miércoles, 26 de febrero de 2014

Nostalgias de civilización, galeones aventureros, caballos transfigurados por la luz "lorenesa"


 
-No, estimada señora – le respondo a una gentil objetante del “Rincón” anterior-, María del Pilar está a años mil de sentir cualquier clase de infelicidad por no plegarse a las modas actuales. Y no está sola, tiene a su lado a sus padres y a todo un círculo de familias y amigos que sufren el profundo desorden en que vivimos y sienten legítima nostalgia de la verdadera civilización (San Pío X), y que están dispuestos a esforzarse por ese ideal. Civilización cristiana que vive en el “flash” de la tradición que pasa de padres a hijos, en las vidas de santos y héroes de la Cristiandad y en la memoria “que ningún artificio de los adversarios podrá corromper u obscurecer” (León XIII, “Immortale Dei”).
 Y aunque remar contra la corriente produzca “sequedades y sinsabores”,  las bendiciones de la Virgen a sus fieles “remeros” los superan de lejos. Resistir a la cultura anticristiana actual sólo es posible con coraje, sabiduría y fortaleza comunicados por la gracia de Dios a través de su Madre y Medianera. Que suaviza una existencia de lucha con un sinfín de cosas que nos hacen bien, placenteras e inocentes, y que suelen entrar en los temas de nuestra tertulia.
Es importante que haya cada vez más católicos que, en el actual caos de modas y costumbres, se hagan eco del llamado del Papa Pío XII a todos –especialmente a las élites tradicionales y a los dirigentes auténticos de todos los órdenes- a  oponer un dique a la degradación en las casas y en los ambientes”,  dar “el espectáculo de una vida conyugal irreprensible”, y a ser para los demás “modelos y guías”. (Ver texto en esta newsletter)
A esto llama  Pío XII “una insigne y santa empresa, bien capaz de inflamar el celo de la Nobleza romana y cristiana de nuestros tiempos”, y de las familias tradicionales, y de toda alma católica.
A quienes, correspondiendo a su llamado, participando de la “insigne y santa empresa” a la que convoca el Pontífice,  podrá corresponder la honra de obtener para la Iglesia y la Cristiandad mayores resultados aún que los esforzados cruzados, caballeros y conquistadores de nuestro pasado…
¿Seguimos adelante? Nuestros recuerdos de infancia están llenos de esos “flashes” de tradición viva… Conservo el encanto de un libro, de buen tamaño, encuadernado en cuero de Rusia, con páginas doradas a la hoja. Su título era algo como “Historias sublimes para jóvenes con espíritu épico”, por el Marqués de la Batalla, quien firmaba con su título sobre una espada.
Poblado de ilustraciones, no tenía dinosaurios, ni monstruos presentados como seres normales; los monstruos eran monstruos, feos que causaban horror,… y malos, que llamaban al combate. Formativo y ameno, por tanto…


Una historia fantástica era la de unos pequeños hermanos que esperaban, de noche, en el piso superior de la casa,  un espectacular galeón español que irradiaba la luz de cientos de fanales y antorchas; en que un valiente caballero, antepasado de ellos, muerto luchando por la civilización cristiana en América, los venía a buscar para emprender un viaje maravilloso en que les mostraba sus andanzas en las tierras y mares que había surcado, con los hombres, viviendas, selvas y animales como eran entonces.
A contraluz de una luna inmensa, en un cielo de azulado cristal de roca, se recortaban a bordo del galeón, que a su paso dejaba una estela de puntos luminosos que brillaban como luciérnagas en una noche estival.
 
Nos embarcamos en el galeón por algunas horas y vamos, por nuestra parte, a seguir el derrotero de unos ingleses aventureros -como que llevan sangre normanda en las venas- por Australia y otros mundos, en tiempos en que no había filmadoras ni cámaras fotográficas. Aparatos capaces de captar maravillas pero que, según la abuela de un conocido autor francés, dejan la impronta de lo mecánico, lo que llevaba a la señora a preferir, para un regalo, un dibujo o un cuadro, por ser ‘más humanos’.
  
