lunes, 17 de junio de 2019

Escenas salteñas de hidalguía y heroismo - Salta, 17 de junio







ESCENAS SALTEÑAS DE HIDALGUIA Y HEROISMO
Luis María Mesquita Errea
Conferencia en acto del Instituto Güemesiano de Salta el 17 de junio de 2013
(Publicada en el Boletín del Instituto Güemesiano de Salta – ed. 2014)

Evocaremos en estas notas escenas y aspectos coloridos de aquella Salta que fue baluarte de resistencia, finalmente victorioso, a las tentativas invasoras del absolutismo. Que fue exponente de un estilo de vida muy argentino y norteño, gestado en más de dos siglos y medio a partir del nacimiento de la Argentina fundacional. 
Estilo de vida marcado a fondo por valores como hidalguía, hospitalidad, cortesía y heroísmo, que daban un sabor particular a la existencia y eran el molde que explica este florecimiento de  héroes que tuvo su máximo exponente en don Martín Miguel de Güemes. Valores que impregnaban el ambiente social y que quedaron plasmados en mil episodios, de la vida cotidiana o de grandes lances, como los que veremos a continuación.

I. ESTOCADA SALTEÑA A PREPOTENCIA NAPOLEONICA

Sobre el origen de los Moldes dice Bernardo Frías, a quien seguiremos en este primer episodio, que descienden del hidalgo gallego don Juan Antonio Moldes, quien llegó a Salta en el crepúsculo del tiempo virreinal con proyectos de establecerse como comerciante pujante y de largas miras. 
Fundó aquí la rama americana de esta vieja familia casando con María Antonia Fernández, Sánchez de Loria del lado materno, “de singular belleza”, descendiente de primeros pobladores del Noroeste.
Con la de Gurruchaga, fueron las casas comerciales más poderosas de la región, que proveyéndose en principio directamente en Cádiz, surtían de mercaderías ultramarinas a una vasta red comercial al sur y al norte del subcontinente.
Afirma Frías que los empleos lucrativos americanos ofrecían oportunidades a la juventud distinguida de España –en aquellos tiempos de centralismo mercantilista – pero a su vez “los empleos públicos del gobierno del Rey en la Península, eran con facilidad ocupados por los jóvenes nobles y ricos de América”. Pues si daban prestigio “por estar al lado del Rey”, no daban fortuna, y para obtenerlos “era menester gastar mucho y mucho dinero” (“Tradiciones Históricas”, 6ta., p. 169).  
Así, los hijos del matrimonio Moldes-Fernández Sánchez de Loria estudiaron en el Monserrat, en Córdoba, doctorándose uno de ellos en Chuquisaca  y, por influencia paterna, fueron a proseguir su formación en la Metrópoli. 
El más gallardo, José, el futuro Coronel Moldes, poseía las características de la Nobleza antigua, apreciando su honor más que la vida. Era arrogante y arrebatado, íntegro y austero, lujoso en su traje, valeroso y heroico. Obtuvo una plaza en la Guardia de Corps Americana, a la que sólo accedían miembros de familias principales, “puesto de rango  y de alta distinción”, con el grado de Alférez. Formado en el Colegio de Nobles de Madrid, resultó un eximio maestro en el manejo del sable.  Vivía en palacio y formaba parte de la guardia real. En ese escenario lo sorprendieron los acontecimientos dirigidos solapadamente por Napoleón para apoderarse de la Monarquía hispana.
Con pretexto de hacerle la guerra a Portugal obtuvo el pase de los ejércitos franceses por territorio español y, terminada victoriosamente la campaña, “las fuerzas francesas quedaron no más ocupando la Península”, en puntos estratégicos.
La escuadra española había sido destruida en Trafalgar, y en el país cundía la anarquía. Hacía de jefe del gobierno el ministro Godoy, cuyo infame encumbramiento es por todos conocido, y los dos bandos, el que lo apoyaba y el que lo detestaba -encabezado por el futuro Fernando VII-, se despedazaban frente al enemigo común que esperaba impaciente la ocasión de dar el zarpazo final –o que pensaba que sería final…
