viernes, 2 de octubre de 2020

LA GESTA DE ISABEL LA CATOLICA - Cap. VI - Una situación que requería sabiduría y fortaleza

 

                                                            Bonifacio VIII

CAPITULO VI

 

UNA SITUACIÓN QUE REQUERÍA SABIDURÍA Y FORTALEZA

 

 

L

as noticias de Roma eran esperanzadoras. El Papa iniciaba su reinado con planes de reforma. La organización eclesiástica “se encontraba bastante desquiciada” y así estaba la sociedad temporal. Había contribuido la terrible peste negra que se abatió sobre Europa a mediados del siglo XIV –el “mal siglo” que comenzó con la bofetada de Anagni, ultraje cometido por el representante de Felipe IV de Francia, que llevó a la muerte al Papa Bonifacio VIII por el dolor y la indignación que le causó. Veinticinco millones de personas murieron, pueblos enteros quedaron devastados. El clero estuvo a punto de extinguirse; entraron a sus filas muchas personas sin preparación, vocación ni virtudes.

El rey que ultrajó el Papado lo puso bajo su dependencia en el cautiverio de Avignon -que duró siete décadas.

Se diría que la ruptura más o menos consciente de la sociedad con la era de San Luis y San Fernando, de San Francisco y Santo Domingo, constituyó un pecado inmenso. Varias desgracias se abatieron sobre la Cristiandad.

El exilio de Avignon produjo el gran cisma. Los cristianos contemplaban azorados el espectáculo de varios pretendientes al trono de San Pedro. A pesar de todo, la Iglesia continuó transmitiendo el tesoro de la fe que Nuestro Señor le confiara. Proporcionó a toda Europa una civilización y cultura comunes “que en el siglo XIII llegaron a un nivel nunca sobrepasado hasta entonces”.

Ante el peligro de las invasiones musulmanas, la voz de San Pedro convocaba al combate en defensa de la ciudadela cristiana. Entretanto, los turcos avanzaban y devastaban vastas regiones y en 1453 tomaban por asalto Constantinopla.

Otra noticia alarmante: el envío por el Gran Turco de una flota de 400 barcos contra la isla de Eubea, que se consideraba inexpugnable. El Papa Pablo II había logrado unir a los príncipes pero su muerte, poco después, dejó a la Cristiandad en situación angustiosa.

Al sucesor en la sede pontificia le tocó hacerse cargo de dos graves problemas: creciente corrupción en la Iglesia e invasión de los turcos. La vida escandalosa de muchos prelados dificultaba la convocatoria a la cruzada, y ésta consumía energías imprescindibles para encarar la reforma.

Consideró el Papa que la defensa de la Cristiandad era lo más urgente. Sus representantes visitaron las cortes. A España se dirigió el Cardenal Borgia, vigoroso español de notables capacidades de gobierno, que luego reinaría como Alejandro VI. Su vida privada tuvo episodios lamentables que caracterizan la honda crisis moral del Renacimiento. No obstante, su magisterio pontificio, su aliento a la evangelización del Nuevo Mundo, sus intervenciones mediadoras entre España y Portugal, y otras gestiones en el orden temporal de las naciones, fueron positivas para la Cristiandad.

Su misión como nuncio fue exitosa. Encontrándose el reino al borde de la guerra civil, logró la reconciliación de Isabel con el rey Enrique, a lo que siguieron los correspondientes agasajos.

 

            *     *     *

En Alcalá se enteró doña Isabel de la “terrible matanza de conversos o judíos encubiertos” en Córdoba. Al parecer un buen sector de estos cristianos nuevos concurría abiertamente a la sinagoga, por lo que habían sido excluidos de una procesión. Al pasar la manifestación de fe frente a la casa de un converso famoso, arrojaron de su interior un recipiente de inmundicias sobre la Imagen de la Virgen.  Esto desató una “sangrienta matanza de judíos encubiertos”.

Don Alonso de Aguilar, casado con una hija del Marqués de Villena, y su hermano, Gonzalo de Córdoba (el futuro Gran Capitán), defendieron a los conversos. El estado de guerra duró cuatro años. Matanzas similares de “marranos” (*ver nota al pie) ocurrieron en otras partes; se agregó a la negra foja de servicios del “cristiano nuevo” Villena ser responsable de una de las más brutales, ocurrida en Segovia en 1474.

En esta ciudad había sido intenso el odio entre judíos y cristianos. A principios de siglo, un médico judío y sus secuaces robaron una hostia consagrada y fueron ejecutados; otros judíos intentaron envenenar al Obispo. “Y cuando Isabel tenía siete años de edad, dieciséis judíos ... fueron acusados de haber robado un niño cristiano en Semana Santa y de haberlo crucificado como afrenta a la memoria de Jesús” en un asesinato ritual.

No fue el único caso de asesinatos rituales. Ya las Partidas de Alfonso el Sabio, varios siglos antes, se refieren y condenan abominables hechos como éstos.

La trama de Villena estaba dirigida contra Cabrera, que era un converso auténtico, un católico fiel, casado con Beatriz de Bobadilla, amiga de la infancia de Isabel –la que estaba dispuesta hasta la lucha armada para librarla del casamiento forzado con el falso converso Girón.

 

Cuando Isabel y Fernando llegaron a Segovia, el lugar hedía a incendio y muerte. Isabel felicitó a Cabrera por su valor en combatir las fuerzas de Villena protegiendo a los conversos, y censuró a los fanáticos instrumentos de éste. Poco antes había evitado una matanza similar en Valladolid, lo que le costó perder muchos partidarios y verse obligada a huir con Fernando y el Arzobispo.

Ahora tenía el hecho espantoso frente a sí, pudiendo contemplar las consecuencias del odio entre cristianos y judíos. ¿Cómo podía salvarse el país de la ruina y de una segunda conquista mahometana, que deseaban los judíos y pseudo-conversos? ¿Cómo lograr que no explotaran a los cristianos e hicieran prosélitos para destruir la Cristiandad? ¿Qué hacer para terminar con las matanzas?

Isabel y Fernando llegaron a la conclusión de que era necesario un gobierno suficientemente fuerte para ser temido y respetado por todos. Los acontecimientos los favorecían. Su implacable enemigo Villena murió en el mismo año. El rey Enrique se enfermó, y después de confesar sus pecados (con el prior del monasterio que hiciera levantar por las hazañas de don Beltrán), entregó su alma, negándose inflexiblemente a declarar si la Beltraneja era o no su hija. Un final bastante lamentable, de acuerdo a su vida: “su reinado es, acaso, el más triste y desgraciado que nunca hubo en España” (José María Pemán, de la Real Academia Española, “La Historia de España contada con sencillez”, Escelicer SA, cap. XVI).

 

Isabel recibió la noticia en Segovia. Vistió luto y fue a la Iglesia de San Miguel a rezar por el alma de Enrique. Al volver al castillo, Cabrera y los grandes de Segovia le anunciaron que al día siguiente, festividad de Santa Lucía, sería coronada Reina de Castilla.

Su sueño de Princesa niña, de poner el poder real al servicio del alto ideal de sociedad cristiana, venía a su encuentro por esta serie de acontecimientos.

De un reino en caos iba a nacer la España pujante y pionera de los Tiempos Modernos.

 Marrano: “nota: converso dudoso de origen judío”, cf. Cap. III

Luis María Mesquita Errea

SIGUE EN CAP. VII

 

 

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