miércoles, 17 de junio de 2020

Siglos de Fe..., 37a. nota (final): Otras maniobras anticatólicas rechazadas por la opinión pública




Nota 37ª (final)
Otras maniobras anticatólicas rechazadas por la opinión pública
Para decir una palabra de lo que ocurrió después del período de 1530-1830, para lo cual el análisis precedente proporciona claves, en 1853 los constituyentes, invocando a Dios como “fuente de toda razón y justicia”, establecerán la obligación del Presidente de ser católico y el sostenimiento del culto. Esta nueva concesión a la catolicidad del pueblo argentino, fue de valor más simbólico que real, pues ya se había instalado en las mentes la idea laicista de un catolicismo restringido al ámbito personal plagado de ideas liberales en lo político.
Un siglo y tres décadas después, en los años ‘80, luego de la fallida experiencia del Proceso de Reorganización Nacional, y en el retorno a la democracia partidista, políticos laicistas ajenos a nuestra Tradición lograron abolir la primera condición. La segunda se mantiene vigente, pero debemos permanecer vigilantes, pues las fuerzas anticristianas procurarán borrar en la primera oportunidad esa reminiscencia del estado católico.
Hoy en día, a pesar de dos siglos y medio de acción perceptible de la Revolución en nuestra historia, se conservan preciosas “mechas que aún humean”, de las que Nuestro Señor puede valerse para darnos nuevamente su Luz, como en los tiempos de las grandes intervenciones marianas, de la gesta milagrosa de San Francisco Solano, de la constancia invencible de María Antonia de Paz y Figueroa y de la heroica Reconquista.
Señaladas gracias que de ningún modo se agotaron en nuestra etapa de nación independiente -¡muy por el contrario!
Heredadas de ese pasado, continúan vigentes expresiones de Fe y de Tradición, a comenzar por la toponimia. Hay síntesis de los dogmas de Fe, como la Ciudad de la Santísima Trinidad y puerto de Santa María de los Buenos Aires, o nombres que nos traen la presencia de la Sagrada Familia, como el trayecto catamarqueño Belén, San José, Santa María, que nos lleva desde de Todos-Santos de la Nueva Rioja a los pies del Señor y la Virgen del Milagro, por rutas amparadas por la Virgen de Luján pobladas de Cristos e imágenes marianas y de santos en las calles, plazas y casas de familia.
En el plano axiológico, los argentinos conservan trazos de una criteriología moral tradicional a pesar de la Revolución en las costumbres, y un afín sentido jerárquico de la familia y de las relaciones sociales.
La cultura general y las costumbres diarias mantienen restos del perfume de otros tiempos en una Argentina de Fe que se manifiesta “de abajo hacia arriba”, como la participación familiar en las  festividades de Semana Santa y Navidad, con los pesebres y villancicos; la vida pautada por el Bautismo, la Primera Comunión, la Confirmación y el Matrimonio; el rezo diario en las escuelas laicas del interior; la generalizada devoción a los Santos, la especial devoción al Sagrado Corazón, al Santo Cristo y a la Virgen María, la vitalidad del rezo del Rosario, las multitudinarias procesiones a los grandes santuarios marianos; la honda conmoción por la muerte, y la oleada de simpatía y dedicación a la persona de S.S., Juan Pablo II, y su sucesor, el Papa Benedicto XVI.
En el plano de la vida religiosa, a pesar del progresismo, en los numerosos católicos practicantes y en la activa vida parroquial, en las prácticas religiosas y la recepción de los sacramentos, la catequesis que, con la colaboración de dedicados seglares, frecuentemente jóvenes, sigue impartiéndose hasta los lugares más recónditos, la afluencia de estudiantes a las instituciones educativas eclesiásticas y la influencia tendencial de la arquitectura religiosa.
En lo que resta del estado católico, v.gr. los feriados religiosos, los usos y costumbres públicos como el juramento por los Santos Evangelios y el Tedeum en las fiestas cívicas, el sostenimiento del culto y la existencia de jurisdicciones eclesiásticas oficiales en un estado laico.
Especialmente promisorias son las reacciones populares que terminaron con los desbordes de gobiernos avasalladores, repudiaron la guerrilla marxista y que se levantan con vigor cuando se ofende a Dios o a su Madre.
Son éstos algunos aspectos que muestran que, de acuerdo a las enseñanzas de San Pío X que citamos al comienzo, la Cristiandad no sólo ha existido sino que existe en Argentina. En lucha, en medio de un ambiente cada vez más hostil que intenta ahogarla, haciendo que los fieles no sean coherentes en su vida con las enseñanzas de la Iglesia, y que acepten pasivamente la degradación moral y las toxinas inoculadas por la TV, y otros medios de guerra psicológica revolucionaria total. Esta “psy-war” mantiene anestesiada a la opinión pública, pero en el momento menos pensado, algún exceso que revele la radicalidad del odio anticristiano, puede despertar energías latentes en el alma argentina que den lugar a una reacción.
Razones de Fe y de orden natural nos dan la certeza de que la ofensiva igualitaria anticristiana, hoy en auge, será derrotada, y de que volveremos a tener en nuestra patria “la paz de Cristo en el Reino de Cristo, (…) la civilización cristiana, austera y jerárquica, fundamentalmente sacral, anti-igualitaria y antiliberal” (cf. Plinio Corrêa de Oliveira, “Revolución y Contra-Revolución”, parte II – La Contrarrevolución – Cap. II).
Para ello luchamos en esta Jornada, bajo el invencible auspicio e inspiración de Santa María, Auxilio de los Cristianos.
Luis María Mesquita Errea
II Jornada de Cultura Hispanoamericana por la Civilización Cristiana y la Familia
Cabildo histórico de Salta
Envíe sus comentarios a civilizacioncristianaymariana@gmail.com
Será un gusto recibirlos 


