La Asamblea del Año XIII presidida por Carlos María de Alvear, cuyo verdadero cuerpo deliberativo secreto era la Logia Lautaro
El grupo más numeroso de diputados a la Asamblea –incluyendo su secretario Valentín Gómez- eran eclesiásticos, que contaban con el beneplácito de la “minoría logista”.
Nota 34ª
En tiempos de la
Asamblea del Año XIII
A todo esto, el Cabildo de
Buenos Aires seguía jugando el rol decisivo resultante de dos siglos y medio de
protagonismo. Pronto será víctima, como el Doctor Fausto, de los espíritus que él llamó.
El movimiento emancipador debería
haberse inspirado en las raíces orgánicas de nuestro pasado afirmando su
autonomía sin romper con España ni –menos aún- con la tradición hispánica,
hecha carne en la Argentina. De esa manera hubiese contado con el apoyo
irrestricto de todos los sectores de la población y con algo infinitamente más precioso,
la bendición de Dios. Como el hijo deja la casa paterna para fundar un nuevo
hogar sin deshacer los lazos filiales, la América Española podría haberse
emancipado manteniendo una comunidad de intereses y permuta de buenos oficios
con la Península. Se hubiera evitado el desolador baño de sangre de las guerras
civiles, como sucedió en Brasil, donde la separación se produjo de común
acuerdo con Portugal.
Pero se dio en el marco del
fenómeno universal y dominante de la Revolución Francesa, en un campo trabajado
previamente sobre las tendencias e ideas.
Tanto la Francia napoleónica
como su enemiga circunstancial, Gran Bretaña, ambas con ingerencia en el Plata,
encarnaban versiones diversas del mismo liberalismo igualitario que las Fuerzas
Secretas se proponían imponer en el mundo entero. Un ejemplo de los tales
retrocesos tácticos, en esos días, fue la Santa Alianza. E Inglaterra fue la
que echó a perder sus mejores impulsos.
Era necesario desmantelar el
Imperio español para neutralizar su vasta y vital zona de influencia, llamada a
dar al mundo el tonus mariano y de
fidelidad a la Tradición. Esto se concretó con el ascenso y prodigioso progreso
material de las potencias liberales y protestantes, que imprimieron nuevos
rumbos globales signados por una industrialización masificante, una cosmovisión
laicista y una concepción igualitaria de la sociedad, disimulada bajo las
apariencias conservadoras de Inglaterra y la pujanza republicana de los Estados
Unidos.
Influenciado en sectores decisivos
por la utopía niveladora, el movimiento emancipador estuvo marcado por el
regalismo, heredado del absolutismo borbónico -que fue, caminando a la par del activismo
enciclopedista, el gran desarticulador auto-fágico.
La intervención del Estado regalista
en la Iglesia es tema investigado con precisión por Cayetano Bruno, S.D.B., en
su magistral Historia de la Iglesia en
Argentina.
Movían clandestinamente los
hilos de los acontecimientos las sociedades secretas. La Logia Lautaro, afiliada a la Gran Logia de
Londres, procedía con la metodología típica, que revela Bernardo Frías: “No
sabemos también fuera por esta época (el General Manuel Belgrano) miembro de la
Logia Lautaro, donde era obligación
jurada el obedecer ciegamente todo cuanto el comité directivo determinara, por
criminal que fuera la medida, aun el asesinato” (Tradiciones Históricas, 6ª Tradición, o.c., p. 226).
Esto arroja luz sobre la obra
de la Asamblea Constituyente o del Año
XIII, presidida por el logista Alvear, cuyo verdadero cuerpo deliberativo
secreto era la Logia Lautaro, como señala Ernesto Palacio. Ella imitó servilmente
a la Francia de 1789 –desde el nombre, que debería haber sido “Cortes”. Poseída
de “furor igualitario”, trata a sus integrantes de “ciudadanos” y suprime las
partículas nobles de sus apellidos, rechaza la Nobleza, destruye los blasones,
hace gala de indigenismo –inspirado en los “delirios declamatorios” de Las
Casas- y concibe la sociedad dividida y enfrentada entre “opresores” y
“oprimidos” (Historia de la Argentina, t.
II, cap. III, p. 49 y ss.)..
Era el enciclopedismo radical
antecesor directo del socialismo y del comunismo, vistiendo ropaje
aristocrático. Este contrasentido tiene el antecedente de un Duque de Orleáns
–“Philippe Égalité”-, de sangre real, confraternizando con los sans-culottes y votando el regicidio de
su primo Luis XVI. Su hijo, el futuro Luis Felipe, encabezó más tarde la
subversión contra su tío, el Rey Carlos X, iniciando otro avance que destruiría
finalmente la monarquía legítima.
Varias leyes y proclamas de
la Asamblea del Año XIII tendrán marcado carácter simbólico, similar a aquella
ley que mandaba “decapitar” los campanarios y torres de Francia para que sean
iguales, dividir el territorio en cuadrados o establecer una “semana” de diez
días, en la que el último -el “decadí”- eliminaba el domingo, día del Señor.
Aunque no se aplicaran de
inmediato o tuvieran carácter simbólico –que incide a fondo en las mentalidades-,
preparaban el terreno para las metas a que quería llegar tarde o temprano.
Así, decreta la abolición de
las ya inexistentes encomiendas, mita y yanaconazgo, la supresión de los
títulos de Nobleza y del mayorazgo, y otras medidas del mismo tenor en las que
se nota, dice Palacio, la influencia de Rousseau y de Raynal.
Nuestro país no la reconocía
como su expresión política pues sólo representaba a una minoría ínfima. No
obstante, en una atmósfera de oratoria utópica, sorpresa y confusión, apoyada
por la fuerza militar concentrada en la ex capital virreinal, el movimiento
nivelador avanzaba. Para crear ambiente ciertos grupos hacían ceremonias
vistiendo el gorro frigio de los sans-culottes,
que fue incorporado a nuestra simbología con las manos de una fraternidad
laica despojada de la Cruz.
El grupo más numeroso de
diputados a la Asamblea –incluyendo su secretario Valentín Gómez- eran eclesiásticos,
que contaban con el beneplácito de la “minoría logista”. Los radicales
predominaron sobre los moderados o conservadores.
Las leyes regalistas de la
Asamblea pusieron en suma violencia la vida eclesiástica, obligando a
institutos religiosos a gobernarse sin sumisión a sus legítimas autoridades de
fuera. Estas despóticas intervenciones en el campo sagrado
escandalizaron a la opinión.
Luis María Mesquita Errea
Luis María Mesquita Errea
34a. nota
Sigue en nota 35a.
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