lunes, 28 de enero de 2013

¿Qué cuenta para los legisladores que promueven la consulta, y los actuales gobernantes? ¿El verdadero pueblo, que renueva su pacto de fidelidad a Dios, o las ruidosas minorías que quieren abolir el matrimonio y la familia? - "Por esta ley queremos ser gobernados" (IV)

Un pueblo que se enorgullece de sus raíces no puede aceptar que se desnaturalicen las bases de la sociedad, como son el matrimonio, la familia y la paternidad como siempre las hemos entendido.


¿Acaso no cuentan para nuestros legisladores y gobernantes las creencias y valores de las multitudes que espontáneamente se congregan para expresar su adhesión a las seculares tradiciones y devociones en honor de la Virgen de Luján, en las festividades de N.S. del Valle de Catamarca, en el Tinkunaco riojano, en la renovación del pacto de fidelidad al Señor del Milagro? Cuando el pueblo tenga en claro que un sector de quienes dirigen el país lo quiere llevar a romper el pacto de fidelidad admitiendo la destrucción de la paternidad y la familia, ¿lo aceptará?

Hay en el Noroeste grupos de promesantes que caminan cientos de kilómetros para expresar una Fe que se transmite de generación en generación, (cf. Agustín Usandivaras, Director de Pro Cultura, “La Fe baja de las montañas”, 11 de septiembre de 2012, versión online).

¿Hay algún fenómeno social, político o aún deportivo o artístico que congregue 800.000 o más personas y que lleve a ese grado de dedicación? ¿Es lógico ignorar a estos cientos de miles, o millones de argentinos que se congregan para expresar su “pacto de fidelidad” conforme sus ideas y creencias católicas? ¿O es que sólo cuentan a la hora de legislar las ruidosas minorías refractarias a la identidad cristiana, que quieren abolir el matrimonio y la familia para dar rienda suelta a sus caprichos, desvaríos y desenfrenos, aunque desgarren al País?(continúa próximamente)

lunes, 14 de enero de 2013

"Por esta ley queremos ser gobernados" (III) - El poder político, conforme la doctrina pontificia, no es nunca absoluto



De la nota anterior, del 14 de diciembre pasado: "...Es importante tener presente ese fondo de cuadro hoy en día en que los argentinos asistimos desconcertados a una serie de reformas e intentos de reformas, como la que nos ocupa, no deseadas por la mayoría, porque atentan gravemente contra esas esencias tradicionales, que nuestros mandatarios, excediendo el límite de sus mandatos, se proponen imponer."


El ambiente de un país donde existe un verdadero pueblo es característico: florecen las tradiciones y se respira el orden y las libertades legítimas. Ese ambiente irrita a los partidarios del totalitarismo de Estado, como el tristemente famoso Danton, que llevó a miles a la guillotina hasta caer él mismo bajo su filo. Los Papas advierten sobre los peligros de nuevas formas de totalitarismo de Estado, que quieren pasar por democráticas. También Danton y sus congéneres actuaban en nombre del pueblo...


Pues, enseña la doctrina pontificia, de tanta repercusión en la Argentina, que el poder político no es nunca absoluto, tiene limitaciones, derivadas de su fidelidad a la finalidad, razón de ser y misión del poder, que es el bien común (cf. “Doctrina Pontificia”, II, Documentos políticos, ed. B.A.C. Sumario Sistemático de las tesis que se contienen en los documentos pontificios acerca de la constitución  cristiana de la Sociedad  y del Estado, pp. 11-87).
Eso no debería suceder en un régimen que se proclama democrático y que, en coherencia con ese sistema, debe respetar las convicciones y deseos de los argentinos.
El fenómeno nos recuerda voces de alarma contemporáneas, dignas de ser escuchadas que, como la de los Papas del siglo XX y del presente, han alertado contra el totalitarismo de Estado, tanto de corte nacional-socialista, como burgués -más disimulado pero también autoritario. Heredero de aquel superado absolutismo del período iluminista, que en Salta encontró su más vigorosa y resistente valla, que proclamaba la omnipotencia del Estado ante las tradiciones jurídicas consagradas y la ley de Dios, que alcanzó su auge en la Revolución Francesa. Revolución que se evocó expresamente en el ámbito legislativo para la implantación del mal llamado “matrimonio igualitario”, en cuyo espíritu se basan no pocas figuras políticas actuales afines a esta reforma, a pesar de que –al decir del Papa Paulo VI- “se apropió de conceptos cristianos como fraternidad, libertad, igualdad… pero que asumieron las características de una lucha anticristiana, laica, irreligiosa” (cf. Insegnamenti…, vol. I, p. 569).
En este acto nuestros representantes nos están  escuchando pero, ante hechos concretos posteriores que se dieron en situaciones análogas, surge la pregunta: ¿se tendrá en cuenta la opinión de la Argentina profunda?
Se dio, por ejemplo, aquí en Salta, cuando se realizaron audiencias como ésta para evaluar el proyecto del mal llamado “matrimonio igualitario”. Fue tan contundente el rechazo a la impopular ley, que los titulares de los diarios anunciaron: “Rechazo mayoritario al proyecto de matrimonio entre homosexuales” (cf. El Tribuno, 15 de junio de 2010 “En la audiencia pública realizada en la Legislatura de Salta…”). 
Pero al llegar el momento de votar, las publicitadas audiencias, con su efecto tranquilizador y aires democráticos, quedaron en el recuerdo,  y el resultado fue el contrario de lo que esperaba la mayoría. Esperamos que esto no suceda nuevamente con la cuestionada reforma del Código Civil.
(continúa en la próxima nota)