Siglos de Fe..., 36a. nota: Batalla de Tucumán - La reforma eclesiástica de Rivadavia – “su conducta infernal” (San Martín)


Belgrano nombrando a la Virgen de la Merced Generala del Ejército argentino

La Virgen del Carmen de Cuyo, designada Patrona del Ejército de los Andes por San Martín

Placa funeraria del sacerdote apóstata Julián Segundo de Agüero

Rivadavia, autor de la anticatólica Reforma religiosa

Nota 36ª

Batalla de Tucumán  

El “viraje” en sentido inverso al jacobinismo había comenzado ya, en el Norte, a raíz del repudio a los desmanes anticlericales en el Alto Perú.
Fue preciso ganarse al pueblo recurriendo a la veneradísima figura de la Virgen María para galvanizar las fuerzas desmoralizadas. (Algo similar se repetirá más tarde con Facundo Quiroga y su lema “Religión o muerte”).
En Tucumán, gracias a Nuestra Señora –dice Cayetano Bruno, S.D.B.- renació la patria muerta después de Huaqui, el 24 de septiembre de 1812, festividad de La Merced (p. 153). Y agrega: “Acaso ningún pueblo de la tierra podrá preciarse de haber crecido tan vinculado a la Madre de Dios”.
Después de los desmanes en el Alto Perú es que Belgrano nombra a Nuestra Señora Generala del Ejército y hace una campaña que, en opinión del citado autor, tiene aspectos de cruzada –propios del argentino, como se vio en 1806 y 7.
San Martín adopta similares criterios y nombra a la Virgen Patrona y Generala del Ejército. El Estado chileno, pese al laicismo imperante, le atribuye la victoria de Maipú (Bruno, o.c., p. 369).
Es difícil conocer el pensamiento profundo de nuestros próceres. Pues en Lima, debe denunciar el Obispo las intromisiones regalistas que llenan el gobierno de San Martín (ibid, p. 376).
El Libertador declaró que quería, en el Perú, un gobierno opuesto a las ideas exaltadas que por desgracia se difundieron después de la Revolución de 1792. No obstante su nieta, que vivió con él, temía que fuese masón.
Sin perjuicio de su envergadura como militar y estadista, no fue -concluye Bruno- un exponente cabal del catolicismo (ibid., p. 406).

La reforma eclesiástica de Rivadavia – “su conducta infernal” (San Martín)
El espíritu anticristiano de la “minoría logista” y su política de centralismo desarticulador de la Argentina orgánica fue causa de la reacción de Santa Fe y Entre Ríos, que derrotan las fuerzas del Directorio en la Cañada de Cepeda (1820). Las provincias recuperan su autonomía y la tendencia federal comienza a imponerse en el interior.  
Buenos Aires será el laboratorio de una nueva experiencia irreligiosa con Bernardino Rivadavia. Aún él buscará rodearse de apariencias de católico para ganar crédito ante la opinión pública y realizar su obra masónica (Bruno, o.c., p. 422).
Mientras intima al judaizante Ramos Mejía a no hacer prácticas contra la religión del país, publica un diario volteriano y es adepto de la ideología republicana de Francia e Inglaterra, en la versión de los liberales españoles.
Posee las obras de Raynal y de Voltaire, y pone en práctica sus lecciones. Comisiona a Sarratea y Pazos Silva para que encarguen un libro al sacerdote apóstata y militante contra la Iglesia Llorente; es la obra clave de la reforma eclesiástica rivadaviana  (ibid., p. 424).
Consistió tal reforma en la intervención descarada en la Iglesia, introduciendo la desobediencia y la relajación moral en las órdenes religiosas, valiéndose de cualquier pretexto para entrometerse en la vida monástica para deteriorarla y acabar con ella, mediante expropiaciones –como la de los Recoletos-, traslados y odiosas medidas de fuerza.
La mejor parte de la sociedad se siente chocada por esta acción, que divide el cuerpo social en dos corrientes, que se irán definiendo como unitarios y federales.
Recluta ideólogos y colaboradores entre sacerdotes extraviados (ibid., p. 426).
Entre éstos se cuenta el Deán Funes.  El Centinela es el nombre del periódico impío donde él y otros se burlan de lo más sagrado, abogando por la abolición de los conventos.
Otro colaborador de Rivadavia es el sacerdote apóstata Julián Segundo de Agüero, primer profesor de Filosofía en Buenos Aires. Como los gnósticos actuales difusores de “El Código Da Vinci”, negaba la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo (Bruno, o.c., p. 431).
En suma, la política de Rivadavia consistió en “amarrar la Iglesia al carro del enciclopedismo volteriano” (ibid., p. 461). Para mejor hacerlo, iba a misa todos los domingos, y a su muerte hubo un gran funeral en la Catedral.
La Revolución, afirma Guillermo Furlong, S.J., fue obra de cuatro hombres, que contaban con apoyo popular. La reforma eclesiástica, en cambio, lo fue de un reducido núcleo que carecía de él. El pueblo, con ganas de pasar a las vías de hecho, gritaba “¡a la herejía!”: el Ministro Rivadavia se tornó el hombre más impopular.
El mismo gobierno que persiguió a la Iglesia suprimió los Cabildos. El decreto inspirado en la “conducta infernal” de Rivadavia –como la calificara San Martín-, fue suscripto por el Gobernador Martín Rodríguez y su ministro Manuel García (ibid., p. 446).
Elocuente acción contra “el trono y el altar”… “El trono”, aquí, eran ante todo las instituciones, familias y costumbres destiladas desde el siglo XVI. Destruyendo ese “trono”, “el altar” perdió un apoyo fundamental. Implantado el laicismo de estado, sin gran oposición, como si no dañara profundamente a la Iglesia, se fue perdiendo la concepción católica de la sociedad.
El catolicismo de muchos quedó reducido a la misa dominical y la recepción de algunos sacramentos, o para efectos ceremoniales, ajeno a las grandes cuestiones de fondo de orden temporal. Inestimable victoria del error lograda en base al silenciamiento de la doctrina político-social de los Papas. 
Luis María Mesquita Errea
36a. nota
Sigue en nota 36a.

