San Pío V (óleo de El Greco) buscaba “la tranquilidad en el orden” y no una paz de fachada que escondiera una claudicación ante los que querían sojuzgar la Cristiandad
Los anhelos de paz de San Pío V en las turbulencias de la época eran auténticos y realistas; buscaba
“la tranquilidad en el orden” y no una paz de fachada que escondiera
una claudicación. Pero el hostigamiento de los hugonotes a los católicos
franceses y la amenaza de los turcos y de otros enemigos a las naciones
cristianas lo obligaron a consagrar gran parte de su pontificado a
combatir esos peligros.
El Gran Maestre de los Caballeros de Malta, La Valette, experto en la lucha contra el Turco, coincidía totalmente con el Papa
Estaba
convencido de que el único medio de quebrar el poderío musulmán era una
cruzada conjunta de las potencias católicas. Era también el criterio del
heroico La Valette, Gran Maestre de los Caballeros de Malta, experto en
esa lucha, a quien el Papa exhortaba a no abandonar la emblemática isla
y prepararse para una heroica resistencia.
En
marzo de 1566, en una Bula papal expresa su dolor por la amenaza turca,
doblemente grave ante la brecha creada por el protestantismo. Pide
penitencia a los fieles para aplacar la cólera de Dios e implorar su poderoso auxilio.
En el
consistorio del 2 de abril, dirige graves palabras a los presentes
expresando su propósito de comprometer todas sus fuerzas para la defensa
de la Cristiandad.
Mediante un Breve exhorta al Clero a la pureza de costumbres, pues “sólo será de ayuda la oración de sacerdotes que conserven la pureza de costumbres” (Pastor, p. 540).
Malta – ciudad y fortaleza
El
ataque musulmán a Malta lo mueve a dirigir renovadas advertencias a
España y Venecia, haciéndoles ver el peligro que corrían. Sólo obtiene
respuestas evasivas, lo que favorecía al enemigo.
Varios
ducados de señores italianos en el archipiélago del Egeo caen en un
baño de sangre en manos del insaciable poder musulmán.
San
Pío V quiere mover al Cielo para la defensa de la Cristiandad. Declara
un jubileo por el éxito de la guerra contra el turco y asiste
personalmente a la procesión de rogativas, que convoca a 40.000 fieles.
Surgen
obstáculos invencibles en el horizonte para su liga antiturca. Venecia
no quiere romper la tregua con la “Sublime Puerta”, para no perjudicar
su comercio en el Levante.
A Don
Felipe II tampoco le entusiasma la idea en ese momento de dura lucha
para mantener los Países Bajos en fidelidad, temiendo la intervención de
los príncipes protestantes alemanes.
Maximiliano II de Austria, Emperador del Sacro
Imperio Romano Germánico, a quien San Pío V -a pesar de sus
limitacioines- ayudó en la defensa de Hungría contra los mahometanos
En la
Dieta del Sacro Imperio, el Emperador Maximiliano II se muestra
preocupado por ayudar a Hungría, amenazada por el Islam. El Papa
encuentra medios de brindarle ayuda militar de los pequeños estados
italianos.
También
en 1566 cae Sziget, sumiendo al Papa en máxima preocupación, moviéndolo
a realizar un nuevo intento por la liga. Apoyado por varios Cardenales,
escribe cartas urgentes al Emperador, a los Reyes de España y a Carlos
IX y la Regente de Francia.
Comprueba que las condiciones se habían modificado para peor…
Felipe
II tenía las arcas agotadas por la guerra en los Países Bajos y la
rebelión de los moriscos en la propia España, que intentaban conseguir
ayuda de los turcos.
En
esas condiciones, el proyecto de liga queda archivado por dos años…
Entre tanto, el Papa sostenía, al Emperador en su empresa húngara, a los
caballeros de Malta bajo constante amenaza y fortalecía las costas de
los Estados Pontificios contra turcos y piratas.
Su
vigilancia no cesaba pues veía los peligros de frente y no descartaba
que el enemigo se presentara, de pronto, en la propia Ciudad Eterna. Sus
visitas servían de estímulo para hacer avanzar la construcción de
bellas y fuertes torres.
El bravo Solimán el Magnífico, azote de la Cristiandad
Su indigno sucesor, Selim II, que dominado por
el misterioso mercader José Nasi (o José Míguez, o Juan Micas, o
etc.), intentó despojar a Venecia de su “diamante”, Chipre, última
defensa del mundo cristiano en el Levante
La
muerte de Solimán el Magnífico fue un alivio para el probado Papa y el
mundo cristiano. Pero el sucesor, Selim II, sería juguete de personajes
de menor valía pero no menos peligrosos.
Entre
ellos se encontraba el judío José Míguez, que le surtía exquisitos
vinos e iba tejiendo una red envolvente que le daba cada vez mayor
influencia, a un grado impensable.
