Francisco Miranda, General de la Revolución Francesa y destacado masón de gran influencia
Feliciano Chiclana, integrante del I Triunvirato que dispuso tres días de fusilamientos de opositores a la Revolución
El Deán Gregorio Funes, que figuraba entre los moderados y hablaba contra los "hombres furibundamente democráticos", y en la década siguiente editaba un periódico voltairiano apoyando las reformas anticatólicas de Rivadavia
NOTA 33ª
Extremistas y moderados
Los dirigentes del movimiento
emancipador forman corrientes de opinión o “alas” de contornos imprecisos, que
recuerdan a girondinos y jacobinos. Más que cuestiones de principio los dividen
criterios operativos; unos son partidarios de la acción rápida, aplicando el
terror, y otros prefieren vías más contemporizadoras y graduales; pero éstos
tiran de la carreta, lenta y segura, en el mismo camino que los otros intentan
recorrer en un extenuante galope. Hasta qué punto cada sector –y cada
protagonista- promovía, paralelamente a la independencia de España, la
destrucción de nuestra Tradición, es un punto a investigar.
Lo cierto es que, en los
confusos episodios que se desarrollaban, se disciernen valores ideológicos en
medio de enfrentamientos políticos, personales o por cuestiones de segundo
orden.
Los más imbuidos de
jacobinismo se nuclean en la Sociedad Patriótica, dirigida por Bernardo de
Monteagudo, que reúne a los morenistas y desarrolla una acción de oposición a
través de la logia masónica de Julián Alvarez y el Club de Marco, remedo de los
“clubes” franceses.
Los moderados o saavedristas
reaccionan en la asonada del 5 y 6 de abril, apoyada por el Deán Funes, contra
los “hombres fanáticos”, “furibundamente democráticos”, como los llama el
versátil personaje, que aquí aparece como moderado y en la década siguiente
edita un periódico volteriano, apoyando las maniobras de Rivadavia contra la
Iglesia.
Los golpes y contragolpes se
suceden incesantemente. En septiembre de 1811, un golpe de estado capitular de
carácter centralista disuelve la Junta Grande y crea el Primer Triunvirato,
afín a los sectores radicales. Su alma
mater es el secretario Bernardino Rivadavia, figura conspicua del
centralismo dirigista que intentará ahogar a la Argentina orgánica.
El
Triunvirato dicta el Estatuto Provisional, obligando a los diputados de las
provincias a volver a éstas, suprimiendo la representación del país. El motín de las coletas de los valientes
Patricios es reprimido con sangre.
En 1812, Alvear, San Martín y
Zapiola fundan la Logia Lautaro, que juega un rol decisivo; se discute si integraba
o no la masonería, pero no están en tela de juicio sus vinculaciones con
Miranda –“destacado masón”, que “en 1809 fundó la logia del Supremo Consejo de
América”- y las logias inglesas (cf. Los
Protagonistas in Historia Universal
Océano; ver también Ernesto Palacio, Historia
de la Argentina, t. II).
Se descubre la conspiración
de Martín de Alzaga, héroe de la Reconquista odiado por los jacobinos. El
Triunvirato recurre otra vez al terror: hay tres días de fusilamientos y
ahorcamientos.
Rivadavia, Pueyrredón y Chiclana ordenan el proceso a los alzaguistas. Los jueces son Agrelo y Monteagudo, el de los sermones sacrílegos del Alto Perú. No tardan en caer sobre el clero fiel ejecutando al benemérito sacerdote fray José de las Animas, hecho calificado de “inaudito, monstruoso y altamente sacrílego” (Bruno, o.c., t. VIII, p. 86-7).
Una carta de Vigodet al
Obispo de Buenos Aires (1811) pinta con elocuencia la crisis ideológica: casi todos los párrocos y eclesiásticos son
partidarios del error, al que difunden con desvergüenza; inspiran odio
hacia los buenos vasallos y hacen odible
al superior gobierno que representa al rey (las autoridades de facto se valían de
la máscara de Fernando VII); las
ovejas –los fieles- están entregadas a
lobos carniceros.
La adhesión de vastos
sectores clericales no a favor de una legítima aspiración de independencia,
sino de la utopía igualitaria universal, presenta otro paralelo con la Francia jacobina,
en la que un numeroso sector del Clero, con el Arzobispo de París a la cabeza. juró
la constitución anticatólica, rompiendo el vínculo de fidelidad con el Papa.
De ese clero, la Reina María
Antonieta (declarada mártir por Pío VII junto al Rey Luis XVI) no quiso ni
recibir los últimos sacramentos (que providencialmente logró darle un sacerdote
fiel). Algunos exponentes fueron el Obispo apóstata Talleyrand, el hábil
agitador de los primeros días, regicida y luego miembro del Directorio que abre
las puertas a Napoleón, Abbé Sieyès, y el Padre Jacques Roux, que con sus
sermones incendiarios se hacía llamar “le prédicateur des sans-culottes”, convirtiéndose
en jefe de los “furibundos” (enragés); denunciado
por su febril extremismo terminó suicidándose con un cuchillo. Fueron los continuadores de la obra
demoledora que el Abbé Raynal y los sacerdotes iluministas del siglo XVIII
iniciaron en los salones, las cátedras, los púlpitos y las sombras de las tenidas
masónicas.
Luis María Mesquita Errea
Luis María Mesquita Errea
33a. nota
Sigue en nota 34a.
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