Vitral
de Saint Leu, París, mostrando en vivos colores la grandiosa
predicación de San Antonio de Padua a los peces – Foto: G. Freihalter
ESCENAS VIVAS de la CRISTIANDAD
La noble predicación de San Antonio a los peces:
santa alegría vs. miserabilismo de ayer y de hoy
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católico que se esfuerza “con todo su corazón” por “amar a Dios sobre
todas las cosas”, en el ambiente neo-pagano de nuestros días, tiene un
poderoso recurso para ayudarle a cumplir este arduo deber: conocer mejor
cómo fue aquel orden cristiano, que tuvo su auge en la Edad Media -ver Lo que no debemos olvidar …: cómo fue en concreto la Civilización Cristiana, http://feedproxy.google.com/~r/feedburner/UZau/~3/0Unclbc1TeM/?utm_source=feedburner&utm_medium=email
Admirar
todo lo bueno de esa realidad histórica, no con el utópico afán de
copiarla, sino para inspirarse en los ejemplos de quienes modelaron esa
sociedad católica, en las circunstancias concretas de la época. Pues,
como enseña el gran intérprete y traductor de la Biblia Vulgata, San
Jerónimo, la vida de los santos es el mejor comentario a la Palabra de
Dios.
Veamos una escena de la vida de San Antonio de Padua (y de Lisboa), franciscano con espíritu de caballero andante, cruzado sin espada dotado de tal armamento espiritual y psicológico que, por sus victorias sobre los fautores de errores de su tiempo (s. XIII), mereció ser llamado “martillo de los herejes”.
Para
entender mejor el episodio, recordemos que los herejes niegan con
pertinacia las verdades reveladas. Y así lo hacían los cátaros y
patarinos, intoxicados de maniqueísmo y gnosis, enemigos del orden
natural enseñado por la Iglesia.
Se
decían “cátaros” (“puros”) y cometían los peores excesos morales
–asesinatos, suicidios, pecados contra la pureza. Enemigos de la familia
y la vida, rechazaban el matrimonio y la procreación, por odio al Dios
creador de los seres individuales, y servían al “dios” del no ser, al
demonio.
Su
falso espiritualismo detestaba la belleza de los seres y todo ornato de
la vida; seguían prácticas “faquíricas” de auto-aniquilación por el
hambre. Miserabilistas, eran contrarios al esplendor de la liturgia, al
refinamiento y a las jerarquías eclesiásticas y civiles. Su radicalidad e
irracionalidad pusieron en peligro a la Iglesia y al Estado, causando
desvíos, guerras y crímenes.
La Cristiandad
medieval los combatió de muchas maneras hasta vencerlos, a instancias
de los Papas y de los soberanos católicos, cortándole el paso a la
herejía y tratando de convertir a los que habían sido arrastrados por
ella. En la infinidad de lances
de esta lucha, se destaca la prédica milagrosa de San Antonio a los
peces, que transcribimos, con breves comentarios.
Cómo San Antonio predicó a los peces, y por este milagro convirtió a los herejes – “Florecillas”, Capítulo XL
Queriendo
Cristo poner de manifiesto la gran santidad de su siervo San Antonio y
acreditar su predicación y su doctrina santa para que fuese escuchada
con devoción, se sirvió en cierta ocasión de animales irracionales, como
son los peces, para reprender la necedad de los infieles herejes, del
mismo modo como en el Antiguo Testamento había reprendido la ignorancia
de Balaam.
Durante
muchos días había tratado de conducirlos a la luz de la verdadera fe y
al camino de la verdad, predicándoles y disputando con ellos sobre la fe
de Jesucristo y de la Sagrada Escritura. Pero ellos no sólo no
aceptaron sus santos razonamientos, sino que, endurecidos y obstinados,
no quisieron ni siquiera escucharle; por lo que un día San Antonio, por
divina inspiración, se dirigió a la desembocadura del río junto al mar
y, colocándose en la orilla entre el mar y el río, comenzó a decir a los
peces como predicándoles:
- Oíd la palabra de Dios, peces del mar y del río, ya que esos infieles herejes rehúsan escucharla.
No
bien hubo dicho esto, acudió inmediatamente hacia él, en la orilla,
tanta muchedumbre de peces grandes, pequeños y medianos como jamás se
habían visto, en tan gran número, en todo aquel mar ni en el río. Y
todos, con la cabeza fuera del agua, estaban atentos mirando al rostro
de San Antonio con gran calma, mansedumbre y orden: en primer término,
cerca de la orilla, los más diminutos; detrás, los de tamaño medio, y
más adentro, donde la profundidad era mayor, los peces mayores. Cuando
todos los peces se hubieron colocado en ese orden y en esa disposición,
comenzó San Antonio a predicar solemnemente…
La
narración destaca cómo el misionero –favorecido por un gran milagro- se
valió con sabiduría de un ejemplo de los seres creados, ya que la
herejía tenía mucho que ver con el orden natural y los ambientes. Y
“como predicándoles” a los peces, en realidad se dirigía a los que
habían perdido la Fe y el sentido de las cosas.
