14ª nota
II. PERÍODO DE CONSOLIDACIÓN – “SIGLO DE PLATA” (ca. 1630-1750)Entramos en un período menos espectacular que el “Siglo de oro”, de inmenso valor para la formación de la Argentina, cuya nota capital es la consolidación y defensa de lo edificado.
Se destacan en este “Siglo de plata”:
· Las Guerras Calchaquíes y del Chaco, que galvanizan e inspiran épicas tradiciones religiosas
· El espíritu de resistencia y progreso de las ciudades
· La definición de nuestra identidad: “con certeza, dice Prudencio Bustos Argañaraz, en el siglo XVII se plasmó la idiosincrasia criolla, con sus variedades regionales”.
Las dos Guerras Calchaquíes del siglo XVII
El Gran Alzamiento calchaquí (1630-1646), conmueve la inmensa región que abarca el Tucumán y Cuyo, y pone a prueba la civilización hispano-indígena de norte a sur.
Es importante analizar detenidamente sus causas, ya que se suele brindar una versión insuficiente y parcial. Los resultados de nuestra propia investigación se encuentran en el trabajo de seminario “Pedro Nicolás de Brizuela – Conquistador, encomendero y fundador – Protector del indio y gobernante” (Sañogasta, 2004), al cual nos remitimos brevitatis causae.
Dos puntos esenciales, que generalmente no se tienen en cuenta, son:
· que la ofensiva de las huestes de Chalimín no fue un alzamiento sino una guerra de exterminio dirigida contra todo lo hispano e indígena católico
· que tampoco se trató de una guerra de indios contra españoles; del lado cristiano combatieron pueblos indígenas fieles, sin los cuales todo se habría perdido. Así consta en las cartas al Rey del Gobernador don Felipe de Albornoz.
La rebelión comienza por el asesinato del encomendero Urbina, parte de su familia y un misionero franciscano; sigue la destrucción de poblados de indios amigos, y continúa sembrando muerte y devastación, profanando iglesias y el Santísimo, ensañándose con los sacerdotes. Fray José Torino, mercedario riojano hijo de primeros pobladores, es una de sus víctimas: los Atiles le quiebran hueso por hueso de pies y manos en medio de gran algarabía.
Los cristianos reaccionan en defensa de la patria y la Fe amenazadas. En su mayoría no son peninsulares sino nacidos en este suelo: indios, criollos y mestizos.
Se destaca don Jerónimo Luis de Cabrera (II), general argentino injustamente olvidado –como aquellos sacerdotes mártires. Gran señor y gran soldado, salva a toda la población de Londres –vital núcleo cristiano perdido en la inmensidad, en el camino a Chile.
Chalimín está a punto de destruirlos; logra entonces Cabrera ubicarlos en sus propias carretas, ya que el jefe indígena les robó las caballadas.
Los lleva a La Rioja sin pérdida de vidas, pese al hostigamiento incesante, las rociadas de flechas y el envenenamiento de las aguas. Es un triunfo notable sobre el cacique que señoreaba sobre todas las parcialidades rebeldes de los valles, de Salta a San Juan. Debe contentarse con destruir la abandonada Londres y las haciendas vecinas, pues lo que realmente sabe hacer es destruir.
Llega Cabrera a La Rioja con su éxodo, cuando jinetes calchaquíes intentan incendiarla… y la salva. Funda cuatro fuertes en puntos estratégicos del comando sur del Tucumán, que sirven para fines defensivos y colonizadores que se convertirán en pueblos. Refunda en Pomán la destruida Londres mostrándole al enemigo que no cederá a sus embates.
Castiga con dureza al cacique Coronillas, que vino del norte a sublevar a los diaguitas, como se hacía entonces con los criminales y traidores al Rey. Rechaza el rescate de oro macizo que el cacique le ofrece, diciendo con altura: “no he venido a enriquecer sino a castigar traidores”.
A sus órdenes se inicia un guerrero de unos 26 años, venido de Castilla la Vieja, Pedro Nicolás de Brizuela, gentilhombre arcabuz que pelea “a su costa y minción”, como un caballero de la Reconquista. Y como tal, acomete hazañas legendarias. Con un tiro de arcabuz deja tendido en Tinogasta al jefe de las huestes atacantes, salvando su vida y ganando por Su Majestad una batalla. En ese momento un grupo de calchaquíes intentaba llevárselo para hacerle sufrir el acostumbrado cruel suplicio.