Era parte del teatro de desgracias, cientos de miles de víctimas y conmociones en que la Revolución Francesa y su continuador, Napoleón, habían colocado a la Europa de fines del Antiguo Régimen, comenzando por la propia Francia. La reacción contra lo que Pierre Gaxotte llama “la Terreur communiste”, hizo que la Revolución fuera retrocediendo, y en ese retroceso estratégico y previsto con décadas de anticipación jugó Bonaparte un papel fundamental (ver conversación entre Dantón y el Duque de Chartres, a quien le recomendó cuidarse pues sería el futuro “rey burgués” Luis Felipe, cuando las mareas de sangre en que el primero preveía su propia muerte se hubiesen aquietado, como sucedió). 
General surgido de las filas de la izquierda “montagnarde”,  Bonaparte encabezó la metamorfosis de la República en Consulado y finalmente en Imperio militarista y burocrático carente de toda tradición y arraigo.
Esto explica la expresión de Ranke, quien lo llama “jacobino coronado”, más precisamente auto-coronado, pues invitó al Papa al acto pero él mismo tomó la corona y se la puso en su propia cabeza.
Napoleón, fiel a su jacobinismo, y a la consigna “hemos de pisotear la flor de lis”,  había degradado todo lo posible las antiguas dinastías, había repudiado a Josefina de Beauharnais para casarse con la Archiduquesa María Luisa de Habsburgo, hija del Emperador de Austria, para poder decir “nuestro abuelo Carlomagno” (¡), y cebándose en la decadente rama española de la Casa de Borbón, estaba por infligirle a España una de las mayores humillaciones de su historia en la “farsa de Bayona”.
Así, no extraña que peninsulares y americanos –sin llegar a calificarlo de “Anticristo”, como lo hacían los austríacos-  detestaran al Corso y la naturaleza del régimen que se iba enseñoreando de la Península, más la alevosía y caradurez de sus procedimientos.
Un sonado lance caballeresco proyectaría la figura del Alférez José de Moldes a una situación de preeminencia entre sus pares americanos. Un militar napoleónico de alta graduación, de los que estaban pasando a estar de moda,  de apellido Réguières y de la familia Mouton [n.: “carnero”, “borrego”], era obsequiado con un banquete en palacio. “En el momento de los brindis, relata Frías, el enviado francés, muy pagado con los triunfos casi universales de Napoleón, y algo perturbado el entendimiento por el exceso que había hecho de los vinos, hablando a su turno dijo, escapándosele el secreto de su amo (Napoleón): ‘Los franceses somos invencibles, el Emperador lo ha probado paseándose victorioso por Europa; y el día que se nos antoje, conquistaremos también y nos apoderaremos de España y de sus Colonias”. 
“Un sordo murmullo de protesta se dejó oír en la concurrencia y, de su seno, alzóse como un león, un arrogante joven militar que con voz entera le dijo: ‘Los ingleses han probado que eso es más difícil de lo que a usted se le figura’.
“ ‘¡Bah! –respondió el francés con desprecio; -esos fueron unos estúpidos que se dejaron correr por la canalla de la calle!”
Para calibrar lo injurioso del calificativo, recordemos que a los inspiradores de la Revolución Francesa, notadamente a Voltaire, les encantaba volcar su desprecio por el pueblo simple, no “iluminado” –de quien se presentaban como “redentores”-, caracterizándolo como “la canalla”. Con la diferencia de que en las Invasiones Inglesas no peleó “canalla” alguna sino todo nuestro pueblo, con sus clases dirigentes a la cabeza, hasta los esclavos negros y aún los niños. 
“-Esa canalla –le contestó Moldes avanzando hacia él- no es de la familia de los Mouton [“carneros”], y tiene el pecho más fuerte que el de usted –le dijo asentándole un golpe de puño en el pecho que lo derribó en tierra. - ¡Ya usted lo ve!