…diciéndoles:
- Peces hermanos míos: estáis muy obligados a dar gracias, según vuestra posibilidad, a vuestro Creador, que os ha dado tan noble elemento para vuestra habitación,
porque tenéis a vuestro placer el agua dulce y el agua salada; os ha
dado muchos refugios para esquivar las tempestades. Os ha dado, además,
el elemento claro y transparente, y alimento con que sustentaros.
San Antonio usa el arma medieval del “Pulchrum” (la Belleza), uno de los tres trascendentales de Dios, típica
del verdadero espíritu franciscano, destacando aspectos atractivos y
amenos de la creación que refutaban implícitamente el amargo rechazo a
lo creado por parte de los “cátaros”.
Y Dios, vuestro creador cortés y benigno,
cuando os creó, os puso el mandato de crecer y multiplicaros y os dio
su bendición. Después, al sobrevenir el Diluvio universal, todos los
demás animales murieron; sólo a vosotros os conservó sin daño. Por
añadidura, os ha dado las aletas para poder ir a donde os agrada.
A vosotros fue encomendado, por disposición de Dios, poner a salvo al
profeta Jonás, echándolo a tierra después de tres días sano y salvo.
Vosotros ofrecisteis el censo a nuestro Señor Jesucristo cuando, pobre
como era, no tenía con qué pagar.
Aquí
destaca con perspicacia la afinidad de la Grandeza de Dios -presentado
como “opresor” por los herejes”- , con la cortesía y la bondad divina,
que tantas maravillas concedió a los habitantes del mundo marino.
Después
servisteis de alimento al rey eterno Jesucristo, por misterio singular,
antes y después de la resurrección. Por todo ello estáis muy obligados a alabar y bendecir a Dios, que os ha hecho objeto de tantos beneficios, más que a las demás creaturas.
Un
“tiro por elevación” a los humanos que se negaban a alabar a Dios en
sus criaturas y en las condiciones en que las ordenó, en su infinita
Sabiduría.
A
estas y semejantes palabras y enseñanzas de San Antonio, comenzaron los
peces a abrir la boca e inclinar la cabeza, alabando a Dios con esos y
otros gestos de reverencia. Entonces, San Antonio, a la vista de tanta reverencia de los peces hacia Dios, su creador, lleno de alegría de espíritu, dijo en alta voz:
-
Bendito sea el eterno Dios, porque los peces de las aguas le honran más
que los hombres herejes, y los animales irracionales escuchan su
palabra mejor que los hombres infieles. Y cuanto más predicaba San
Antonio, más crecía la muchedumbre de peces, sin que ninguno se marchara
del lugar que había ocupado.
Reverencia
hacia Dios, cortesía, orden…, es de lo que no querían oír hablar los
que se rebelaban contra el Creador y su ley, como lo hacen sus actuales
continuadores, al estilo del ex Fray Boff y de las religiosas
eco-feministas.
Ante semejante milagro comenzó a acudir el pueblo de la ciudad, y vinieron también los dichos herejes;
viendo éstos un milagro tan maravilloso y manifiesto, cayeron de
rodillas a los pies de San Antonio con el corazón compungido, dispuestos
a escuchar la predicación. Entonces, San Antonio comenzó a predicar sobre la fe católica; y lo hizo con tanta nobleza, que convirtió a todos aquellos herejes y los hizo volver a la verdadera fe de Jesucristo; y todos los fieles quedaron confortados y fortalecidos en la fe.
La
contemplación de lo creado le sirvió para elevarse a los más altos
misterios de la Fe. La nobleza de la predicación fue capital para la
conversión de los herejes; en San Antonio, de sangre hidalga, brillaba
el esplendor de la nobleza aliada a la santidad; y esto –regado por la
gracia divina, a través de la Virgen medianera, vencedora del demonio y de las herejías- atraía irresistiblemente…
Hecho
esto, San Antonio licenció a los peces con la bendición de Dios y todos
partieron con admirables demostraciones de alegría; lo mismo hizo el
pueblo.
Después, San Antonio se detuvo en Rímini muchos días, predicando y haciendo fruto espiritual en las almas.
En alabanza de Cristo. Amén.
Era
la santa alegría medieval, que acompaña a los hombres que admiran el
orden que Dios creó, opuesta a la tristeza y fealdad del miserabilismo de los gnósticos de todos los tiempos, hoy promovido por comunistas, chavistas y “teólogos de la liberación”.
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