Quince años después es el General que pone fin al Gran Alzamiento en el que se inició como soldado, mereciendo la gratitud de los vecinos de San Juan Bautista de la Ribera (Londres) y del Gobernador. Como Cabrera, asiste a la población generosamente, con su hacienda.
El ansiado final de la guerra se logra tomando preso al bravo cacique Utimba. Este se entrega al ser vencidas las huestes rebeldes de Hualfín por una fuerza militar constituida sólo por indios fieles. Lo notable es que éstos pelearon siguiendo puntualmente las instrucciones dadas por el General Brizuela, cuyo buen trato ayudó a consolidar el vínculo de fidelidad al Rey Católico.
Se hace patente aquí la coordinación y creciente unión personal y de objetivos entre españoles e indios cristianos. Sumada a la fusión de razas, se consolidaba la Argentina temprana en la empresa común de pelear contra el adversario.
Actúan tipos humanos característicos que encarnan intrépidos jefes como Ramírez de Contreras y Nieva y Castilla, llenos de inventiva y recursos. Los feudatarios con sus escuderos y mesnadas defienden personalmente ciudades, pueblos indígenas y haciendas.
En la segunda mitad de siglo estalla la II Guerra Calchaquí (1657-1665). La provoca la ambición del falso inca Pedro Bohórquez, andaluz resentido, amañado con una india, que encuentra campo propicio en sectores calchaquíes recalcitrantes en su paganismo.
Horroriza a los cristianos ver que los paganos inmolan sus mujeres e hijos arrojándolos al precipicio antes que entregarse. Con ayuda de los naturales prevalece por fin la sociedad hispano-indígena, al pasar la dura prueba que intentó borrarla de nuestro territorio.
II. PERÍODO DE CONSOLIDACIÓN – “SIGLO DE PLATA” (ca. 1630-1750)Entramos en un período menos espectacular que el “Siglo de oro”, de inmenso valor para la formación de la Argentina, cuya nota capital es la consolidación y defensa de lo edificado.
Se destacan en este “Siglo de plata”:
· Las Guerras Calchaquíes y del Chaco, que galvanizan e inspiran épicas tradiciones religiosas
· El espíritu de resistencia y progreso de las ciudades
· La definición de nuestra identidad: “con certeza, dice Prudencio Bustos Argañaraz, en el siglo XVII se plasmó la idiosincrasia criolla, con sus variedades regionales”.
Las dos Guerras Calchaquíes del siglo XVII
El Gran Alzamiento calchaquí (1630-1646), conmueve la inmensa región que abarca el Tucumán y Cuyo, y pone a prueba la civilización hispano-indígena de norte a sur.
Es importante analizar detenidamente sus causas, ya que se suele brindar una versión insuficiente y parcial. Los resultados de nuestra propia investigación se encuentran en el trabajo de seminario “Pedro Nicolás de Brizuela – Conquistador, encomendero y fundador – Protector del indio y gobernante” (Sañogasta, 2004), al cual nos remitimos brevitatis causae.
Dos puntos esenciales, que generalmente no se tienen en cuenta, son:
· que la ofensiva de las huestes de Chalimín no fue un alzamiento sino una guerra de exterminio dirigida contra todo lo hispano e indígena católico
· que tampoco se trató de una guerra de indios contra españoles; del lado cristiano combatieron pueblos indígenas fieles, sin los cuales todo se habría perdido. Así consta en las cartas al Rey del Gobernador don Felipe de Albornoz.
La rebelión comienza por el asesinato del encomendero Urbina, parte de su familia y un misionero franciscano; sigue la destrucción de poblados de indios amigos, y continúa sembrando muerte y devastación, profanando iglesias y el Santísimo, ensañándose con los sacerdotes. Fray José Torino, mercedario riojano hijo de primeros pobladores, es una de sus víctimas: los Atiles le quiebran hueso por hueso de pies y manos en medio de gran algarabía.