Siglos de Fe..., 35a. nota: Reacción del pueblo fiel - La táctica de dos pasos adelante y uno atrás…

Sañogasta, tierra del Mayorazgo de San Sebastián. Su titular, D. Ramón de Brizuela y Doria, Gobernador de La Rioja, envió al Pbro. Pedro Ignacio de Castro Barros como representante al Congreso de Tucumán, para que defendiera las tradiciones católicas que serían nota distintiva de la Argentina auténtica



La histórica Casa de Tucumán

Nota 35ª
Reacción del pueblo fiel
Estaba en acción el sector que pretendía establecer legalmente “aberraciones” y la opinión pública reclamaba un cambio.
Se reúne entonces el Congreso de Tucumán. Lo compone un 40% de eclesiásticos, lo que muestra la confianza del pueblo argentino en la Iglesia. Representó, para Cayetano Bruno, S.D.B., un viraje contra las aberraciones que pugnaban por ganar fueros de ciudadanía.
Se reunió en Tucumán para atraerse a los pueblos de la antigua gobernación que fue matriz de nuestra tradición hispano-cristiana, concesión que duró poco tiempo: una vez declarada la Independencia, volvió a su dependencia portuaria, de espaldas al interior del gran país. Un flagelo desconocido en los siglos “de oro” y “de plata”, que azotará la historia argentina desde la época absolutista. Creará una gran cabeza que absorberá las energías materiales y espirituales de los raquíticos miembros, a contrapelo de una tradición participativa de la que eran ejemplo las cortes itinerantes de Carlomagno y de Isabel la Católica, que de manera orgánica forjaron sólidas unidades, en base a vasallos fuertes como los quería el Marqués de Cañete.
Sectores liberales en lo político perciben el enrarecimiento del clima social y se esfuerzan por convencer que no están en contra de la religión. Las sociedades secretas sienten la fuerza sísmica de una reacción que podía aplastar su obra y constituir una versión moderna, autónoma y argentina, del antiguo “estado misional” que fuimos.  “Horror” para los políticos décimonónicos que acuñaron el sello de “barbarie” para estigmatizar todo lo que fuera o se acercara a la tradición hispánica, arteramente identificado con la rusticidad y costumbres pastoriles de nuestros recios antepasados.
Llamativa es la circular de la logia que ordena a San Martín y a sus miembros sólo elogiar la religión; quienes violen el precepto deberán ser castigados como promotores de discordia en un país religioso. No es que la logia se hubiese transformado en apostólica cofradía: temía la discordia y la reacción de los argentinos.
El ambiente obligó a muchos a presentarse como “católicos” en lo religioso y liberales en lo político. De este contrasentido fue naciendo la amalgama de Tradición y negación que nos caracteriza. Se silenció el magisterio tradicional de los Papas respecto de las formas de gobierno y de las condiciones para que una democracia sea legítima, expuestas con clarividencia en “Nobleza y élites tradicionales análogas - en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana”, por Plinio Corrêa de Oliveira.
El Congreso de Tucumán se emancipa de los reyes pero cuida de no hacerlo con respecto a Dios ni al culto católico, dice el Padre Bruno. Se adoptan medidas contra la tolerancia religiosa y la venta y uso de obras de Voltaire y Raynal -que atacan nuestra santa religión jurada como religión de estado. Loable iniciativa que confirma los estragos que hacía esa propaganda.