“Arreglóse en seguida un duelo a sable, y Moldes despachó en el lance al otro mundo a su adversario, herido malamente en la cabeza y en el costado”.
Comenta el Dr. Frías: “Dos pueblos a un tiempo, el pueblo argentino y el español, quedaban así vengados por mano del coronel Moldes.
“Aquel suceso, que resonó ruidosamente en España y en América, rodeó a Moldes de universal simpatía y popularidad. El Rey lo colmó de favores; uno de ellos fue su ascenso a Teniente Primero de la Guardia de Corps, título que equivalía a coronel en cualquier cuerpo del ejército español”.
Así, la hidalguía del Teniente Moldes había sido de aquellas que restauran la honra… 
                                          *          *         *
Napoleón, dueño del poder en la Península (1808), luego de Bayona, corona a su hermano José, apodado “Pepe Botella”. Madrid todo grita: “¡Mueran los franceses!”; grito que se extiende por todo el país inflamando la guerra de la Independencia hispana. 
Ocasión excelente para defender los derechos de independencia de los “reinos de ultramar” o colonias contra el asaltante corso. Los jóvenes americanos residentes en Europa, con José de Moldes a la cabeza, actúan: Pueyrredón –recién llegado a Madrid- pega la vuelta para informar los sucesos, pero es interceptado en Cádiz. Moldes y Gurruchaga son tomados en prisión como sospechosos de alzamiento contra Napoleón en las colonias, cómplices con Pueyrredón. Hábilmente, sobornan la guardia y huyen. 
Reunidos los jóvenes americanos, consternados, piden apoyo a Inglaterra. Moldes gestiona pasaje en buque inglés y se dirige a Cádiz. 
Se había proclamado pena de muerte para todo el que se comunicara con la escuadra inglesa enemiga. Por 300 duros fleta una embarcación desafiando el peligro, con su hermano, y Juan y Manuel de Tezanos Pinto, de Jujuy, rumbo a la escuadra, bajo las sombras de la noche. El Capitán inglés vio lo interesante del proyecto para beneficio de su nación y les facilitó el pase a Londres; allí Moldes conferencia con Canning y acuerdan que Inglaterra apoyaría la insurrección de Buenos Aires con 8.000 soldados. 
Mientras tanto, la situación política da un viraje de 180 grados; España pasó a ser, de enemiga, amiga de Francia (Frías, p. 181). Diputados de diferentes regiones de la Península van a Londres a solicitar alianza contra Napoleón, para revertir su conquista. Inglaterra tenía al mismo tiempo “dos interesantes suplicantes”: América y España. Prefirió a España, que ofrecía mayores ventajas. Moldes fracasó por esto, y 42 americanos se embarcaron rumbo a Buenos Aires a trabajar la opinión pública a favor de la independencia, dada la situación turbulenta que vivía España. 
También fue Moldes quien costeó el pasaje de los que no podían pagarlo. Iban O’Higgins, Riva Agüero, Pueyrredón, Gurruchaga y “los Moldes hermanos del jefe”. Intentaban repartirse por todas las regiones, preparar los ánimos para tan trascendental y peligrosa empresa, ya que todas las autoridades –en ese momento de extraordinaria confusión- eran españolas, que podían considerar cualquier movimiento sospechoso como “alta traición” y castigarlo con la muerte.
Nada interesaba, sólo el gravísimo asunto, angustioso, de que podría Napoleón posesionarse de América. Había que lograr la independencia, al menos hasta que el Rey cautivo recobrara su libertad. 
Así volvieron al continente americano, dejando lo ya adquirido en Europa, desdeñando las ofertas ventajosas de los napoleónicos y exponiendo la vida. Llegaron a Buenos Aires el 7 de enero de 1809. 
Encontraron gran turbulencia, rumores y versiones mentirosas; en medio de ese ambiente debían estos jóvenes, testigos presenciales de los hechos en la Península, hablar de la verdad y, lo más difícil: ser creídos, cada uno en su tierra natal.

