viernes, 29 de noviembre de 2013

El Papa del contraataque salvador (III) - Titánicos esfuerzos



San Pío V, defensor de la Civilización Cristiana, “inflamado de espíritu de cruzada” (cf. “Historia de los Papas”, de Ludwig v. Pastor)
Algunas actitudes de Venecia despertaban la sospecha de que buscaba un arreglo bajo cuerda, que dejaría a España sola ante el Imperio turco. Y así la unión por la que trabajaba con perseverancia San Pío V se seguía demorando.
En cierto momento, gracias a Dios,  declaró  estar dispuesta a participar de una expedición conjunta si contara con el apoyo de naves y un Almirante del Papa, a lo que Su Santidad debió acceder a disgusto.
Marcantonio Colonna 
Marcantonio Colonna, gran representante de la Nobleza romana más fiel al Papado y más combativa
Se perfilaba la espinosa cuestión de designar un Almirante para la flota auxiliar. Con gran astucia y sabiduría San Pío V escogió a Marcantonio Colonna, destacadísimo noble romano de 35 años, que había contribuido con tres galeras propias a conquistar el Peñón de Vélez.
En mayo de 1570 llegaba un correo de España. Traía la declaración de que Felipe II estaba dispuesto a entablar negociaciones para concretar la liga. El Papa se conmovió hasta las lágrimas.
En un festivo domingo de junio, el Almirante Colonna hizo su entrada a caballo en el Vaticano, espléndidamente ataviado con traje de guerra, acompañado por la Nobleza romana.
En la capilla papal, después de la misa, prestó juramento y subió las gradas del trono para recibir de las manos sagradas del Papa el bastón de mando y el estandarte. Era de seda colorada y traía la imagen del Crucificado, entre el Príncipe de los Apóstoles y el blasón de San Pío V, con el lema que diera el triunfo a Constantino: In hoc signo vinces (“con este signo vencerás”).
La designación de Colonna fue recibida con alegría por los italianos y su acierto comprobado con el entusiasmo y dedicación que mostró en preparar la flotilla del Papa. En la Nobleza romana encontró óptima predisposición de participar en la gloriosa empresa.
            En Loreto se encomendó Colonna junto con su flota a la protección de la Madre de Dios y puso manos a la obra, no sin grandes dificultades.
El 1º de julio comenzaron las conversaciones para formalizar la liga a continuación de un discurso del Papa “inflamado de espíritu de cruzada” (Pastor, p. 561).
Las diferencias, resquemores y desconfianzas las hubieran hecho fracasar, a pesar del peligro inminente; sólo la paciencia y ecuanimidad del Papa santo fue capaz de lograrlo, debiendo dominar su fogoso temperamento con titánica fuerza de voluntad.
Se discutía contra qué enemigo se haría la liga, qué proporción de los inmensos costos y cuántos barcos aportaría cada parte, y muchos otros asuntos que daban lugar a las más tormentosas disputas.
Señorial retrato del Cardenal Granvela, por Antonio Moro. Representó fielmente a Su Majestad Católica Felipe II y fue uno de los artífices de la Liga contra el Islam promovida por el santo Papa
España, grande y abnegada, a pesar de sus tremendos problemas financieros, asumió generosamente cubrir la mitad de los costos, y finalmente lo hizo hasta un 60% (Walsh).
Faltaba decidir una gran cuestión: quién tendría el mando supremo de la flota. Venecia argumentaba que su bandera atraería más ayuda en la zona insular que sería teatro de la batalla; España –de acuerdo al lugar que el mismo Papa le señalara a su Rey- tenía idéntica aspiración. Con buen espíritu decidieron someterse a la decisión del Pontífice.
Fue una nueva ocasión en que se tornó patente su inspirada sabiduría. Su elección –tintineando en su mente las palabras del Evangelista “hubo un hombre enviado de Dios, cuyo nombre era Juan…”-  recayó sobre el medio hermano de Felipe II, el joven príncipe don Juan de Austria, admirado por su brillante triunfo en la azarosa guerra contra los moriscos.
A fines de julio un correo comunicó la decisión de Felipe II de que la flota genovesa se uniera a la veneciana bajo las órdenes del Almirante de la flota papal, Colonna. La alegría de Su Santidad fue grande… ¡pero qué decepción le tocó sufrir! El intento de maniobras conjuntas fue un completo fracaso. La flota dejó pasar la temporada sin lograr nada. No sólo eso. Los heroicos defensores de Nicosia debieron capitular, en septiembre, ante los turcos. Estos rompieron la palabra dada y 20.000 cristianos cayeron víctima del afán homicida de los musulmanes.