La táctica de dos pasos adelante y uno atrás…
Fue preciso dar una violenta marcha atrás y, por adhesión al catolicismo, o por salvar la obra revolucionaria, tomar el camino inverso al jacobinismo, haciendo profesión pública de devoción a la Virgen para recuperar la confianza general.
Una vez más sirvió de modelo la parabólica Revolución Francesa, que de un republicanismo “moderado” pasó al Terror y al comunismo de Babeuf, para luego retroceder hasta el Imperio de Napoleón…, y más tarde recomenzar, luego de la vuelta de los Borbones, con el golpe de Luis Felipe de Orléans, el imperio de Napoleón III y la consolidación final de la república laica y socializante.
Durante el Congreso de Tucumán, no obstante el viraje conservador, se repetirán todas las acusaciones calumniosas de la Leyenda Negra contra España, que se incorporarán a los “dogmas de fe” de la historia oficial, como señala Rómulo Carbia. Inclusive se planteará el abstruso proyecto de un monarca indígena. Esta descabellada propuesta llevará a hombres sensatos como Anchorena a optar por una república aristocrática de hecho antes que entronizar a un Inca salido de la galera de las logias.
Descolla en el Congreso el Pbro. Castro Barros, enviado por el Gobernador de La Rioja. Nos revela otra faceta desconocida, la de un país en el que conservaban poder las señoriales familias de cabildantes que mantenían nuestras raíces en las nuevas circunstancias. Nadie se atreve a contradecir a Castro Barros y la Argentina independiente nace como país católico, de las entrañas de su tradición para-feudal.
Ramón de Brizuela y Doria, el gobernador en cuestión, era hijo del Teniente de Gobernador Francisco Javier de Brizuela y Doria, Vínculo de San Sebastián de Sañogasta; había sucedido a su padre por derecho de primogenitura como Señor del primer y más perdurable mayorazgo argentino, transmitido de padres a hijos desde el siglo XVII. Don Ramón y su hermano legítimo, Miguel Dávila,  correrán la suerte del Reconquistador Liniers, y pagarán con la vida el escollo vivo que representaban al sistema igualitario en vías de implantación, asesinados, paradojalmente, por fuerzas que se presentaban como la opción contra el unitarismo liberal.
Luis María Mesquita Errea
Nota 35a
Sigue en 36a. nota

Siglos de Fe..., 34a. nota: En tiempos de la Asamblea del Año XIII


La Asamblea del Año XIII presidida por Carlos María de Alvear, cuyo verdadero cuerpo deliberativo secreto era la Logia Lautaro

El grupo más numeroso de diputados a la Asamblea –incluyendo su secretario Valentín Gómez- eran eclesiásticos, que contaban con el beneplácito de la “minoría logista”.

Nota 34ª
En tiempos de la Asamblea del Año XIII
A todo esto, el Cabildo de Buenos Aires seguía jugando el rol decisivo resultante de dos siglos y medio de protagonismo. Pronto será víctima, como el Doctor Fausto, de los espíritus que él llamó.
El movimiento emancipador debería haberse inspirado en las raíces orgánicas de nuestro pasado afirmando su autonomía sin romper con España ni –menos aún- con la tradición hispánica, hecha carne en la Argentina. De esa manera hubiese contado con el apoyo irrestricto de todos los sectores de la población y con algo infinitamente más precioso, la bendición de Dios. Como el hijo deja la casa paterna para fundar un nuevo hogar sin deshacer los lazos filiales, la América Española podría haberse emancipado manteniendo una comunidad de intereses y permuta de buenos oficios con la Península. Se hubiera evitado el desolador baño de sangre de las guerras civiles, como sucedió en Brasil, donde la separación se produjo de común acuerdo con Portugal.
Pero se dio en el marco del fenómeno universal y dominante de la Revolución Francesa, en un campo trabajado previamente sobre las tendencias e ideas.
Tanto la Francia napoleónica como su enemiga circunstancial, Gran Bretaña, ambas con ingerencia en el Plata, encarnaban versiones diversas del mismo liberalismo igualitario que las Fuerzas Secretas se proponían imponer en el mundo entero. Un ejemplo de los tales retrocesos tácticos, en esos días, fue la Santa Alianza. E Inglaterra fue la que echó a perder sus mejores impulsos.
Era necesario desmantelar el Imperio español para neutralizar su vasta y vital zona de influencia, llamada a dar al mundo el tonus mariano y de fidelidad a la Tradición. Esto se concretó con el ascenso y prodigioso progreso material de las potencias liberales y protestantes, que imprimieron nuevos rumbos globales signados por una industrialización masificante, una cosmovisión laicista y una concepción igualitaria de la sociedad, disimulada bajo las apariencias conservadoras de Inglaterra y la pujanza republicana de los Estados Unidos.  
Influenciado en sectores decisivos por la utopía niveladora, el movimiento emancipador estuvo marcado por el regalismo, heredado del absolutismo borbónico -que fue, caminando a la par del activismo enciclopedista, el gran desarticulador auto-fágico.
La intervención del Estado regalista en la Iglesia es tema investigado con precisión por Cayetano Bruno, S.D.B., en su magistral Historia de la Iglesia en Argentina.
Movían clandestinamente los hilos de los acontecimientos las sociedades secretas. La   Logia Lautaro, afiliada a la Gran Logia de Londres, procedía con la metodología típica, que revela Bernardo Frías: “No sabemos también fuera por esta época (el General Manuel Belgrano) miembro de la Logia Lautaro, donde era obligación jurada el obedecer ciegamente todo cuanto el comité directivo determinara, por criminal que fuera la medida, aun el asesinato” (Tradiciones Históricas, 6ª Tradición, o.c., p. 226).
Esto arroja luz sobre la obra de la Asamblea Constituyente o del Año XIII, presidida por el logista Alvear, cuyo verdadero cuerpo deliberativo secreto era la Logia Lautaro, como señala Ernesto Palacio. Ella imitó servilmente a la Francia de 1789 –desde el nombre, que debería haber sido “Cortes”. Poseída de “furor igualitario”, trata a sus integrantes de “ciudadanos” y suprime las partículas nobles de sus apellidos, rechaza la Nobleza, destruye los blasones, hace gala de indigenismo –inspirado en los “delirios declamatorios” de Las Casas- y concibe la sociedad dividida y enfrentada entre “opresores” y “oprimidos” (Historia de la Argentina, t. II, cap. III, p. 49 y ss.)..
Era el enciclopedismo radical antecesor directo del socialismo y del comunismo, vistiendo ropaje aristocrático. Este contrasentido tiene el antecedente de un Duque de Orleáns –“Philippe Égalité”-, de sangre real, confraternizando con los sans-culottes y votando el regicidio de su primo Luis XVI. Su hijo, el futuro Luis Felipe, encabezó más tarde la subversión contra su tío, el Rey Carlos X, iniciando otro avance que destruiría finalmente la monarquía legítima.
Varias leyes y proclamas de la Asamblea del Año XIII tendrán marcado carácter simbólico, similar a aquella ley que mandaba “decapitar” los campanarios y torres de Francia para que sean iguales, dividir el territorio en cuadrados o establecer una “semana” de diez días, en la que el último -el “decadí”- eliminaba el domingo, día del Señor.
Aunque no se aplicaran de inmediato o tuvieran carácter simbólico –que incide a fondo en las mentalidades-, preparaban el terreno para las metas a que quería llegar tarde o temprano.
Así, decreta la abolición de las ya inexistentes encomiendas, mita y yanaconazgo, la supresión de los títulos de Nobleza y del mayorazgo, y otras medidas del mismo tenor en las que se nota, dice Palacio, la influencia de Rousseau y de Raynal.
Nuestro país no la reconocía como su expresión política pues sólo representaba a una minoría ínfima. No obstante, en una atmósfera de oratoria utópica, sorpresa y confusión, apoyada por la fuerza militar concentrada en la ex capital virreinal, el movimiento nivelador avanzaba. Para crear ambiente ciertos grupos hacían ceremonias vistiendo el gorro frigio de los sans-culottes, que fue incorporado a nuestra simbología con las manos de una fraternidad laica despojada de la Cruz.
El grupo más numeroso de diputados a la Asamblea –incluyendo su secretario Valentín Gómez- eran eclesiásticos, que contaban con el beneplácito de la “minoría logista”. Los radicales predominaron sobre los moderados o conservadores.
Las leyes regalistas de la Asamblea pusieron en suma violencia la vida eclesiástica, obligando a institutos religiosos a gobernarse sin sumisión a sus legítimas autoridades de fuera. Estas despóticas intervenciones en el campo sagrado escandalizaron a la opinión.
Luis María Mesquita Errea
34a. nota
Sigue en nota 35a.