Los cristianos reaccionan en defensa de la patria y la Fe amenazadas. En su mayoría no son peninsulares sino nacidos en este suelo: indios, criollos y mestizos.
Se destaca don Jerónimo Luis de Cabrera (II), general argentino injustamente olvidado –como aquellos sacerdotes mártires. Gran señor y gran soldado, salva a toda la población de Londres –vital núcleo cristiano perdido en la inmensidad, en el camino a Chile.
Chalimín está a punto de destruirlos; logra entonces Cabrera ubicarlos en sus propias carretas, ya que el jefe indígena les robó las caballadas.
Los lleva a La Rioja sin pérdida de vidas, pese al hostigamiento incesante, las rociadas de flechas y el envenenamiento de las aguas. Es un triunfo notable sobre el cacique que señoreaba sobre todas las parcialidades rebeldes de los valles, de Salta a San Juan. Debe contentarse con destruir la abandonada Londres y las haciendas vecinas, pues lo que realmente sabe hacer es destruir.
Llega Cabrera a La Rioja con su éxodo, cuando jinetes calchaquíes intentan incendiarla… y la salva. Funda cuatro fuertes en puntos estratégicos del comando sur del Tucumán, que sirven para fines defensivos y colonizadores que se convertirán en pueblos. Refunda en Pomán la destruida Londres mostrándole al enemigo que no cederá a sus embates.
Castiga con dureza al cacique Coronillas, que vino del norte a sublevar a los diaguitas, como se hacía entonces con los criminales y traidores al Rey. Rechaza el rescate de oro macizo que el cacique le ofrece, diciendo con altura: “no he venido a enriquecer sino a castigar traidores”.
A sus órdenes se inicia un guerrero de unos 26 años, venido de Castilla la Vieja, Pedro Nicolás de Brizuela, gentilhombre arcabuz que pelea “a su costa y minción”, como un caballero de la Reconquista. Y como tal, acomete hazañas legendarias. Con un tiro de arcabuz deja tendido en Tinogasta al jefe de las huestes atacantes, salvando su vida y ganando por Su Majestad una batalla. En ese momento un grupo de calchaquíes intentaba llevárselo para hacerle sufrir el acostumbrado cruel suplicio.
Quince años después es el General que pone fin al Gran Alzamiento en el que se inició como soldado, mereciendo la gratitud de los vecinos de San Juan Bautista de la Ribera (Londres) y del Gobernador. Como Cabrera, asiste a la población generosamente, con su hacienda.
El ansiado final de la guerra se logra tomando preso al bravo cacique Utimba. Este se entrega al ser vencidas las huestes rebeldes de Hualfín por una fuerza militar constituida sólo por indios fieles. Lo notable es que éstos pelearon siguiendo puntualmente las instrucciones dadas por el General Brizuela, cuyo buen trato ayudó a consolidar el vínculo de fidelidad al Rey Católico.
Se hace patente aquí la coordinación y creciente unión personal y de objetivos entre españoles e indios cristianos. Sumada a la fusión de razas, se consolidaba la Argentina temprana en la empresa común de pelear contra el adversario.
Actúan tipos humanos característicos que encarnan intrépidos jefes como Ramírez de Contreras y Nieva y Castilla, llenos de inventiva y recursos. Los feudatarios con sus escuderos y mesnadas defienden personalmente ciudades, pueblos indígenas y haciendas.
En la segunda mitad de siglo estalla la II Guerra Calchaquí (1657-1665). La provoca la ambición del falso inca Pedro Bohórquez, andaluz resentido, amañado con una india, que encuentra campo propicio en sectores calchaquíes recalcitrantes en su paganismo.
Horroriza a los cristianos ver que los paganos inmolan sus mujeres e hijos arrojándolos al precipicio antes que entregarse. Con ayuda de los naturales prevalece por fin la sociedad hispano-indígena, al pasar la dura prueba que intentó borrarla de nuestro territorio.
Luis María Mesquita Errea - "Siglos de Fe en Argentina y América preanuncian un futuro glorioso - ..."
II Jornada de Cultura Hispanoamericana por la Civilización Cristiana
Cabildo histórico de Salta
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(Sigue en nota 15a. nota: Tradiciones argentinas del "siglo de plata": Alféreces y ayllis )
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