Bonifacio VIII
CAPITULO VI
UNA SITUACIÓN QUE REQUERÍA
SABIDURÍA Y FORTALEZA
L |
as noticias de Roma eran
esperanzadoras. El Papa iniciaba su reinado con planes de reforma. La
organización eclesiástica “se encontraba bastante desquiciada” y así estaba la
sociedad temporal. Había contribuido la terrible peste negra que se abatió
sobre Europa a mediados del siglo XIV –el “mal siglo” que comenzó con la
bofetada de Anagni, ultraje cometido por el representante de Felipe IV de
Francia, que llevó a la muerte al Papa Bonifacio VIII por el dolor y la
indignación que le causó. Veinticinco millones de personas murieron, pueblos
enteros quedaron devastados. El clero estuvo a punto de extinguirse; entraron a
sus filas muchas personas sin preparación, vocación ni virtudes.
El rey que ultrajó el Papado
lo puso bajo su dependencia en el cautiverio de Avignon -que duró siete
décadas.
Se diría que la ruptura más
o menos consciente de la sociedad con la era de San Luis y San Fernando, de San
Francisco y Santo Domingo, constituyó un pecado inmenso. Varias desgracias se
abatieron sobre
El exilio de Avignon produjo
el gran cisma. Los cristianos contemplaban azorados el espectáculo de varios
pretendientes al trono de San Pedro. A pesar de todo,
Ante el peligro de las
invasiones musulmanas, la voz de San Pedro convocaba al combate en defensa de
la ciudadela cristiana. Entretanto, los turcos avanzaban y devastaban vastas
regiones y en 1453 tomaban por asalto Constantinopla.
Otra noticia alarmante: el
envío por el Gran Turco de una flota de 400 barcos contra la isla de Eubea, que
se consideraba inexpugnable. El Papa Pablo II había logrado unir a los
príncipes pero su muerte, poco después, dejó a
Al sucesor en la sede
pontificia le tocó hacerse cargo de dos graves problemas: creciente corrupción
en
Consideró el Papa que la
defensa de
Su misión como nuncio fue
exitosa. Encontrándose el reino al borde de la guerra civil, logró la
reconciliación de Isabel con el rey Enrique, a lo que siguieron los
correspondientes agasajos.
* *
*
En Alcalá se enteró doña
Isabel de la “terrible matanza de conversos o judíos encubiertos” en Córdoba.
Al parecer un buen sector de estos cristianos nuevos concurría abiertamente a
la sinagoga, por lo que habían sido excluidos de una procesión. Al pasar la
manifestación de fe frente a la casa de un converso famoso, arrojaron de su
interior un recipiente de inmundicias sobre
Don Alonso de Aguilar,
casado con una hija del Marqués de Villena, y su hermano, Gonzalo de Córdoba
(el futuro Gran Capitán), defendieron a los conversos. El estado de guerra duró
cuatro años. Matanzas similares de “marranos” (*ver nota al pie) ocurrieron en
otras partes; se agregó a la negra foja de servicios del “cristiano nuevo”
Villena ser responsable de una de las más brutales, ocurrida en Segovia en
1474.
En esta ciudad había sido
intenso el odio entre judíos y cristianos. A principios de siglo, un médico
judío y sus secuaces robaron una hostia consagrada y fueron ejecutados; otros
judíos intentaron envenenar al Obispo. “Y cuando Isabel tenía siete años de
edad, dieciséis judíos ... fueron acusados de haber robado un niño cristiano en
Semana Santa y de haberlo crucificado como afrenta a la memoria de Jesús” en un
asesinato ritual.
No fue el único caso de
asesinatos rituales. Ya las Partidas de Alfonso el Sabio, varios siglos antes,
se refieren y condenan abominables hechos como éstos.
La trama de Villena estaba
dirigida contra Cabrera, que era un converso auténtico, un católico fiel,
casado con Beatriz de Bobadilla, amiga de la infancia de Isabel –la que estaba
dispuesta hasta la lucha armada para librarla del casamiento forzado con el
falso converso Girón.
Cuando Isabel y Fernando
llegaron a Segovia, el lugar hedía a incendio y muerte. Isabel felicitó a
Cabrera por su valor en combatir las fuerzas de Villena protegiendo a los
conversos, y censuró a los fanáticos instrumentos de éste. Poco antes había
evitado una matanza similar en Valladolid, lo que le costó perder muchos
partidarios y verse obligada a huir con Fernando y el Arzobispo.
Ahora tenía el hecho
espantoso frente a sí, pudiendo contemplar las consecuencias del odio entre
cristianos y judíos. ¿Cómo podía salvarse el país de la ruina y de una segunda
conquista mahometana, que deseaban los judíos y pseudo-conversos? ¿Cómo lograr
que no explotaran a los cristianos e hicieran prosélitos para destruir
Isabel y Fernando llegaron a
la conclusión de que era necesario un gobierno suficientemente fuerte para ser
temido y respetado por todos. Los acontecimientos los favorecían. Su implacable
enemigo Villena murió en el mismo año. El rey Enrique se enfermó, y después de
confesar sus pecados (con el prior del monasterio que hiciera levantar por las
hazañas de don Beltrán), entregó su alma, negándose inflexiblemente a declarar
si
Isabel recibió la noticia en Segovia.
Vistió luto y fue a
Su sueño de Princesa niña,
de poner el poder real al servicio del alto ideal de sociedad cristiana, venía
a su encuentro por esta serie de acontecimientos.
De un reino en caos iba a
nacer
Luis María Mesquita Errea
SIGUE EN CAP. VII
No hay comentarios:
Publicar un comentario