Siglos de Fe..., 33a. nota: Extremistas y moderados


Francisco Miranda, General de la Revolución Francesa y destacado masón de gran influencia
Feliciano Chiclana, integrante del I Triunvirato que dispuso tres días de fusilamientos de opositores a la Revolución

El Deán Gregorio Funes, que figuraba entre los moderados y hablaba contra los "hombres furibundamente democráticos", y en la década siguiente editaba un periódico voltairiano apoyando las reformas anticatólicas de Rivadavia




NOTA 33ª
Extremistas y moderados
Los dirigentes del movimiento emancipador forman corrientes de opinión o “alas” de contornos imprecisos, que recuerdan a girondinos y jacobinos. Más que cuestiones de principio los dividen criterios operativos; unos son partidarios de la acción rápida, aplicando el terror, y otros prefieren vías más contemporizadoras y graduales; pero éstos tiran de la carreta, lenta y segura, en el mismo camino que los otros intentan recorrer en un extenuante galope. Hasta qué punto cada sector –y cada protagonista- promovía, paralelamente a la independencia de España, la destrucción de nuestra Tradición, es un punto a investigar.
Lo cierto es que, en los confusos episodios que se desarrollaban, se disciernen valores ideológicos en medio de enfrentamientos políticos, personales o por cuestiones de segundo orden.
Los más imbuidos de jacobinismo se nuclean en la Sociedad Patriótica, dirigida por Bernardo de Monteagudo, que reúne a los morenistas y desarrolla una acción de oposición a través de la logia masónica de Julián Alvarez y el Club de Marco, remedo de los “clubes” franceses.
Los moderados o saavedristas reaccionan en la asonada del 5 y 6 de abril, apoyada por el Deán Funes, contra los “hombres fanáticos”, “furibundamente democráticos”, como los llama el versátil personaje, que aquí aparece como moderado y en la década siguiente edita un periódico volteriano, apoyando las maniobras de Rivadavia contra la Iglesia.
Los golpes y contragolpes se suceden incesantemente. En septiembre de 1811, un golpe de estado capitular de carácter centralista disuelve la Junta Grande y crea el Primer Triunvirato, afín a los sectores radicales. Su alma mater es el secretario Bernardino Rivadavia, figura conspicua del centralismo dirigista que intentará ahogar a la Argentina orgánica.
El Triunvirato dicta el Estatuto Provisional, obligando a los diputados de las provincias a volver a éstas, suprimiendo la representación del país. El motín de las coletas de los valientes Patricios es reprimido con sangre.
En 1812, Alvear, San Martín y Zapiola fundan la Logia Lautaro, que juega un rol decisivo; se discute si integraba o no la masonería, pero no están en tela de juicio sus vinculaciones con Miranda –“destacado masón”, que “en 1809 fundó la logia del Supremo Consejo de América”- y las logias inglesas (cf. Los Protagonistas in Historia Universal Océano; ver también Ernesto Palacio, Historia de la Argentina, t. II).
Se descubre la conspiración de Martín de Alzaga, héroe de la Reconquista odiado por los jacobinos. El Triunvirato recurre otra vez al terror: hay tres días de fusilamientos y ahorcamientos.
Rivadavia, Pueyrredón y Chiclana ordenan el proceso a los alzaguistas. Los jueces son Agrelo y Monteagudo, el de los sermones sacrílegos del Alto Perú. No tardan en caer sobre el clero fiel ejecutando al benemérito sacerdote fray José de las Animas, hecho calificado de “inaudito, monstruoso y altamente sacrílego” (Bruno, o.c., t. VIII, p. 86-7).
Una carta de Vigodet al Obispo de Buenos Aires (1811) pinta con elocuencia la crisis ideológica: casi todos los párrocos y eclesiásticos son partidarios del error, al que difunden con desvergüenza; inspiran odio hacia los buenos vasallos y hacen odible al superior gobierno que representa al rey (las autoridades de facto se valían de la máscara de Fernando VII); las ovejas –los fieles- están entregadas a lobos carniceros.
La adhesión de vastos sectores clericales no a favor de una legítima aspiración de independencia, sino de la utopía igualitaria universal, presenta otro paralelo con la Francia jacobina, en la que un numeroso sector del Clero, con el Arzobispo de París a la cabeza. juró la constitución anticatólica, rompiendo el vínculo de fidelidad con el Papa.
De ese clero, la Reina María Antonieta (declarada mártir por Pío VII junto al Rey Luis XVI) no quiso ni recibir los últimos sacramentos (que providencialmente logró darle un sacerdote fiel). Algunos exponentes fueron el Obispo apóstata Talleyrand, el hábil agitador de los primeros días, regicida y luego miembro del Directorio que abre las puertas a Napoleón, Abbé Sieyès, y el Padre Jacques Roux, que con sus sermones incendiarios se hacía llamar “le prédicateur des sans-culottes”, convirtiéndose en jefe de los “furibundos” (enragés); denunciado por su febril extremismo terminó suicidándose con un cuchillo.  Fueron los continuadores de la obra demoledora que el Abbé Raynal y los sacerdotes iluministas del siglo XVIII iniciaron en los salones, las cátedras, los púlpitos y las sombras de las tenidas masónicas.
Luis María Mesquita Errea
33a. nota
Sigue en nota 34a.


