CAPITULO III
RESISTENCIA HEROICA AL
AMBIENTE, REACCIONES Y UNA TERRIBLE ENCRUCIJADA
A |
zorado, el buen pueblo de
Madrid veía pasar una bulliciosa tropa de damiselas de
Por una protección especial
de
Odio y resistencia al mal y
al pecado, virtud olvidada...
La reina Juana tuvo la audacia de instar
a su joven cuñada a participar del libertinaje de la corte; la princesa,
golpeada por la propuesta, rompió a llorar con su hermano Alfonso. Este, que
tenía sólo catorce años, se dirigió resueltamente a la reina y le prohibió que
en lo sucesivo causara daño alguna a su hermana. Después increpó a algunas
damas de compañía, amenazándolas de muerte si en adelante intentaban
corromperla.
Ambos hermanos se querían
tiernamente “porque se habían criado juntos y juntos se habían educado en el
horror y condenación de las costumbres de aquella Corte podrida” (José María
Pemán, de
En otros aspectos, la
educación de los niños estaba siendo acorde con su situación, pero a don
Alfonso le dieron un preceptor, que realizó sin éxito esfuerzos para corromperlo.
Nobles y pueblo empezaron a
vislumbrar la posibilidad de oponer ambos príncipes a
Isabel le agradeció el honor
pero le contestó hábilmente que, de acuerdo a las leyes castellanas y el
mandato que le diera en vida el rey su padre, no podía contraer matrimonio sin
la aprobación de los tres estados castellanos reunidos en cortes. Una elocuente
muestra de que el estado medieval estamental y orgánico aún estaba vigente.
A la vuelta a Madrid,
dolorosa sorpresa: su hermano había sido secuestrado por el rey y encerrado en
el Alcázar, interrumpiéndose toda comunicación entre ambos. Don Alfonso se las
ingenió para pedir ayuda al Arzobispo de Toledo, hombre de su época, más
guerrero que sacerdote.
El arzobispo encabezó un
grupo de nobles y guerreros dirigiéndole al rey sus memorables
“representaciones” públicas, censurándolo por su conducta y sus blasfemos
compañeros, reprochándoles “pecados...que son ... mancha de locura en la
naturaleza humana”, causando “la ruina de los reinos”, como violaciones de la
guardia mora no sólo a mujeres sino aún a hombres.
Acusaban al rey de “haber
destruido la prosperidad de las clases trabajadoras cristianas al permitir a
moros y judíos explotarlas”, dañar la justicia y el gobierno y permitir que
quedaran sin castigo horrendos crímenes; y de haber “corrompido a
“Doña Juana, la que llaman
la princesa, no es vuestra hija”. Finalmente acusaban a don Beltrán de tramar
el asesinato de doña Isabel y don Alfonso para asegurar la ascensión al trono
de su hija,
Admirable esta viril
reacción de
La reacción dividió los
campos pero no faltaron aquellos que ponían la legitimidad formal del Rey por
encima del derecho de Dios y del reino a que se pusiera fin a semejantes
desórdenes. Lamentablemente, entre éstos se contaba el anciano Obispo de
Cuenca, que incitaba a la guerra contra los resistentes.
Como el Rey era pacifista, recurrió a
los buenos oficios del intrigante Marqués de Villena, promovido al puesto clave de mediador.
La fuerza de la reacción se
plasmó en el Acuerdo de Medina del Campo: Enrique repudiaba virtualmente a
El Rey confió la custodia
del príncipe al Marqués de Villena, dándole así una enorme ventaja. A pesar del
acuerdo con Enrique IV, el Marqués, el Arzobispo Carrillo y el Almirante de
Castilla proclamaron a don Alfonso rey de Castilla. Para ello se dirigieron
hacia Avila, donde el pueblo los seguía en caravana gritando “¡Larga vida tenga
el rey Alfonso!”.
En una vega se había
instalado un trono con una efigie de trapo del rey Enrique IV, con corona,
cetro y la gran espada de la justicia real. Luego de la misa, se le quitó la
corona y las insignias y se hizo rodar el maniquí por el suelo. El príncipe
Alfonso fue conducido al trono y coronado rey de Castilla.
El hecho provocó una
reacción a favor del desgraciado rey, que se lamentaba entonando tristes
canciones bíblicas. El pueblo, que veneraba
“El rey escuchó fríamente
esta propuesta del marrano (nota: converso dudoso de origen judío) de pésima
reputación que quería unirse a la realeza castellana, y dio su consentimiento”.
En años anteriores se habían
tejido proyectos de casamiento para la joven Isabel: Fernando de Aragón, Carlos
de Viana, Alfonso V de Portugal, el futuro Ricardo III de Inglaterra, príncipes
de sangre real, con cualidades reconocidas, todo lo cual le faltaba al
pretendiente Girón.
Se da ahora uno de los
hechos significativos de su vida.
Afligida y alarmada,
desprovista de todo auxilio humano, recurrió Isabel a la ayuda de Dios,
empuñando la palanca de la oración. Se encerró en su cuarto, ayunando tres
días. Tres días con sus noches los pasó de rodillas ante el crucifijo,
“suplicando fervorosamente a Dios que le mandara la muerte a ella o a don Pedro
Girón”.
Su amiga Beatriz de
Bobadilla, blandiendo una daga, proclamó que antes mataría a don Pedro que
permitir el casamiento:
“¡Dios no lo ha de permitir,
ni tampoco yo!”
Luis María Mesquita Errea
SIGUE EN CAP. IV
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