II. HIDALGA HOSPITALIDAD DE UN PATRIARCA RURAL –  HACENDADOS SEÑORIALES

Transcurre más de una década. Tiempo después del trágico 17 de junio de 1821, llegan a Salta mineros ingleses. Vienen recorriendo nuestro extenso territorio observándolo todo con agudeza. Nos transmiten un testimonio directo de sus impresiones sobre las personas, los lugares,  las costumbres.
Acompañemos este precioso relato.
“Después de andar unas trece leguas, llegamos a la estancia de un cabaIlero que fué figura notable en la revolución, grande y sincero patriota, aunque español. Fuimos allí cordialmente recibidos, por recomendación del doctor Redhead, de Salta. Llamábase Don Domingo Puch [n.: “Puche” en el texto citado], el amigo del doctor, y hubimos de quedar altamente gratos a su hospitalidad”. 
En prueba de ello cuenta la siguiente anécdota:
“Acertaron a pasar por allí, en viaje a Potosí, poco tiempo antes de nuestra llegada, dos o tres súbditos ingleses, que, tomando la residencia de Don Puch por posada, aprovecháronse sin reatos [n.: sin escrúpulos] de las bondades que brindaba, pues tenían intención de pagar cuanto consumieran; hicieron de la casa, en resumen, lo que hubieran hecho de una posada en su país. Pidieron de comer lo mejor, no olvidando invitar el propietario al banquete. Llegado el momento de partir y al pedir la cuenta, contestóles el patriota vizcaíno que habían confundido la clase de lugar en que habían sentado sus reales, pues su casa no era "pulpería " y no sólo negóse a recibir nada en pago, sino que todavía les hizo seguir viaje a Salta en animales de su propiedad y gratis”. 

Enlutado y melancólico, pero dueño de sí 
e invariablemente generoso
“Era nuestro huésped [n.: anfitrión] padre político del general Güemes, bravo defensor de Salta contra las fuerzas realistas del Alto Perú. La muerte del valiente oficial y de la esposa de Puch, acaecidas casi al mismo tiempo, tornáronle gravemente melancólico, pues era su esposa dama a quien amaba entrañablemente, como amábanla también las gentes del lugar (…)”.
Interesante reconocimiento tributado aquí al “bravo defensor de Salta” y “valiente oficial”, General Güemes, de quien don Domingo Puch fue tan buen consejero y auxiliar, un verdadero padre político.

La hospitalaria mesa de Don Domingo Puch: 
“la mejor vianda” de las comarcas sudamericanas
Hagamos un alto en la huella para un pequeño “test” gastronómico: ¿Cuál considera el lector el mejor plato que se puede degustar en nuestros campos? La elección de los viajeros puede sorprenderlo, pero coincide con la opinión de mucha gente de campo actual…
“La comida, en la hospitalaria mesa de don Domingo, fué digna de notar. Era abundante, y entre exquisita variedad de platos, una cazuela de armadillo [n.: quirquincho] que difícilmente encontraría rival en lo sabrosa. Con frecuencia habíamos observado ya esas como ratas con caparazón, corriendo por los caminos, pero como sucede con las vizcachas, los peones y gentes del campo no les dan valor por abundantes. He aquí, cómo casi perdimos la mejor vianda que se encuentre viajando por esas comarcas sudamericanas” (Andrews, o.c., pp. 128-29).

