miércoles, 17 de junio de 2020

Siglos de Fe..., 36a. nota: Batalla de Tucumán - La reforma eclesiástica de Rivadavia – “su conducta infernal” (San Martín)


Belgrano nombrando a la Virgen de la Merced Generala del Ejército argentino

La Virgen del Carmen de Cuyo, designada Patrona del Ejército de los Andes por San Martín

Placa funeraria del sacerdote apóstata Julián Segundo de Agüero

Rivadavia, autor de la anticatólica Reforma religiosa

Nota 36ª

Batalla de Tucumán  

El “viraje” en sentido inverso al jacobinismo había comenzado ya, en el Norte, a raíz del repudio a los desmanes anticlericales en el Alto Perú.
Fue preciso ganarse al pueblo recurriendo a la veneradísima figura de la Virgen María para galvanizar las fuerzas desmoralizadas. (Algo similar se repetirá más tarde con Facundo Quiroga y su lema “Religión o muerte”).
En Tucumán, gracias a Nuestra Señora –dice Cayetano Bruno, S.D.B.- renació la patria muerta después de Huaqui, el 24 de septiembre de 1812, festividad de La Merced (p. 153). Y agrega: “Acaso ningún pueblo de la tierra podrá preciarse de haber crecido tan vinculado a la Madre de Dios”.
Después de los desmanes en el Alto Perú es que Belgrano nombra a Nuestra Señora Generala del Ejército y hace una campaña que, en opinión del citado autor, tiene aspectos de cruzada –propios del argentino, como se vio en 1806 y 7.
San Martín adopta similares criterios y nombra a la Virgen Patrona y Generala del Ejército. El Estado chileno, pese al laicismo imperante, le atribuye la victoria de Maipú (Bruno, o.c., p. 369).
Es difícil conocer el pensamiento profundo de nuestros próceres. Pues en Lima, debe denunciar el Obispo las intromisiones regalistas que llenan el gobierno de San Martín (ibid, p. 376).
El Libertador declaró que quería, en el Perú, un gobierno opuesto a las ideas exaltadas que por desgracia se difundieron después de la Revolución de 1792. No obstante su nieta, que vivió con él, temía que fuese masón.
Sin perjuicio de su envergadura como militar y estadista, no fue -concluye Bruno- un exponente cabal del catolicismo (ibid., p. 406).

La reforma eclesiástica de Rivadavia – “su conducta infernal” (San Martín)
El espíritu anticristiano de la “minoría logista” y su política de centralismo desarticulador de la Argentina orgánica fue causa de la reacción de Santa Fe y Entre Ríos, que derrotan las fuerzas del Directorio en la Cañada de Cepeda (1820). Las provincias recuperan su autonomía y la tendencia federal comienza a imponerse en el interior.  
Buenos Aires será el laboratorio de una nueva experiencia irreligiosa con Bernardino Rivadavia. Aún él buscará rodearse de apariencias de católico para ganar crédito ante la opinión pública y realizar su obra masónica (Bruno, o.c., p. 422).
Mientras intima al judaizante Ramos Mejía a no hacer prácticas contra la religión del país, publica un diario volteriano y es adepto de la ideología republicana de Francia e Inglaterra, en la versión de los liberales españoles.
Posee las obras de Raynal y de Voltaire, y pone en práctica sus lecciones. Comisiona a Sarratea y Pazos Silva para que encarguen un libro al sacerdote apóstata y militante contra la Iglesia Llorente; es la obra clave de la reforma eclesiástica rivadaviana  (ibid., p. 424).
Consistió tal reforma en la intervención descarada en la Iglesia, introduciendo la desobediencia y la relajación moral en las órdenes religiosas, valiéndose de cualquier pretexto para entrometerse en la vida monástica para deteriorarla y acabar con ella, mediante expropiaciones –como la de los Recoletos-, traslados y odiosas medidas de fuerza.
La mejor parte de la sociedad se siente chocada por esta acción, que divide el cuerpo social en dos corrientes, que se irán definiendo como unitarios y federales.
Recluta ideólogos y colaboradores entre sacerdotes extraviados (ibid., p. 426).
Entre éstos se cuenta el Deán Funes.  El Centinela es el nombre del periódico impío donde él y otros se burlan de lo más sagrado, abogando por la abolición de los conventos.
Otro colaborador de Rivadavia es el sacerdote apóstata Julián Segundo de Agüero, primer profesor de Filosofía en Buenos Aires. Como los gnósticos actuales difusores de “El Código Da Vinci”, negaba la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo (Bruno, o.c., p. 431).
En suma, la política de Rivadavia consistió en “amarrar la Iglesia al carro del enciclopedismo volteriano” (ibid., p. 461). Para mejor hacerlo, iba a misa todos los domingos, y a su muerte hubo un gran funeral en la Catedral.
La Revolución, afirma Guillermo Furlong, S.J., fue obra de cuatro hombres, que contaban con apoyo popular. La reforma eclesiástica, en cambio, lo fue de un reducido núcleo que carecía de él. El pueblo, con ganas de pasar a las vías de hecho, gritaba “¡a la herejía!”: el Ministro Rivadavia se tornó el hombre más impopular.
El mismo gobierno que persiguió a la Iglesia suprimió los Cabildos. El decreto inspirado en la “conducta infernal” de Rivadavia –como la calificara San Martín-, fue suscripto por el Gobernador Martín Rodríguez y su ministro Manuel García (ibid., p. 446).
Elocuente acción contra “el trono y el altar”… “El trono”, aquí, eran ante todo las instituciones, familias y costumbres destiladas desde el siglo XVI. Destruyendo ese “trono”, “el altar” perdió un apoyo fundamental. Implantado el laicismo de estado, sin gran oposición, como si no dañara profundamente a la Iglesia, se fue perdiendo la concepción católica de la sociedad.
El catolicismo de muchos quedó reducido a la misa dominical y la recepción de algunos sacramentos, o para efectos ceremoniales, ajeno a las grandes cuestiones de fondo de orden temporal. Inestimable victoria del error lograda en base al silenciamiento de la doctrina político-social de los Papas. 
Luis María Mesquita Errea
36a. nota
Sigue en nota 36a.

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