jueves, 1 de octubre de 2020

LA GESTA DE ISABEL LA CATOLICA - Cap. III - Resistencia heroica al ambiente - Reacciones y una terrible encrucijada

 

CAPITULO III

 

RESISTENCIA HEROICA AL AMBIENTE, REACCIONES Y UNA TERRIBLE ENCRUCIJADA

 

 

A

zorado, el buen pueblo de Madrid veía pasar una bulliciosa tropa de damiselas de la Corte, que dejaban mucho que desear en vestimenta y actitud. La ciudad vivía una fiebre renacentista de bailes, torneos, espectáculos, comedias, corridas de toros, intrigas y escándalos. Los pobres niños Isabel y Alfonso venían del ambiente austero de Arévalo a encontrarse en medio de una atmósfera de blasfemias y situaciones indecorosas.

Por una protección especial de la Virgen, vivieron en ese medio sin contaminarse y “salieron de ella con un odio, para toda su vida, contra la inmoralidad reinante y sus causas, entre las cuales reconocían la influencia de los moros y judíos”.

Odio y resistencia al mal y al pecado, virtud olvidada...

La reina Juana tuvo la audacia de instar a su joven cuñada a participar del libertinaje de la corte; la princesa, golpeada por la propuesta, rompió a llorar con su hermano Alfonso. Este, que tenía sólo catorce años, se dirigió resueltamente a la reina y le prohibió que en lo sucesivo causara daño alguna a su hermana. Después increpó a algunas damas de compañía, amenazándolas de muerte si en adelante intentaban corromperla.

Ambos hermanos se querían tiernamente “porque se habían criado juntos y juntos se habían educado en el horror y condenación de las costumbres de aquella Corte podrida” (José María Pemán, de la Real Academia Española, “La Historia de España contada con sencillez”, Escelicer SA, cap. XVI, p. 152).

En otros aspectos, la educación de los niños estaba siendo acorde con su situación, pero a don Alfonso le dieron un preceptor, que realizó sin éxito esfuerzos para corromperlo.

Nobles y pueblo empezaron a vislumbrar la posibilidad de oponer ambos príncipes a la Beltraneja ilegítima. La situación del rey se complicó pues removió al príncipe Alfonso del cargo de gran maestre de la Orden de Santiago, reemplazándolo por don Beltrán, a pesar de no ser príncipe. A Villena también le molestó, pues quería ese honor para él mismo, enojo que creció al enterarse de las tratativas para casar a doña Isabel con el rey Alfonso V de Portugal. Este rey se quedó tan prendado de ella que le ofreció a la princesa castellana de doce años ser reina de Portugal.

Isabel le agradeció el honor pero le contestó hábilmente que, de acuerdo a las leyes castellanas y el mandato que le diera en vida el rey su padre, no podía contraer matrimonio sin la aprobación de los tres estados castellanos reunidos en cortes. Una elocuente muestra de que el estado medieval estamental y orgánico aún estaba vigente.

A la vuelta a Madrid, dolorosa sorpresa: su hermano había sido secuestrado por el rey y encerrado en el Alcázar, interrumpiéndose toda comunicación entre ambos. Don Alfonso se las ingenió para pedir ayuda al Arzobispo de Toledo, hombre de su época, más guerrero que sacerdote.

El arzobispo encabezó un grupo de nobles y guerreros dirigiéndole al rey sus memorables “representaciones” públicas, censurándolo por su conducta y sus blasfemos compañeros, reprochándoles “pecados...que son ... mancha de locura en la naturaleza humana”, causando “la ruina de los reinos”, como violaciones de la guardia mora no sólo a mujeres sino aún a hombres.

Acusaban al rey de “haber destruido la prosperidad de las clases trabajadoras cristianas al permitir a moros y judíos explotarlas”, dañar la justicia y el gobierno y permitir que quedaran sin castigo horrendos crímenes; y de haber “corrompido a la Iglesia al remover de sus sedes a buenos obispos, reemplazándolos por hipócritas y políticos”. Denunciaban la influencia del favorito Beltrán y abiertamente le decían al monarca:

“Doña Juana, la que llaman la princesa, no es vuestra hija”. Finalmente acusaban a don Beltrán de tramar el asesinato de doña Isabel y don Alfonso para asegurar la ascensión al trono de su hija, la Beltraneja.

Admirable esta viril reacción de la Nobleza española. Veamos lo que pasó...

La reacción dividió los campos pero no faltaron aquellos que ponían la legitimidad formal del Rey por encima del derecho de Dios y del reino a que se pusiera fin a semejantes desórdenes. Lamentablemente, entre éstos se contaba el anciano Obispo de Cuenca, que incitaba a la guerra contra los resistentes.

Como el Rey era pacifista, recurrió a los buenos oficios del intrigante Marqués de Villena, promovido al  puesto clave de mediador.

La fuerza de la reacción se plasmó en el Acuerdo de Medina del Campo: Enrique repudiaba virtualmente a la Beltraneja al reconocer a Alfonso como príncipe de Asturias y legítimo heredero del trono de Castilla,  y se comprometía a confesar sus pecados y recibir la sagrada Comunión.

El Rey confió la custodia del príncipe al Marqués de Villena, dándole así una enorme ventaja. A pesar del acuerdo con Enrique IV, el Marqués, el Arzobispo Carrillo y el Almirante de Castilla proclamaron a don Alfonso rey de Castilla. Para ello se dirigieron hacia Avila, donde el pueblo los seguía en caravana gritando “¡Larga vida tenga el rey Alfonso!”.

En una vega se había instalado un trono con una efigie de trapo del rey Enrique IV, con corona, cetro y la gran espada de la justicia real. Luego de la misa, se le quitó la corona y las insignias y se hizo rodar el maniquí por el suelo. El príncipe Alfonso fue conducido al trono y coronado rey de Castilla.

El hecho provocó una reacción a favor del desgraciado rey, que se lamentaba entonando tristes canciones bíblicas. El pueblo, que veneraba la Monarquía, se sintió chocado. Villena aprovechó la coyuntura para ofrecer sus servicios y formular una propuesta maquiavélica: que el rey desterrara a don Beltrán y casara a la princesa Isabel con su hermano, el Marqués Pedro Girón; él se encargaría de custodiar al Príncipe Alfonso.

“El rey escuchó fríamente esta propuesta del marrano (nota: converso dudoso de origen judío) de pésima reputación que quería unirse a la realeza castellana, y dio su consentimiento”.

En años anteriores se habían tejido proyectos de casamiento para la joven Isabel: Fernando de Aragón, Carlos de Viana, Alfonso V de Portugal, el futuro Ricardo III de Inglaterra, príncipes de sangre real, con cualidades reconocidas, todo lo cual le faltaba al pretendiente Girón.

Se da ahora uno de los hechos significativos de su vida.

Afligida y alarmada, desprovista de todo auxilio humano, recurrió Isabel a la ayuda de Dios, empuñando la palanca de la oración. Se encerró en su cuarto, ayunando tres días. Tres días con sus noches los pasó de rodillas ante el crucifijo, “suplicando fervorosamente a Dios que le mandara la muerte a ella o a don Pedro Girón”.

Su amiga Beatriz de Bobadilla, blandiendo una daga, proclamó que antes mataría a don Pedro que permitir el casamiento:

“¡Dios no lo ha de permitir, ni tampoco yo!”

Luis María Mesquita Errea

SIGUE EN CAP. IV

 


 


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