Susto y bondad paternal con los esclavos 
 Un pequeño incidente casero permite apreciar la afectividad que reinaba en esos tiempos entre señores y criados. Algo que nacía espontáneamente de las propias raíces de una sociedad familiar y orgánica.
“Partimos de la estancia de don Domingo el 25 rehusando aquél toda remuneración por el alboroto y molestias ocasionadas. Y digo alboroto porque mientras conversábamos la noche anterior con las señoras de casa, nos llamó de pronto la atención un grito estridente, y como acudiéramos rápido al lugar de donde procedía, con una vela encendida, encontramos a nuestro minerálogo que, distraído y a obscuras, había entrado en un cuarto vecino, donde se encontraba una negra vieja y arrugada que pasaba allí lo último que le quedaba de vida”. 
¿Y quién sería esta añosa señora?
“Era esta mujer una fiel y antigua criada a quien se había cedido aquella habitación para pasar sus últimos años y hacer las paces con Dios, según costumbre muy común con los esclavos de aquel país” [n.: el destaque en negrita es nuestro]. 

Más larguezas: queso, charqui, jamon, dulces y una manteca prodigiosa
Ya lejos de la estancia de Puch, los viajeros descubren nuevas gentilezas desinteresadas del patriarca:
“Al abandonar el carruaje nos informó nuestro capataz que el bueno de don Domingo había introducido en él, con todo disimulo, un queso de respetables dimensiones, cierta cantidad de excelente charqui, un jamón y algunos dulces. Prueba esto la hospitalidad de aquellas gentes y sus sentimientos bondadosos para los ingleses. Asemejábase el queso por su tamaño al nuestro de Cheshire, y por su sabor y calidad al Stilton; el jamón, bueno, aunque no tan bien curado como el Yorkshire. Encontramos también una botella de piedra con leche, que, por el movimiento del coche, se había hecho manteca”.

Felicidad de situación de los peones
 “Los peones de estancia, cuya subsistencia depende de los patrones, son la gente más alegre y feliz del país”.
Notable testimonio que harían bien en leer algunos desinformados, de hecho o por propia voluntad.

El patriarcal hacendado les regala dos jacas
 “La mañana del 25 amaneció encantadora, y antes de partir fuimos obsequiados por nuestro huésped con un par de jacas, que contribuyeron a que dos de los nuestros hicieran el viaje con mayor comodidad, al mismo tiempo que resultaba agradable ejercicio esta manera de viajar”. 

Atenciones del estanciero don Ignacio Sierra y de otros hacendados – Inalterable hospitalidad mas allá de los intereses materiales
La forma de recibir a los visitantes de Don Domingo Puch era simplemente magnífica, casi fabulosa, en una situación personal que ya no era nada floreciente; pero lo interesante del punto de vista histórico es que no se trataba de un caso aislado: era parte esencial de un estilo de vida, como dijimos al comienzo, y aún de hacer tratos comerciales en forma caballeresca y con beneficio de ambas partes, en contraste con el estilo actual, copiado de las violentas fantasías hollywoodianas, que va creando una realidad de pesadilla.
Algunos ejemplos:
“Era propietario de esta estancia don Ignacio Sierra, quien nos trató con todo género de atenciones: como necesitáramos caballos, los contratamos aquí para el resto del viaje hasta Salta, cincuenta leguas de distancia”.
La venida del Cap. Andrews a Salta a explorar distritos mineros generó imaginable expectativa en los propietarios, las que se vieron defraudadas al anunciarles que no venía en tren de concretar negocios. No obstante, la hospitalidad rural no se desmintió en modo alguno.
“Ese día nos detuvimos en varias estancias o granjas cuyos propietarios, advertidos de nuestra llegada, tenían preparadas para mostrarnos las muestras de oro de sus respectivas posesiones con la idea probablemente de hacer fortuna rápida, como alguno de los tenedores de acciones en nuestro país. No obstante el desengaño que experimentaban al saber que no nos encontrábamos en tren de negocios y no podíamos, por lo tanto, complacerles, nada excedería a la liberalidad de su conducta, a la franqueza del recibimiento, a la genuina hospitalidad que se nos dispensaba”. El destaque es nuestro; los comentarios huelgan.