Siglos de Fe..., 32a. nota: Las profanaciones y la pérdida del Alto Perú (1810-1811)

Castelli aplicó las instrucciones de terror inspiradas en la Revolución Francesa mientras tenía el descaro de encargar misas por el Rey...

Dos retratos de Bernardo de Monteagudo (muy distintos entre sí). Las profanaciones de templos católicos escandalizaron a la población y llevaron a la pérdida del Alto Perú -un "servicio" anticristiano y muy poco patriótico



NOTA 32ª
Las profanaciones y la pérdida del Alto Perú (1810-1811)
Como un relámpago de claridad sobrecogedora, la temida amenaza a la Fe se hizo patente durante la invasión del Alto Perú por la Expedición Auxiliadora de la Primera Junta, a despecho de las seguridades dadas al pueblo en la circular del 26 de mayo. El 31 de julio de 1810, ésta dicta un decreto que dispone la confiscación de bienes sin proceso y la pena de muerte: “El documento...impone un régimen de terror, sin ningún tipo de miramientos”, dice Bustos Argañaraz (Manual de Historia Argentina, p. 160).
Su representante es el Vocal Castelli, el fusilador de Cabeza de Tigre, quien recibe nuevas instrucciones secretas (fechadas el 12 de septiembre):
“Se le ordena actuar con la mayor severidad...”, y luego de la primera victoria “dejará que los soldados hagan estragos en los vencidos para infundir terror en los enemigos”. El 18 de noviembre Moreno le notifica que “la Junta aprueba el sistema de sangre y rigor que V.S. propone contra los enemigos” (ibid.).
Esta severidad que lleva la marca del terror jacobino llegará al extremo de arcabucear a ilustres mandatarios y jefes del bando contrario, contra las nobles prácticas de la guerra civilizada.
Entre tanto, Castelli hace oficiar con descaro misas por la salud del Rey!
El libertinaje y la herejía inficionan el ambiente; cunde la indisciplina y el descontento popular. “Nuestra revolución ha sido tan prolongada y sangrienta porque empezó destruyendo el ascendiente del principio religioso”, comenta el salteño Facundo de Zuviría.
El 7 de noviembre de 1810 triunfan las armas porteñas a orillas del río Suipacha, gracias a la participación de aguerridos efectivos de la Provincia de Salta al mando de Martín Miguel de Güemes. Durante las sublevaciones en Potosí y Charcas caen presos el Gobernador Sanz, el Mariscal Nieto y el Capitán Córdoba. “Cumpliendo fielmente sus instrucciones, Castelli procede a ejecutarlos..., provocando consternación en el pueblo” (Bustos Argañaraz, o.c., p. 160).
El Alto Perú cae en manos de los rioplatenses. “Sin embargo, los abusos cometidos por Castelli y el régimen de terror que impone fueron generando una actitud de desconfianza y rechazo por parte de la población. Algunos...oficiales profanaron templos y objetos sagrados y celebraron misas sacrílegas, llegando Bernardo Monteagudo al extremo de predicar desde un púlpito vestido de sacerdote”.
“Estas actitudes provocaron primero estupor y luego indignación en un pueblo de firmes creencias religiosas y dieron pie a que  Goyeneche (General del Virreinato del Perú) predicara una guerra santa contra los ‘porteños herejes’, que ganó pronto numerosos adeptos”.
“El 20 de junio (de 1811) tuvo lugar un nuevo enfrentamiento en Huaqui, en donde las fuerzas altoperuanas infringieron una aplastante derrota a las porteñas, perdiéndose definitivamente el Alto Perú” (Bustos Argañaraz, o.c., p. 160).
El cariz anticatólico –afirma Zuviría- fue gravoso “por los millares de prosélitos que quitaron a la causa de nuestra libertad e independencia”. Entre aquellos hechos lamentables enumera “los tres primeros que asaltan a mi memoria”:
1.      “El sermón de Viacha, predicado por uno de nuestros primeros hombres, y que hasta hoy se recuerda en el Alto Perú”. Si bien se refiere a Castelli, su secretario Monteagudo pronunció similar homilía sacrílega, evidenciando unidad de metas y métodos.
2.      “El ultraje al signo de nuestra redención (la Santa Cruz) arrastrado por las calles de Chuquisaca a presencia de los representantes de nuestro primer gobierno”.
3.      “La persecución y expulsión de...obispos y pastores” (ap. C. Bruno S.D.B., Historia de la Iglesia, VII, p. 379).