El valeroso Marcantonio Bragadino, bárbaramente torturado a muerte por los esbirros mahometanos de Lala Pashá (abajo)
La noticia afectó el ánimo de los defensores de la capital, Famagusta, capitaneados por el probado guerrero Marcantonio Bragadino, decidido a pelear hasta la última resistencia. Quedó abandonado a su suerte. En la toma de Famagusta, fue bárbaramente torturado a muerte por los turcos.
Los venecianos se quejaron de la falta de colaboración de la flota genovesa. Las tormentas destruyeron una cantidad de naves.
El dolor y disgusto del Papa por la vuelta sin combatir de una flota de esa magnitud fue indescriptible. Chipre quedaba librada a su propia suerte.
Juan Andrea Doria, Almirante de la flota genovesa al servicio de España
San Pío V envió a Pompeyo Colonna a presentar su amarga queja ante el Rey Católico y a exhortarlo a concretar su entrada en la liga. Mientras tanto, redoblaba sus oraciones y las procesiones, mientras continuaban -por parte de España y de Venecia- las nubes que amenazaban la liga. Felipe II quería que, en caso de que una de las partes abandonase la liga, recayesen sobre ella penas canónicas.

La República de San Marcos no quería saber nada al respecto. ¡Oh misteriosa fuerza de las penas salvíficas de la Santa Iglesia en la conciencia de los hombres!
Pero en este calvario, cuando todo parecía estar listo, surgían nuevas disensiones. La cuestión de quién representaría a don Juan de Austria en caso de ausencia frenaba el asentimiento final del Rey Católico. Ante estas dilaciones, que le parecieron sospechosas, el Santo Padre escribió de su propia mano una misiva, pidiéndole una inmediata definición so pena de cerrar las tratativas con España –sin dejar de apoyar a Venecia en la inminente lucha.
En Roma se temía que no habría arreglo con España, y que los venecianos harían un acuerdo con los turcos –¡un final trágico de imprevisibles consecuencias!
 San Pío V, como hábil timonel, había sabido conducir las tratativas a través de los arrecifes de tantas objeciones, desconfianzas y asuntos litigiosos. Cuando su paciencia llegaba al límite, contemplaba el gran objetivo, y recuperaba una prodigiosa serenidad …
El peligro turco no se mantenía de brazos cruzados: cada vez más ciudades estaban amenazadas. Sólo en Roma por influencia del Papa se percibía plenamente el alcance del peligro del Islam para toda Europa.
A comienzos de marzo de 1571, llegó la respuesta de Felipe II, pareciendo conducir al arreglo final.
La diplomacia francesa de Carlos IX, guiada por fuerzas  que secretamente  favorecían al enemigo de la Cristiandad, llevaban a cabo un trabajo de zapa para hacer fracasar  los esfuerzos de San Pío V contra el  peligro turco
A esta altura, el rostro del Papa se hallaba marcado por señales de tristeza y disgusto. El Nuncio en Venecia le comunicaba que el Senado veneciano  alargaba las cosas. Hoy no se resolvía el acuerdo porque había una fiesta; al día siguiente tampoco, porque el Dux estaba enfermo… Se hacía sentir en la trastienda el peso de un poderoso partido que privilegiaba los intereses comerciales por encima de todo, trabajaba duramente contra la Liga y aconsejaba aceptar los ofrecimientos de paz que un Agente francés traía en nombre del Sultán. Plinio Corrêa de Oliveira seguramente le hubiese llamado el partido de los “sapos”…
