miércoles, 17 de junio de 2020

Siglos de Fe..., 34a. nota: En tiempos de la Asamblea del Año XIII


La Asamblea del Año XIII presidida por Carlos María de Alvear, cuyo verdadero cuerpo deliberativo secreto era la Logia Lautaro

El grupo más numeroso de diputados a la Asamblea –incluyendo su secretario Valentín Gómez- eran eclesiásticos, que contaban con el beneplácito de la “minoría logista”.

Nota 34ª
En tiempos de la Asamblea del Año XIII
A todo esto, el Cabildo de Buenos Aires seguía jugando el rol decisivo resultante de dos siglos y medio de protagonismo. Pronto será víctima, como el Doctor Fausto, de los espíritus que él llamó.
El movimiento emancipador debería haberse inspirado en las raíces orgánicas de nuestro pasado afirmando su autonomía sin romper con España ni –menos aún- con la tradición hispánica, hecha carne en la Argentina. De esa manera hubiese contado con el apoyo irrestricto de todos los sectores de la población y con algo infinitamente más precioso, la bendición de Dios. Como el hijo deja la casa paterna para fundar un nuevo hogar sin deshacer los lazos filiales, la América Española podría haberse emancipado manteniendo una comunidad de intereses y permuta de buenos oficios con la Península. Se hubiera evitado el desolador baño de sangre de las guerras civiles, como sucedió en Brasil, donde la separación se produjo de común acuerdo con Portugal.
Pero se dio en el marco del fenómeno universal y dominante de la Revolución Francesa, en un campo trabajado previamente sobre las tendencias e ideas.
Tanto la Francia napoleónica como su enemiga circunstancial, Gran Bretaña, ambas con ingerencia en el Plata, encarnaban versiones diversas del mismo liberalismo igualitario que las Fuerzas Secretas se proponían imponer en el mundo entero. Un ejemplo de los tales retrocesos tácticos, en esos días, fue la Santa Alianza. E Inglaterra fue la que echó a perder sus mejores impulsos.
Era necesario desmantelar el Imperio español para neutralizar su vasta y vital zona de influencia, llamada a dar al mundo el tonus mariano y de fidelidad a la Tradición. Esto se concretó con el ascenso y prodigioso progreso material de las potencias liberales y protestantes, que imprimieron nuevos rumbos globales signados por una industrialización masificante, una cosmovisión laicista y una concepción igualitaria de la sociedad, disimulada bajo las apariencias conservadoras de Inglaterra y la pujanza republicana de los Estados Unidos.  
Influenciado en sectores decisivos por la utopía niveladora, el movimiento emancipador estuvo marcado por el regalismo, heredado del absolutismo borbónico -que fue, caminando a la par del activismo enciclopedista, el gran desarticulador auto-fágico.
La intervención del Estado regalista en la Iglesia es tema investigado con precisión por Cayetano Bruno, S.D.B., en su magistral Historia de la Iglesia en Argentina.
Movían clandestinamente los hilos de los acontecimientos las sociedades secretas. La   Logia Lautaro, afiliada a la Gran Logia de Londres, procedía con la metodología típica, que revela Bernardo Frías: “No sabemos también fuera por esta época (el General Manuel Belgrano) miembro de la Logia Lautaro, donde era obligación jurada el obedecer ciegamente todo cuanto el comité directivo determinara, por criminal que fuera la medida, aun el asesinato” (Tradiciones Históricas, 6ª Tradición, o.c., p. 226).
Esto arroja luz sobre la obra de la Asamblea Constituyente o del Año XIII, presidida por el logista Alvear, cuyo verdadero cuerpo deliberativo secreto era la Logia Lautaro, como señala Ernesto Palacio. Ella imitó servilmente a la Francia de 1789 –desde el nombre, que debería haber sido “Cortes”. Poseída de “furor igualitario”, trata a sus integrantes de “ciudadanos” y suprime las partículas nobles de sus apellidos, rechaza la Nobleza, destruye los blasones, hace gala de indigenismo –inspirado en los “delirios declamatorios” de Las Casas- y concibe la sociedad dividida y enfrentada entre “opresores” y “oprimidos” (Historia de la Argentina, t. II, cap. III, p. 49 y ss.)..
Era el enciclopedismo radical antecesor directo del socialismo y del comunismo, vistiendo ropaje aristocrático. Este contrasentido tiene el antecedente de un Duque de Orleáns –“Philippe Égalité”-, de sangre real, confraternizando con los sans-culottes y votando el regicidio de su primo Luis XVI. Su hijo, el futuro Luis Felipe, encabezó más tarde la subversión contra su tío, el Rey Carlos X, iniciando otro avance que destruiría finalmente la monarquía legítima.
Varias leyes y proclamas de la Asamblea del Año XIII tendrán marcado carácter simbólico, similar a aquella ley que mandaba “decapitar” los campanarios y torres de Francia para que sean iguales, dividir el territorio en cuadrados o establecer una “semana” de diez días, en la que el último -el “decadí”- eliminaba el domingo, día del Señor.
Aunque no se aplicaran de inmediato o tuvieran carácter simbólico –que incide a fondo en las mentalidades-, preparaban el terreno para las metas a que quería llegar tarde o temprano.
Así, decreta la abolición de las ya inexistentes encomiendas, mita y yanaconazgo, la supresión de los títulos de Nobleza y del mayorazgo, y otras medidas del mismo tenor en las que se nota, dice Palacio, la influencia de Rousseau y de Raynal.
Nuestro país no la reconocía como su expresión política pues sólo representaba a una minoría ínfima. No obstante, en una atmósfera de oratoria utópica, sorpresa y confusión, apoyada por la fuerza militar concentrada en la ex capital virreinal, el movimiento nivelador avanzaba. Para crear ambiente ciertos grupos hacían ceremonias vistiendo el gorro frigio de los sans-culottes, que fue incorporado a nuestra simbología con las manos de una fraternidad laica despojada de la Cruz.
El grupo más numeroso de diputados a la Asamblea –incluyendo su secretario Valentín Gómez- eran eclesiásticos, que contaban con el beneplácito de la “minoría logista”. Los radicales predominaron sobre los moderados o conservadores.
Las leyes regalistas de la Asamblea pusieron en suma violencia la vida eclesiástica, obligando a institutos religiosos a gobernarse sin sumisión a sus legítimas autoridades de fuera. Estas despóticas intervenciones en el campo sagrado escandalizaron a la opinión.
Luis María Mesquita Errea
34a. nota
Sigue en nota 35a.

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