Admirando La Lagunilla y cumbres “coronadas de rosas”
Otra diferencia con la mentalidad “metálica” corriente realza el interés de estas escenas. La intemperancia del hombre adorador del éxito modelo “Hollywood” lo hace incapaz de apreciar maravillas naturales o culturales. Mira y siente a través de una “S” surcada por una barra, o del oro, sin siquiera apreciar la excelencia de este noble metal.
Estos viajeros y sus anfitriones, hacendados, mineros, hombres de negocios, eran gente educada, con alma como para ver y apreciar. No perdían tiempo pero no eran esclavos de la agitación ni el apuro. Y se alimentaban de todo lo interesante, maravilloso, especialmente lo bello que encontraban en su camino, no considerando tiempo perdido el apartarse de la senda arrostrando peligros y trabajos para el supremo placer desinteresado de contemplar.
“El camino de Lagunillas a Salta corre paralelo a una hilera de montañas cubiertas hasta la cumbre de vegetación de infinita variedad. Las cimas, vistas desde abajo, parecían coronadas de rosas. Nos costó inmenso trabajo y mucho tiempo subir hasta donde esas rosas parecían crecer; una vez arriba nos convencimos que no se trataba de rosas, sino de grandes flores o capullos de algodoneros de montaña. Los nativos llaman a este árbol “yuchán” o “algodón del monte", y emplean el producto en rellenar almohadas, colchones, etc. El tamaño del yuchán o palo borracho puede calcularse en seis veces el del algodonero común” (o.c., paginas 132 33).
Los hombres de entonces no sólo eran atraídos por tesoros mineros. Los encantaba la exquisitez de formas y colores de la flor del palo borracho y la gracia de ese gran botellón, torreón acorazado de espinas, coronado de “rosas”, que custodia las sendas del Norte.

