayo acababa de fundar la monarquía hispana [5]!
Siete años después de Guadalete, se había iniciado en Covadonga la
mayor resistencia de la historia. El alma de todo esto era Pelayo rey, con su
cruz victoriosa y la Virgen
de Covadonga.
Don Pelayo quedó como emblema de la
propia nación española renacida en Covadonga.
Aun en tiempos de la emancipación,
nuestros prohombres americanos, en lucha con el centralismo borbónico, se
valdrán de su figura:
“Tan españoles somos como Don Pelayo y tan
acreedores por esta razón a las distinciones, privilegios y prerrogativas del
resto de la nación –dirán. Con esta diferencia, si hay alguna: que nuestros padres,...
por medio de indecibles trabajos y fatigas descubrieron, conquistaron y
poblaron para España este Nuevo Mundo” [6].
Luis Ma. Mesquita Errea
nota: se conmemora esta batalla que inicia la gloriosa Reconquista el 28 de mayo
Luis Ma. Mesquita Errea
nota: se conmemora esta batalla que inicia la gloriosa Reconquista el 28 de mayo
[1] “Handbuch der allgemeinen
Kirchengeschichte”, „von Joseph, Cardinal Hergenröther“, 3a edición, Freiburg
in Bresgau, Herder, t. II.
[2] Discurso del Cnl. Nasser
reproducido en “Verdades Olvidadas”, separata de la revista
“Catolicismo”, San Pablo, Brasil, 1992.
[3] Sebastián de Salamanca, Chronicon, ap.
“The History of Spain”, “The Historians’ History of the World”, Ed. The Times, London, 1908, t. X, p. 38. Para el monje de Albelda, Pelayo es hijo de Bermudo y sobrino del rey
Rodrigo: “su origen está envuelto en mucha obscuridad”, ibid. , nota 3.
[4] José M. Pemán, de la Real Academia
Española, “La Historia
de España contada con sencillez”, Escelicer S.A., Cádiz, ed. 1965.
[5] “The History of Spain ”, cit. p. 38.
[6] Eduardo Martiré, “La Crisis de la Monarquía española y su
marco internacional”, en Nueva Historia de la Nación Argentina ,
Academia Nacional de la
Historia , Ed. Planeta, © 2000, t. IV, pp. 221 y ss.., citado
en mi trabajo de seminario de la
Carrera de Historia “Pedro Nicolás de Brizuela -.
Conquistador, encomendero y fundador – Protector del Indio y gobernante” ,
Sañogasta – Chilecito, junio de 2004, p. 98.
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