Wilson, contemporáneo de  Stubbs, pintó estos lagos y cerros de Gales
En el 1700, (antes de las chimeneas que tiznaron el cielo europeo, de las fábricas en que cientos de obreros se apiñaban largas y oscuras horas en medio del ruido de las máquinas, con saudades de su  aldea  natal, su campanario y sus fincas ancestrales), los arqueólogos y naturalistas recorrían el mundo en azarosas expediciones financiadas por algún rico, noble o de alta burguesía.
Si descubrían una Estela de los buitres o una Puerta de los leones, o se daban con un animal curioso o de sorprendente belleza, no pudiendo fotografiarlo, tenían que hacer como quería la abuela del escritor francés: dibujar o pintar.
En épocas exigentes en perfección y buen gusto -tan distantes de cierto sórdido “arte” moderno, en que se componen “cuadros” con desperdicios y cosas peores, como los que una trabajadora municipal italiana tiró a la basura (¿sin darse cuenta?) hace unos días- la expedición debía incluir un artista.
A veces en las luchas contra hipopótamos y otras fieras -golpeando lanzas en el agua para asustarlos, como los náufragos portugueses de Alvares Cabral en el Río del Infante-, o contra silenciosos reptiles o insectos venenosos, o nativos malhumorados, poco hospitalarios,  o antropófagos “caribes”, entre los caídos se encontraba el artista, cuyos bocetos podían resultar muy valiosos si los otros expedicionarios lograban  volver con ellos a la civilización.
Fue el caso del “kangourou” y del dingo pintados por George Stubbs, juntando el mundo de la exploración, la ciencia y el arte a través de tres conocidos ingleses: el flemático John Cooke, que capitaneó la travesía; el ostentoso dandy Joseph Banks, naturalista que examinó los hallazgos científicos y encargó los cuadros, y el propio Stubbs, que los pintó.
Pero este artista, que se hizo rico pintando caballos de carrera, no corrió los riesgos de internarse en el “continente misterioso”, ni  “posó nunca sus ojos sobre un canguro o un dingo”. Pero tuvo arte y psicología para pintar “retratos” de corceles que encantaban a sus propietarios -duques y lords-, y de lograr éxito con el canguro y el dingo (cf. Mark Hudson, “Why the George Stubbs’ paintings were worth saving”, “The Telegraph”, “Art features”, 6.XI.13).
Para estas pinturas ‘australianas’, Stubbs se basó en bocetos hechos por el pintor de la expedición, Sydney Parkinson, que lamentablemente no vivió para contar la aventura. Además tuvo el testimonio verbal del “flamboyant” Banks y un cuero rellenado al efecto.
“Su mezcla de exactitud sobria e intensidad pictórica se ve acentuada por la luz vespertina que ilumina al canguro por la izquierda.”
Stubbs fue tan lejos como le fue posible en dotar de personalidad a estos animales, “sin caer en antropomorfismo, sentimentalismo ni dramatismos espurios”.
“Sus profundos sentimientos se le habían filtrado durante sus experiencias en Roma y atento a los esfuerzos de incontables contemporáneos subyugados por el gran maestro paisajista del siglo 17, Claude Lorrain” (ibid.). A éste se debe que la concepción de la luz de Stubbs “sea quintaesenciadamente europea”.
Notable repercusión la de Claude Lorrain, que inundó de luz el alma y la obra de “incontables” artistas, influyendo en las tendencias del público más que muchos políticos, pensadores y filósofos.
Y es la presente escena tan “lorenesa” del pintor inglés la que nos gustaría observar con los lectores, pues invita a trascender.
Sus Yeguas y potros en un paisaje muestran una naturaleza europea refinada sin desnaturalizarla, con siglos de una tradición que evoca castillos y abadías. Sus esplendores se reflejan en la prestancia, variedad y gracia de estos caballos.
La yegua señorial y sufrida da de mamar al potrillo leonado  sin dejar que se note el esfuerzo; bien erguida, pues no necesita echarse para alimentar a su príncipe;el refulgente padrillo porcelano color nieve que gobierna con tanta naturalidad la tropilla está presente, ordenador y vigilante, listo para salir al galope como un huracán, con elegancia aún mayor que estando en reposo.  
Todos tienen la calma y serenidad de un grupo de “gentlemen-farmers” y “ladies” conversando en un parque, junto al espejo de aguas cristalinas.
La escena es un remanso que armoniza el orden y la espontaneidad, como una imagen de sociedad orgánica reflejada en el mundo ecuestre.
El hombre criado a imagen y semejanza de Dios también está presente, aunque no se lo vea. Hay un criador de esos animales, alguien que los ha amansado y los cuida, otros, quizás, que cruzan los ríos, corren los zorros o visitan las “manor-houses” y fincas vecinas sobre su lomo. Y alguien que, con el placer de contemplarlos, admira su estampa y la belleza del conjunto, y hasta puede buscar en las cualidades que observe analogías con otros seres, y de ahí subir a otros pensamientos y admiraciones . ¡Ese se lleva la mejor parte!

“Easy chocolate cake”
El momento es ideal para armar una buena mesa campestre de té y tomarlo, antes que los caballos se internen en el monte, con una riquísima torta de chocolate.
Como hay que ir pensando en la vuelta, uno de los expedicionarios sugiere que preparemos algo bueno y sencillo, y nos da la receta de la Fácil Torta de Chocolate
Aquí la transcribo:

Ingredientes:
1 taza de harina
2 cucharaditas de polvo de hornear
¼ cucharadita de sal
1 taza de azúcar
1 huevo
Leche hasta completar la taza con el huevo
½ libra de chocolate
2 cucharadas de manteca
Preparación:
Tamizar y poner en un bols la harina, sal, polvo de hornear, y azúcar. Romper el huevo en la taza que sirve de medida y en seguida terminar de llenarla con leche. Agregar a los ingredientes secos y batir bien. Derretir el chocolate con la manteca al bañomaría y batir todo junto hasta que quede suave. Poner en un molde enmantecado y enharinado y cocinar 40 minutos en un horno moderado.
Mrs. Catherine Pearson
 (De: “Hogar Feliz”, Selección de Recetas de Cocina Internacional – Realizada por la Comisión de Señoras – de la Comisión Pro-Templo Parroquial a la Virgen de Fátima en el Bajo de Martínez, Prov. de Buenos Aires, Argentina, 3ª ed., 1957)
 


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