Selim II, cautivo en las redes seductoras y
excelentes vinos que le brindaba José Nasi, lo hizo Duque de Naxos,
bella isla arrancada a los católicos
Al
asumir el trono, el nuevo Sultán le entrega el Ducado de Naxos. No
contento con esto, el ambicioso cortesano sabe cómo picar su interés por
Chipre, que por sus riquezas naturales y posición estratégica era “el
diamante” de Venecia. Los dignatarios del Imperio turco tenían objetivos
más vitales y querían evitar la guerra con la República de San Marcos.
Pero José Míguez –José Nasi, para los otomanos- con artes seductoras, y
argumentando que los caudales venecianos vendrían de maravillas para la
construcción de la mezquita de Adrianópolis, logra inclinar a su favor
la balanza del poder. Se alegraba ante la perspectiva de que el oro
cristiano sirviera para financiar un templo mahometano y un foco de
fanatismo anticristiano. Finalmente infló los humos del Sultán,
diciéndole que, como sucesor de los faraones, le correspondían derechos
sobre Chipre.
El
incendio del arsenal de Venecia y las malas cosechas decidieron a Selim
II a romper la paz firmada con “la Señoría” 30 años antes, disponiéndose
a despojarla de su precioso Chipre, última fortaleza cristiana en
Levante.
Venecia vista por Guardi en un día festivo – El
ultimátum de Selim II cayó como un rayo, echando por tierra la ilusión
de una paz duradera con la agresiva potencia mahometana
El 1º
de febrero de 1570 llegaba a Venecia Cubat, enviado de Selim, portando
el ominoso ultimátum. La sorpresa de la Señoría, que creía “tener sujeto
al Sultán del borde del manto”, cayó como un rayo.
Durante años había echado al viento las advertencias arriesgando su honra. ¿Adónde pedir ayuda ahora?
Estando
Alemania y Francia sacudidas por problemas internos, sólo le quedaban
España y la Santa Sede, con las que no estaba en muy buenas relaciones.
Su actitud ante la Inquisición romana, “asunto que tocaba al Papa en lo
más hondo” pues velaba por la fidelidad a la doctrina y las buenas
costumbres, era una de las causas (ibid., p. 547).
El
mar de fondo en la República de San Marcos distaba de ser el calmo Gran
Canal de los grandes pintores. El Nuncio Fachinetti informaba,
preocupado, al Pontífice, que
Venecia seguía reacia a la formación de la liga, y que le interesaba la
defensa de sus posesiones pero no estaba dispuesta a defender las de
España!
Más
tarde expresaba que –ante la inminencia de la guerra- parecía estar
dispuesta a formar la coalición, pero que habría que comprometerla en
términos tales que le fuera imposible echarse atrás “sin incurrir en la
mayor deshonra”.
No
obstante, la República aristocrática conservaba su sentido de honra.
Cuando a fines de marzo llegaba nuevamente al puerto el enviado del
Turco, a recibir la respuesta al ultimátum, se le prohibió la entrada a
la ciudad.
Al
día siguiente, acompañado por guardias, fue admitido en el Senado
veneciano. Con palabras de fría dignidad se le dio a conocer el rechazo
rotundo al ultimátum. Se le reprochó la falta de todo motivo razonable a
la actitud de la Puerta de violar la palabra dada. Agregando que
Venecia se defendería por las armas confiando en la Justicia Divina, y
así lo haría con Chipre, su legítima propiedad.
Mientras
tanto, entre las potencias cristianas que el Papa quería coaligar
surgían dudas y desconfianzas. Se dudaba si la respuesta firme de
Venecia no tenía por objeto real impresionar al enemigo para lograr
ventajas con vistas a una posible paz, que tendría consecuencias
desastrosas para las otras potencias. En cuanto a España, las
vacilaciones de Felipe II también daban que pensar.
El
Card. Granvela, representante del Rey Católico, decía que sería
conveniente que Venecia sufriera un ataque para que comprendiera que
necesitaba aliados. El Card. Commendone le salió al cruce evocando los
servicios prestados por ella a la Cristiandad y al Papado.
Finalmente,
prevaleció el criterio del Papa: había que ayudar cuanto antes a
Venecia, porque no se trataba sólo de ella sino de toda Italia; más aún,
de la honra y el bien de toda la Cristiandad.
San Pío V seguía batallando y apoyando la resistencia. Para
la defensa de Chipre, autoriza un diezmo de 100.000 escudos de oro, y
da un paso decisivo: manda un enviado especial, un español, a Felipe II a
pedirle ayuda para Venecia e instándolo a formar una liga con ésta.
