La bandera en la margen derecha del Río Pueblo Viejo - (hacer click para agrandar)
Homenaje a la fundación de la primera ciudad argentina en su emplazamiento originario
LA
CLARINADA DEL 29 DE JUNIO A ORILLAS DEL RIO PUEBLO VIEJO
ROMPIO UN SILENCIO DE SIGLOS
No es nuestra
intención relatar lo que ocurrió en el lugar de nacimiento de Barco el pasado
29 de junio sino tan sólo esbozar algunas impresiones.
Una cohorte de automóviles, collar movedizo, serpenteando en el camino de herradura,
envuelto en una nube de polvo, suave cortina que velaba en algo el cielo puro y
el tapiz flamenco de cedros, lapachos y bromelias, enmarcando silenciosas casas
de piedra crecidas en la hierba luminosa, defendidas por la empalizada de inmensos
pinos. Cruzando puentes de piedra revestidos de heráldico musgo rumbo a lo
irreal, etéreo, sublime y desconocido.
A una hora, quizás, de Monteros, en un paraje marcado por la
brújula precisa de la historiadora, los vehículos se detuvieron. Bajaron
entusiastas de nuestra nacionalidad de las provincias del antiguo Tucumán,
especialmente de la propia San Miguel convocante, “nueva tierra de promisión”,
heredera del glorioso nombre de Tucma.
Allí se abre imponente, bañado de luz, el abanico de cerros y
torrentes montañosos que bajan del Aconquija. Es la Quebrada del Portugués. Colonizador mítico que
nos observaba, protector y hospitalario, desde algún “devisadero”.
Un grupo de pioneros se lanzó barranca abajo y cruzó el río Pueblo
Viejo, plantando en la margen derecha -donde se levantaba Barco- nuestra
bandera, que ondeaba, feliz, en su esbelto mástil, como diciendo: “¡ya era
hora…!”
Cerros y aves cumbreñas escucharon cantar: “Salve, Argentina,
bandera de mi patria, girón del cielo en donde impera el sol…”, y: “Oíd,
mortales, el grito sagrado, ¡libertad, libertad, libertad…!”. Asimismo, se rezó
por las almas de los pobladores que dejaron su vida en la empresa.
Cumplida su misión, regresaron los portaestandartes trepando
nuevamente la barranca, sumándose al grupo que templaba el cuerpo y el espíritu
en el rocío matinal, con café, caramelos de pasta de caña –¡¿mazapán tucumano?!-
y mistela de Santa María. Tertulia sorpresa debida a las delicadezas de una
dama de arraigo de esa legendaria villa de la Virgen de la Candelaria, en los
valles calchaquíes.
La Reina del Cielo y
de la tierra no podía faltar en ceremonia tan genuinamente argentina. Gauchos
del Fortín Virgen Generala paseaban garbosamente su estandarte de Ntra. Sra. de
la Merced, con
no menos orgullo que aquel con el que Núñez de Prado enarbolara el del Rey Católico 463
años antes, al fundar Barco, en el mismo lugar.
También irradiaba sus bendiciones el cuadro representando a la
célebre Imagen Peregrina Internacional de Nuestra Señora de Fátima, traído de
su Ermita sañogasteña. Talla sagrada que tocó las profundidades de alma de
miles de caminantes, de todo color, católicos y no católicos, en Nueva Orleáns
(EE.UU.), en 1972, con el expresivo mensaje milagroso de sus cristalinas lágrimas…
En la majestad de la naturaleza virgen, verde y dorada, la quebrada abría sus brazos pareciendo decir: “¡los
esperábamos!”.
La eximia historiadora laureada evocó puntualmente la historia de
la fundación y su importancia concreta;…del primer núcleo hispano-cristiano venido
a “poblar un pueblo” que beneficiara a pobladores y a naturales; a cumplir la
consigna de la autoridad competente, el Lic. La Gasca, Gobernador del Perú,
cuya aldea natal, Barco de Avila, fue cortésmente tenida en cuenta para dar el
nombre a la ciudad primeva.
Cerró el acto el pionero de la idea, “el ideólogo” –diría
Levillier-, de esta “Junta de Vecinos de solar conocido”, el caballero amigo
cuyo entusiasmo y poder de convocatoria había reunido allí un representativo grupo
de personas que buscaban en esas aguas y esas rocas las preciosas esencias de
la patria.
Esencias históricas y surcos fundacionales de una Argentina que,
como Barco, sacudida por tempestades y despotismos, no está exenta del peligro de
naufragar; pero que, con la ayuda de la Virgen Patrona, que quiso estar
en doble y espontánea expresión, sostenida por argentinos de ley, fieles a sus
raíces históricas, católicas e hispano-indígenas, llegará a buen puerto, así
como Barco se consolidó y fue finalmente Santiago del Estero, “Madre de
Ciudades”.
Fue ésta una convocatoria fundante, surgida de un impulso que brota
de las capilaridades de la
Argentina real. País latente bajo la capa asfáltica del
estatismo y del macro-capitalismo publicitario, que se dan la mano para soterrarla.
Por eso su repercusión publicitaria fue escasa, pero su repercusión real fue
incalculable.
El acto marca un antes y un después. La clarinada del 29 de junio
de 2013 en la Quebrada
del Portugués, en las márgenes del Río Pueblo Viejo, ha roto un silencio de
siglos, y constituye una señal de una
Argentina dispuesta a remar contra la corriente impuesta, en vías de
renovación.
Pues tradición histórica es continuidad en el esfuerzo y en la
identidad, condición indispensable para el futuro. La juventud que allí estaba,
y las generaciones presentes, admiradoras de la gesta fundacional de Barco, han
encendido una antorcha que pasará de mano en mano y se multiplicará.
Felicitaciones, queridos amigos del Instituto Tucumano de Cultura
Hispánica, por esta señera iniciativa.
1 comentario:
Qué buen artículo! No solo me ilustró, también fue un deleite su lectura
Uno mis saludos a los miembros del Instituto Tucumano de Cultura Hispánica, fieles a las tradiciones de nuestra Patria.
Voy a difundir esta nota.
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