Las consecuencias no se hicieron esperar: derrotas militares, pérdida del Alto Perú, oposición de las poblaciones a la entrada de las fuerzas porteñas, motines populares contra los jefes, el descrédito y el repudio.
El abandono de nuestro pasado impulsado por el sector jacobino iba destruyendo la unidad virreinal y fragmentando el Imperio español, como lo deseaban las fuerzas anticristianas. “La patria había quedado reducida…a menos de la mitad de lo que había sido, al comenzar, en 1810, la Revolución”, dice Bernardo Frías (Tradiciones Históricas, 6ª. Tradición, ed. La Facultad, Bs. As., 1929, p. 210).
No faltaban personas clarividentes que percibían la gravedad de la fractura y lo consideraban “un castigo manifiesto”. Era la opinión que Don Tomás Manuel de Anchorena le expresaba a su hermano Nicolás en carta del 10 de agosto de 1811: “Lo que a mí me desconsuela, es el odio tan manifiesto de que se han poseído todas estas gentes contra nosotros (...); maldicen la conducta de nuestras tropas, culpando sobremanera a los oficiales y jefes. Yo creo que esta desgracia ha sido castigo manifiesto de los innumerables delitos que se han cometido...”.
Juicios similares expresan el Gral. Belgrano y otros jefes que encuentran a los pueblos totalmente cambiados y enemistados con quienes, en nombre de la libertad del pueblo, intentaban arrancarle la principal libertad de ser fieles a Dios.
Estos aspectos esclarecedores se ocultan para evitar que los argentinos veamos cómo nuestra patria fue violentamente apartada del camino que sus impulsos naturales la llevaban a seguir, desviándola hacia el proyecto de una nación artificial y extranjerizante, en contradicción con sus raíces.
32a. nota
Sigue en nota 33a.

Siglos de Fe..., 31a. nota: El fusilamiento de un hombre-símbolo, Liniers



El católico mariano y reconquistador Liniers


El jacobino Castelli


Nota  31ª.

El fusilamiento de un hombre símbolo, Liniers (26 de agosto de 1810)