III. CORTESIA Y HEROISMO DE UN GUERRERO, JUAN ANTONIO ALVAREZ de ARENALES

Arenales nació en 1770 en Asturias, la legendaria tierra en que don Pelayo inició la Reconquista, de antigua estirpe. Huérfano a los 9 años, su educación quedó en manos de su pariente, el eclesiástico don Remigio Navamuel. Cadete a los 13, pasó al “Fijo” de Buenos Aires. Se destacó en la campaña de la Banda Oriental recibiendo despachos de Teniente Coronel acordados por el Virrey Arredondo. Cumplió funciones en el Alto Perú, favoreciendo a los indígenas. Preso en la revolución de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809, fue conducido al Callao; pero logró escapar y llegó a Salta, donde había fundado su hogar casándose con doña Serafina Hoyos. 
Cabildante en esta ciudad, bajó de la hacienda de Pampa Grande con una milicia de gauchos y se puso al frente de la resistencia al absolutismo, liberando los prisioneros de Las Piedras que allí se encontraban, asumiendo el cargo de Gobernador provisional.
Combatió en la batalla de Salta “en la que tuvo descollante actuación”, dice Udaondo (“Grandes Hombres de nuestra Patria”, I, p. 107 y ss.).
Nombrado Gobernador de Cochabamba, desarrolló ”una campaña memorable, tan larga como heroica” (ibid.). Citando a Bartolomé Mitre comenta que ”por sus antecedentes, por su carácter típico y por la originalidad de sus hazañas, es uno de los hombres más extraordinarios de la revolución argentina”. “…se trataba a sí mismo con más dureza que a los demás: austero en sus costumbres, tenaz en sus propósitos y de una actividad infatigable, reunía las virtudes civiles del ciudadano, los talentos del administrador y una voluntad inflexible en el mando, una cabeza fértil en expedientes en medio de las circunstancias más difíciles de la guerra” (ibid.).
“En esa histórica campaña –prosigue Udaondo- Arenales, al frente de 300 hombres, en un ataque a 900 realistas al mando del coronel Blanco, en los campos de La Florida, el 25 de mayo de 1814, logró una espléndida victoria después de hacer gala de un denuedo romancesco. En esa memorable acción estuvo a punto de perder la vida, al combatir con estupendo valor contra un grupo de enemigos que le habían sorprendido y rodeado en momentos en que se consideraba terminada la lucha, y recibir catorce heridas”. 
El triunfo de La Florida fue decisivo para la libertad de Santa Cruz y pesó en la evacuación del Norte por el ejército de Pezuela. En su homenaje se le dio el nombre a la tradicional calle Florida, de Buenos Aires.
Posteriormente, por orden de San Martín, Arenales abrió una nueva campaña en el Alto Perú, donde sus triunfos le valieron la promoción al grado de General. Más tarde prestó nuevos servicios al Libertador en su campaña al Perú, y encontrándose al mando de una división derrotó al General O’Reilly en la célebre batalla del Cerro de Pasco, iniciando luego la segunda campaña de la Sierra –que fue menos afortunada, de acuerdo a José Teófilo Goyret (“Nueva Historia Argentina”, IV, p. 340), pese a que procedió “con su reconocida decisión y capacidad táctica”. En el Perú fue nombrado Gran Mariscal y en Chile Mariscal de Campo, regresando a Salta luego de 15 años de servicios.
Aquí fue elegido gobernador en 1822, tomando las armas nuevamente para enfrentar al Gral. Olañeta.
Tuvo la responsabilidad de organizar el contingente salteño para la Guerra con el Brasil, enviando 500 veteranos bien armados. 
Bernardo Frías elogia su valor, su rectitud, y destaca su talento sólido y despierto, inteligencia vivaz y poderosa y su constancia y actividad inquebrantables.   
Admirado, Udaondo le atribuye un parecido moral y físico con Aníbal incluso en la forma de su cabeza, grande y como cuadrada. Supo ganarse el respeto de sus enemigos, “que habían de llegar a confiar en su delicadeza y caballerosidad: lo más caro de su corazón”. 
Vestía siempre su uniforme militar. En campaña, era sumamente austero, pero no olvidaba de llevar consigo servilleta, y cubierto y jarro de plata. En viaje a Bolivia terminó sus días en brazos de sus hijos el 4 de diciembre de 1831 (Udaondo, cit.).

Brillo y capacidad de la sociedad salteña 
El Capitán inglés J. Andrews, en su interesante travesía, pasa por Salta en tiempos en que gobernaba el General Arenales.
Queda favorablemente impresionado por la categoría de la sociedad, por la gracia y elegancia de las damas.
“Las damas de Salta –escribe- gozan de fama proverbial en las provincias por su belleza y finos modales, a lo que podría agregarse un porte lleno de vivacidad y distinción, que aumenta sus atractivos. La sociedad se clasificaría entre las de alto rango.  “Los hombres no son menos sagaces, liberales y de inteligencia natural que los de cualquier otro pueblo sudamericano. Han adelantado tanto como pueden permitírselo sus condiciones naturales”.
¿Podremos decir lo mismo de la Argentina actual? ¿Ha adelantado tanto “como pueden permitírselo sus condiciones naturales”? Que la historia nos sirva de llamador y estímulo…
Aludiendo a versiones distorsionadas, no raras en autores “ilustrados” que hablaban del “remoto” mundo hispano-americano, dice:
“Nada habrá que desengañe tanto a quien se haya formado mezquinas ideas de esa gente, como [de] su estado social. De su capacidad superior adquirí irrefutables pruebas en las diversas conferencias y comunicaciones que tuve con ellos”. 