Su
mensaje contenía una viva descripción de su dolor por el peligro en que
se encontraba la Cristiandad, y su opinión de que ningún monarca
católico estaba en condiciones de resistir por su cuenta el poderío
turco. Que en esta gloriosa empresa, por su destacada piedad y su poder,
le correspondía al rey de España el primer lugar. Prometía apoyarlo con
alegría y vaciar el tesoro de sus estados, insistiendo en la necesidad
de una inmediata ayuda militar. Lo conjuraba en nombre de la
misericordia de Dios a enviar una flota poderosa a Sicilia para socorrer
a Malta y abrir paso a las tropas de auxilio a Chipre. Así, finalizaba,
serían totalmente destruidos los planes de los turcos.
El
enviado papal fue recibido con todas las honras pero, aunque no se le
dio una respuesta inmediata, el Rey le ordenó a su Almirante, el genovés
Juan Andrea Doria, mover su flota a Sicilia, como pedía el Papa.
Asimismo, Felipe II designó representantes para las tratativas de la liga,un gran paso adelante.
Consciente
de sus responsabilidades ante el peligro de la Cristiandad, el Santo
Padre no dejó ningún intento por hacer. Trató de lograr el apoyo del Rey
de Portugal para la liga, y de evitar el enlace de la hermana del Rey
de Francia con el protestante Enrique de Navarra, haciendo que el monarca portugués se casara con Margarita de Valois. Lamentablemente, los pedidos cayeron en saco roto.
Carlos IX de Francia – La diplomacia francesa
no sólo no colaboró con la Liga católica sino que trabajó en su contra –
La Revolución anticristiana en su primera etapa renacentista-protestante, estaba en plena eclosión, como señala Plinio Corrêa de Oliveira en “Revolución y Contra-Revolución”
Peor aún fue lo que ocurrió con la corte de Francia, que mantenía relaciones amistosas con los turcos. El
Papa se empeñó a fondo dirigiendo una fogosa misiva a Carlos IX. En
ella se quejaba de los males de la Cristiandad, que con el peligro turco
llegaban a su auge.
A la
fría negativa de Francia respondió el Vicario de Cristo con una nueva
carta, muy seria, advirtiéndole al Rey que, en caso de no
querer dejar las relaciones amistosas con la Puerta, se encontraría en
un camino totalmente errado, pues no debe hacerse nada malo para lograr
algo bueno (lo contrario del maquiavelismo ya en boga…). Y agregaba que
el Rey se equivocaba grandemente manteniendo esa
amistad con el enemigo de todos los príncipes cristianos, a quien
debería evitar como la peste. Lo que se podía esperar de él lo estaba
experimentando Venecia, le decía. Y terminaba con un llamado a seguir el
ejemplo que Francia, el país de las cruzadas, diera en los tiempos de
su gloria y grandeza.
Pero
el mundo ya vivía la primera etapa de la Revolución anticristiana,
magistralmente descripta por Plinio Corrêa de Oliveira en “Revolución y
Contra-Revolución” (ed. online). No sólo la Francia de los Valois –el
“Reino Cristianísimo”- no colaboraba: la diplomacia francesa trabajaba
en contra de San Pío V intentando un arreglo entre Venecia y el Turco.
Tampoco
el más alto dignatario temporal del orbe, el Emperador Maximiliano,
quería romper con la Puerta y prefería seguir pagándole un tributo
llamado “regalo honorífico” (¡!).
El Zar desoyó el llamado del Papa, que podría
haber reconducido a Rusia a la verdadera Iglesia y a una plena
civilización cristiana, y prefirió seguir cultivando relaciones
amistosas con los enemigos de la Fe
Los
horizontes del gran Papa se extendían con mirada de águila hasta Rusia y
Polonia. Quería retomar lazos diplomáticos tendidos por sus antecesores
con los Zares, pero las enérgicas misivas papales tampoco lograron
mover al gigante eslavo –separado ya entonces de la Iglesia desde varios
siglos antes- ni a su vecina, la católica Polonia. Era una lucha
titánica de un Pontífice capaz de vencer las tremendas distancias y
dificultades, de mantener un servicio de informaciones de increíble
eficiencia y de hacer todos los esfuerzos y sacrificios. Pero la dureza
de los hombres renacentistas…
Ante
este panorama no se doblegaba su voluntad y tanto más se aferraba a
concluir la alianza entre España y Venecia, a la que se oponían
obstáculos casi invencibles, dados los respectivos intereses de ambas
potencias.
¿Cómo lograría vencer semejantes impedimentos? Lo veremos en la próxima nota.
Fuentes consultadas:
Ludwig von Pastor „Geschichte der Päpste – Im Zeitalter
der katholischen Reformation und Restauration – Pius V (1566-1572)”,
Freiburg im Breisgau 1920, Herder & Co., p. 539 y ss.)
Fr. Justo Pérez de Urbel, “Año Cristiano”, Ed. Poblet, Buenos Aires
Leopold von Ranke, „Die Römischen Päpste in den letzten vier Jahrhunderten“, t. 1, Gutenberg-Verlag Christensen & Co., Wien
Una obra clave: Revolución y Contra-Revolución
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