La situación sumió al Papa en honda tristeza. Pero no cejaba en sus afanes y mantenía constantes reuniones con los Cardenales. Uno de ellos le aconsejó mandarlo a Marcantonio Colonna como enviado especial a la ciudad de los canales. Junto con el Nuncio Facchinetti continuaron presionando hasta lograr las condiciones de poner un plazo que, una vez vencido, implicaría la renuncia de la Señoría a la Liga. Finalmente, tuvieron éxito.
Colonna, vuelto a Roma, fue recibido de inmediato por el Papa. El 19 de mayo corrió el rumor de que las tratativas –mantenidas en secreto por orden del Pontífice- habían concluido,  y que la liga estaba formada. Era cierto pero… surgieron nuevas pretensiones que el Papa debió aceptar.
El 25 de mayo,  tras la solemne lectura, fueron aprobados los artículos de la Liga por todos los Cardenales, y jurados por el Papa y los enviados de España y Venecia. El domingo 27 se comunicó formalmente el feliz suceso. Altos dignatarios hicieron conocer públicamente la esencia y metas de la unión ofensiva y defensiva entre el Papa, el Rey de España y Venecia contra el Sultán y los estados musulmanes vasallos, Argelia, Túnez y Trípoli.
Grande fue la alegría de Pío V por la conclusión final de la Triple Alianza. Hizo acuñar una medalla recordatoria y anunció un Jubileo general para implorar la bendición del Señor de las batallas sobre la fuerza de combate cristiana.
Venecia no dejó de poner a prueba nuevamente la paciencia del Papa, postergando por un tiempo el anuncio oficial de la Liga.
Expresivo del espíritu de cruzado del Vicario de Cristo –dice el  historiador de los Papas, Ludwig von Pastor- es su esfuerzo, apenas concluida la Liga, para ampliarla y fortalecerla con otras potencias católicas.
Mandó enviados papales ante diversas cortes, cuya presencia constituyó un apostolado anti-renacentista contra la corriente. Debían evitar recibir regalos, limitar las visitas a lo necesario, no participar de banquetes, cacerías y comedias –apropiadas, en una medida equilibrada y dentro del espíritu católico, para la vida de corte, pero impropias de miembros del Clero-, vestirse con modestia, celebrar la misa y comulgar.
La entrada a la Liga quedaba abierta al Emperador y a todos los restantes príncipes del orbe cristiano, aunque ninguno más se sumó a la cruzada…
Entretanto, el Santo Padre, defensor de la Cristiandad, disponía los aprestos necesarios para el combate, deseando que tuviera lugar cuanto antes. Un testigo escribió: “en Roma no se ven más que soldados”. Con estos esfuerzos, la flota papal estuvo lista el 21 de junio.
¿Qué pasó luego, cuando todo parecía preparado para el desenlace final? ¿Había llegado el momento del esperado golpe al poderío musulmán? Lo veremos en la próxima nota.

Fuentes consultadas:

Ludwig von Pastor „Geschichte der Päpste – Im  Zeitalter der katholischen Reformation und Restauration – Pius V (1566-1572)”, Freiburg im Breisgau 1920, Herder & Co., p. 539 y ss.)

William Thomas Walsh, “Felipe II”

Fr. Justo Pérez de Urbel, “Año Cristiano”, Ed. Poblet, Buenos Aires

Leopold von Ranke, „Die Römischen Päpste in den letzten vier Jahrhunderten“, t. 1, Gutenberg-Verlag Christensen & Co., Wien
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El Papa del contraataque salvador (III) – Esfuerzos titánicos

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