Escena de La Gran Entrada, gouache de Francisco Fortuny
25 de julio - Fundación de Santiago del Estero, "Madre de Ciudades" - 1ª nota
Diego de Rojas, el Pionero del Tucumán
La conquista y colonización del Tucumán, en el siglo XVI, tuvo características diferentes que las de las otras dos regiones en que se fundaron ciudades, el Litoral y Cuyo. Las ciudades del litoral fueron fundadas por Adelantados venidos directamente de España y sus subordinados. Las de Cuyo, por conquistadores enviados desde la Capitanía General de Chile, de la que dependía.
Las fundaciones en el Tucumán, que abarcaba desde Jujuy y Salta a La Rioja, más parte de Córdoba
y del Chaco, nacieron vinculadas al Perú. Este brillante centro era la capital
de América del Sur, del que salieron grandes empresas descubridoras a Quito,
Chile y el Amazonas. Desde Lima (fundada por Pizarro como Ciudad de los Reyes,
en 1535) una generación de pensadores y estadistas intentaría unir el Perú
y la región de los Charcas con el Río de la Plata, el Pacífico con el Atlántico. En el marco
de esta acción planificada se forma el Tucumán hispano-indígena.
Diego de Rojas era conquistador nato y acaudalado vecino. Como vecino
feudatario, pertenecía a la clase dirigente que integraba el Cabildo. Había
participado de las legendarias conquistas de Guatemala y del Perú.
Como Teniente de Gobernador de la destacada Charcas, organizó entradas
contra los aborígenes chiriguanos, muy temidos y detestados, que exterminaban a
los pacíficos chanés. Comprobó la imposibilidad de llegar al Plata por el
Chaco: sólo quedaba hacerlo por el Tucma.
Los conquistadores del Perú tenían noticia de esta región que caía entre
la cordillera de Chile y el río grande. La expedición de Almagro se
había topado con un contingente de miles de indios diaguitas que llevaban a
pie, sobre angarillas, un pesado tributo en oro al Inca. No sabían que el
monarca había sido depuesto por Pizarro. También se hablaba de la
fabulosa Ciudad de los Césares, que, según decían, estaba en la Patagonia .
Todo esto era un gran incentivo para el espíritu de aventuras del
hidalgo Rojas, que arriesgaría nuevamente su vida y su fortuna para recorrer
por primera vez el interior del desconocido país argentino.
La misión le fue encomendada por el Gobernador del Perú, Vaca de Castro,
quien lo nombró Justicia Mayor y Gobernador de las tierras a descubrir. Rojas
se asoció a otros dos conquistadores: el regidor de Cuzco, Felipe Gutiérrez,
designado Capitán General, y Nicolás de Heredia, nombrado Maestre de Campo,
para poder costear una expedición acorde a un proyecto tan osado. El era
experto en lograr grandes resultados con medios modestos.
Cada uno debía formar un pequeño ejército, y partir con algunas semanas
de diferencia. En total, no llegaban a 200 españoles, acompañados por indios
cargueros. Integraban la expedición dos sacerdotes, elemento de gran
importancia; y unas pocas mujeres, que deberían tener un coraje de varón (a una
de ellas le tocaría custodiar con armas unos caciques presos y evitar su fuga,
mientras los indígenas atacaban el real...).
Pasando el lago Titicaca y el
Altiplano llegó hasta Chicoana, pueblo de indios de los valles calchaquíes.
Para su sorpresa, halló “gallinas de Castilla”, que no eran autóctonas. Pensó que vendrían de la expedición de Pedro
de Mendoza, torció el rumbo hacia el sudeste y llegó al Tucma, fuera, ya, del
territorio conocido del reino del Perú.
En Capaya, tuvo un choque con el cacique Canamico, rodeado de sus
“indios de guerra”, ante quienes se presentó sin guardias, demostrando increíbles habilidades de jinete,
guerrero, diplomático y psicólogo. Le habló de la causa común entre
españoles e indígenas y le pidió alimentos y permiso para pasar. Estos no
aceptaron y comenzaron a encerrarlo. Hubo una refriega en que Rojas peleó solo
hasta que llegaron sus hombres. La victoria estuvo del lado español, pero el
jefe evitó todo mal trato. Finalmente logró paso, alimentos y cierta amistad
con Canamico.
Encontró por fin la hueste de Felipe Gutiérrez. Fue una gran alegría
para ambos. El conquistador solía comer en la tienda de su recién llegado
socio, cuya acompañante se esmeraba en prepararle buenas comidas. Continuando rumbo al este entraron en el actual
territorio santiagueño. Los ataques de los naturales arreciaban. Diego de Rojas
fue alcanzado por una pequeña flecha que no llegó a clavársele, a la que no dio
importancia.
Pronto se manifestaron signos de envenenamiento. Se pensó que era por
causa de las comidas, se acorraló a la mujer que cocinaba, que clamaba
inocencia. La situación resultó propicia para un joven conquistador tan
inescrupuloso como valiente, tan calculador como esforzado, de una osadía sólo
igualada por su dureza: Francisco de Mendoza.
Aprovechando la confusión y el indescriptible sufrimiento del moribundo,
de quien era ayudante, hizo que lo designara su heredero. Desplazó en la
herencia a la propia hija del gobernador, y a Felipe Gutiérrez en el mando.
Así terminó sus días el noble Diego de Rojas, el gran expedicionario del
interior argentino, pionero y primer
Gobernador del Tucumán (1543). Su sacrificio no fue en vano. Abrió el camino a
la región mediterránea. No terminaría el siglo XVI sin que esa ruta quedara
jalonada de pequeñas ciudades con ganas de vivir, entre ellas, Salta. La
primera gobernación argentina asomaba a la Historia.
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