·        A la sombra de la oposición al absolutismo y el natural deseo de constituir un país soberano, fuerzas anticristianas trabajan para extinguir las raíces tradicionales.
·        Circulan catecismos masónicos
·        La resolución revolucionaria de mayo de 1810, emanada de un cabildo, es desconocida por el Virrey del Perú y las autoridades de Montevideo, Paraguay, Alto Perú y Córdoba. La Junta envía una fuerza militar, la Expedición Auxiliadora, para sofocar las reacciones.
·        Comienza una represión violenta, que varios autores califican de “terror revolucionario”. El oficio de la Junta a los gobiernos y Cabildos del norte, del 27 de junio, anuncia que aplicará “un castigo ejemplar, que escarmiente y aterre a los malvados”.
Liniers, el Gobernador de Córdoba, el Obispo y otros destacados cordobeses se disponen a resistir, pero al conocerse la envergadura del ejército porteño, de 1.150 hombres, las fuerzas locales se deshacen y sus jefes son capturados.
El Deán Funes es uno de sus acusadores; no obstante se horroriza al enterarse de las instrucciones que trae Vieytes de fusilar al héroe de la Reconquista y al Obispo (“sin dar lugar a minutos que proporcionasen ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden”; P. Bustos Argañaraz, Manual de Historia Argentina, p.158). Tales directivas iban “a dar a la revolución un carácter de atrocidad y de impiedad”, comenta Cayetano Bruno (Historia…, t. VIII, p. 304). Los integrantes de la Junta de Comisión son “asaltados” por las principales familias de Córdoba para evitarlo.
“Unánimemente, la población expresó su repudio y solicitó a Ortiz de Ocampo que no le diera cumplimiento” (Bustos Argañaraz, o.c., p. 159).
El Cnel. Francisco A. Ortiz de Ocampo pide a la Junta que reconsidere tan graves decisiones, para conservar “la adhesión y amor de todos estos pueblos”; es preciso, afirma, “no chocar descubiertamente la opinión pública”. Lo que más alarmaba era “la sola presunción de que el Obispo sería una de las víctimas de nuestras fuerzas”. Agregaba que esto sembraría el terror en los demás pueblos, que quedarían sujetados contra su voluntad: “Los dominaría la fuerza y no el amor”… (ibid.).
El pedido del Jefe militar riojano y sus compañeros es recibido con “repulsa y desdén” por Mariano Moreno, cabeza de los hombres furibundamente democráticos, quien escribe “groseramente” contra ellos. Temía que la presencia de Liniers, al ser conducido preso a Buenos Aires, produjera un vuelco de la opinión pública.
El sacerdote Alberti, Vocal de la Junta, no queriendo firmar condenas a muerte, se retira de la sala. Su voto podría haber salvado a las víctimas. La decisión final, por voto del Vocal Larrea, es mantener la fatal decisión exceptuando al Obispo y su secretario “en homenaje a los sentimientos religiosos de los pueblos, que mirarían como un sacrilegio, si eran arrastrados al patíbulo” (Bruno, o.c., p.  306).
Flagrantes contradicciones se manifiestan: el Padre Alberti vuelve a la Sala y expresa, con increíble audacia, que la decisión era injusta…“puesto que dicho Prelado era el único que debería morir, como instigador acérrimo y uno de los fautores de la contrarrevolución a la que había precipitado a sus correligionarios, cuando su ministerio era puramente de paz y concordia” (!); (ibid., p. 307). “Paz” y “concordia” que la Junta iba a conseguir con cañones, bayonetas y piquetes de fusilamiento.
Uno de los miembros más radicales, el Vocal Castelli, asesorado por Nicolás Rodríguez Peña y protegido por 40 húsares a las órdenes de French, parte a Córdoba para “ejecutar a los reos dondequiera los hallase”. Se trataba de dos conspicuos miembros de las logias establecidas por los ingleses, al igual que Manuel José García, Vieytes y Rivadavia, dice Bustos Argañaraz.
Los ilustres presos quedan en manos de un infame Oficial Urien, quien, bajo los efectos del vino, se llega a verlos “sólo para insultarlos con obscenidades e injurias” (ib., p. 309). Atropellos dignos de sans-culottes
Llegados a la Villa del Rosario consigue el Obispo a duras penas celebrar misa, pues Urien dice que “el reo de Estado no podía decir misa”.
Ante el cariz de los acontecimientos, se preparan para una muerte digna: “...comulgaron con especial devoción y recogimiento interior los cinco señores restantes; y luego todos juntos renovaron entre sí el juramento que habían hecho de fidelidad a Fernando VII y a la nación española, de defender sus derechos y derramar su sangre por la causa que seguían. ...fue el sagrado viático con que a los diez días entraron en la eternidad” (ibid.). Noble ejemplo de fidelidad…
La tropa, chocada por las bajezas de Urien, exige su destitución; lo reemplaza un Cap. Garayo, que trata a los prisioneros “con el decoro debido, esmerándose en asistirlos con toda puntualidad”. “La historia recuerda con gratitud su nombre”.
Cerca de la posta de Cabeza de Tigre se encuentran con la fuerza militar que viene a ejecutarlos. En el mayor misterio, se desvían del camino hacia un bosque. Esto alarma a Liniers, ya que supuestamente los conducían a Buenos Aires para ser juzgados. El Tcnl. Balcarce responde a sus inquietudes diciendo no saber por qué. Allí se dan con los húsares, todos ingleses que habían desertado durante las Invasiones, “pues no se atrevieron a llevar españoles”. Estos detalles desconocidos por la mayoría de los argentinos, ¿por qué fueron silenciados por los “defensores” de la libertad de prensa y de pensamiento?
El Obispo, “derramando lágrimas se pone de rodillas para abogar por ellos; y apenas había dicho ¿que cómo se les condenaba a muerte sin oírlos? ¿que por qué se les privaba de los auxilios espirituales como es la comunión, y se profanaba la fiesta del domingo? le interrumpió French diciéndole: Calle, usted, Padre, que aún no sabe la suerte que le espera”. Fouquier-Tinville no hubiera contestado de otro modo.
Liniers, maniatado, le pide al Obispo que saque el rosario de su bolsillo y paseándose, lo rezaba, preparándose para la confesión y la muerte: “parecía más glorioso que en sus victorias de la reconquista y defensa”. “Liniers rechazó la venda; y, ‘en voz perceptible imploró el auxilio de María Santísima (bajo el título del Rosario, de quien siempre fue muy devoto) hincado de rodillas; y con la vista fija en los soldados que estaban con las armas preparadas les dijo: Ya estoy, muchachos; y haciendo...la señal el oficial Juan Ramón Balcarce, se hizo la descarga’ ” (Bruno, ibid., p. 311). Fue rematado por French con un tiro en la frente.
Así fue eliminado indignamente un hombre-símbolo del Antiguo Régimen, que encabezara la reacción contra los herejes ingleses al amparo de la Virgen.
“La mezcla de consternación y repulsa que…causó en el ánimo de los cordobeses difícilmente pueda ser expresada. Al igual que en la Revolución Francesa, el terror comenzaba a imponerse...”, comenta Prudencio Bustos Argañaraz (o.c., p. 159).
En un árbol aparecieron escritos los nombres de los condenados, formando la palabra CLAMOR. Se trató, junto con la expulsión de los jesuitas, de “el hecho más atroz y más salvaje que registra la historia de la provincia”, de acuerdo al Dr. Pablo J. Rodríguez (ibid.).
31a. Nota
Sigue en nota 32a.