Al tratar de Juan Antonio Alvarez de Arenales comunica con calor sus impresiones:
“No debo terminar mis anotaciones sobre Salta sin ocuparme del gobernador, general Arenales, que distinguióse con brillo en la revolución, especialmente en las campañas de las provincias del Río de la Plata, Chile y Perú. Cítase principalmente entre sus hechos de armas la victoria que obtuvo en Pasco contra la columna realista enviada desde Lima, al mando del general O'Reilly; encontrábase allí con una pequeña división del ejército libertador, dejada por San Martín para distraer al enemigo. En conocimiento de que el general O'Reilly había salido de Lima con propósito de atacarle, resolvió valientemente anticipar el encuentro, y relativamente con un puñado de hombres arremetió contra las fuerzas realistas en Huamanga, valle de Xauja, destruyendo o tomando prisionero todo el ejército. Llámase comúnmente a esta batalla de Pasco, y pasa por una de las victorias más importantes en sus consecuencias entre las obtenidas durante la guerra. Después de la batalla de Pasco, Arenales se reunió con San Martín en Huara, al norte de Lima”. 
A esta altura hace una afirmación curiosa con respecto a la edad de Arenales, que planteamos como un enigma pendiente de aclaración:
“Frisa actualmente en los ochenta años y lleva las cicatrices de numerosas heridas que atestiguan su valor en batalla. Consérvase aún activo e infatigable en el desempeño de los importantes deberes de su cargo. Gobierna con firmeza y equidad que le hacen acreedor al respeto y estimación de todos” 
Finaliza con este breve y atrayente retrato del guerrero:
“Físicamente es alto y delgado, y hay en su aspecto vestigios de grandes luchas morales y penurias materiales sobrellevadas. En su mejilla izquierda se deja ver una profunda herida de sable, que aumenta el aspecto singularmente interesante de su grave rostro español”.
                                            *         *          *
Nos despedimos de Andrews y del estimado lector con sus amenas impresiones que completan el cuadro general que hemos intentado pintar, de un estilo de vida marcado por valores tradicionales:
“El viajero encuentra en Salta la misma bondadosa hospitalidad que en cualquiera de las otras ciudades que visité en Sud América. Puede decirse que es ésta una de las características de las gentes de allí, pues adonde uno vaya ha de encontrar siempre las puertas abiertas y exquisita cortesía en armonía con la buena educación y el deseo de ser agradable a los extranjeros”. 
No dudamos de que en este pasaje y los restantes se reflejan características del verdadero pueblo de América del Sur, que no han desaparecido enteramente a pesar de la masificación y el deterioro cultural, y que es tarea de quienes amamos la historia y la tradición mantener vivas para nuestro presente y futuro.

BIBLIOGRAFIA

ANDREWS, J. – “Viaje de Buenos Aires a Potosí y Arica”, Ed. Hyspamérica, Biblioteca Argentina de Historia y Política – Buenos Aires, 1988
BARRUEL, Abbé Augustin – “Mémoires pour servir à l’Histoire du Jacobinisme”, Ed. “Diffusión de la Pensée Française”, Nouvelle Édition 1973, 2 tomos
FRÍAS, Bernardo - “Historia del Gral. Güemes y de la Prov. de Salta”, t. II - Buenos Aires, 1971 -   
FRIAS, Bernardo – “Tradiciones Históricas” – El Coronel Moldes – VI Tradición – Ed. “La Facultad”, Buenos Aires, 1929
GAXOTTE, Pierre, de l’Académie Française – “La Révolution Française” – Arthème Fayard -  ca. 1971
GOYRET, Teófilo – “Las campañas libertadoras de San Martín”, en “Nueva Historia de la Nación Argentina”, Ed. Planeta, t. IV, pp. 315-46 – Buenos Aires, 2000
MESQUITA ERREA, Luis María – “El guerrero y el caballo en la gesta hispanoamericana”, Boletín del Inst. Güemesiano nº 36 – Salta
RANKE, Leopold von – „Geschichte der Welt“ – 12 tomos – 
„Preuβische Geschichte“ – Ed. DTV
UDAONDO, Enrique et al. – “Grandes hombres de nuestra Patria” – Ed. Pleamar, 3 tomos – v. Juan Antonio Alvarez de Arenales 





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