jueves, 3 de enero de 2013

La matanza de niños de edad escolar en EE.UU:: ¿generando monstruos?



¿Generando monstruos?

En su artículo “A Generation of Monsters”, el escritor John Horvath II plantea interrogantes de fondo ante las matanzas que sacudieron al público estadounidense. Presentamos una versión en castellano del esclarecedor artículo preparada por nuestra Redacción..

Todos estamos de acuerdo en que la horrible masacre de inocentes niños de colegio primario en Newtown, Connecticut (EE.UU.), fue realmente monstruosa. Tratar de entender cómo alguien pudo cometer un hecho tan cruel e inhumano es un desafío a la imaginación.  Máxime cuando no se trata de un incidente aislado. Casos similares están  pasando con frecuencia cada vez mayor, lo que lleva a numerosas personas a preguntarse qué debemos hacer.
Si bien se admite que todas estas matanzas son monstruosas, pocos llaman a estos “gunmen” como lo que son: monstruos. Los medios los presentan como solitarios introvertidos, estudiantes incomprendidos o fuera de lo común, individuos perturbados mentalmente, etc. dejando entrever que hay un misterio en sus almas que somos incapaces de entender.
La verdad es que no hay ningún misterio. ¿Por qué no llamarle “pala” a una pala? El diccionario define como monstruo a “alguien que se desvía de un comportamiento o carácter normal o aceptable; persona de maldad o crueldad antinatural o extrema”. Aquí se trata de individuos que dejaron de sentirse obligados a comportarse normalmente.
Tal vez la verdadera dificultad en decirle “monstruos” a estos asesinos resida en que esto de algún modo cuestiona el rumbo de pesadilla que ha tomado nuestro estilo de vida norteamericano.  Cuando la búsqueda de felicidad se basa en la falsa premisa de una completa libertad de hacer lo que a uno se le antoja, no hay límites que valgan a las fantasías. No  hay normas  sociales a ser respetadas. El orden moral se ha quebrado. La razón por la que estos individuos actuaron de ese modo es porque simplemente no aceptaron restricciones y llevaron esa falsa premisa hasta las últimas consecuencias de lo monstruoso, anormal y desvariado.
Más aún, fueron criados de ese modo. No se trata de individuos que viven en situación de extrema pobreza. De hecho, los colmaron de todo lo que desearon. Son los chicos echados a perder de una frenética sociedad sin restricciones. Los libraron de todo esfuerzo o sufrimiento. No les enseñaron orden, responsabilidad y sentido del deber. No les dijeron que “no” cuando había que hacerlo.
En su vida, todo lo que contribuye a la estabilidad mental juvenil brilla por su ausencia. Casi todos son resultado de familias deshechas, divorcio y vidas alteradas que contribuyeron a su inestabilidad mental. Les faltó el calor y la seguridad de una familia sana que los sostuviera y ayudara en el trayecto de la vida. No quisieron que el norte moral de la religión los guiara en su existencia carente de objetivos.
Lo peor de todo esto es que viven sumergidos en nuestra cultura que glorifica la violencia, sexualiza todo y relativiza el sentido del bien y el mal. Se rodearon de películas, video-juegos y entretenimientos llenos de brutalidad, vulgaridad y sensualidad. Creen que la finalidad de la vida es la satisfacción inmediata de sus deseos. Vivieron en las sombras de desvariadas sub-culturas.
¿Y aún nos preguntamos por qué tenemos estos “gunmen”? Sería más bien el caso de plantearse por qué hay tan pocos. En medio de la juventud actual, hay un volátil sub-conjunto de individuos que hemos criado como monstruos. Viven entre nosotros desafiando toda posibilidad de detección. Son bombas de tiempo listas para detonar con extraordinaria crueldad cuando sus vidas se quiebran.   Se oyen clamores por una mayor seguridad, más control de armas de fuego y más fondos federales para programas sociales. Pero ninguna de estas “soluciones” apunta a la cuestión de cómo dejar de formar monstruos.
¿Dónde se encuentran los llamados a fortalecer las familias? Estos jóvenes necesitaban figuras paternas fuertes y madres compasivas y de principios. ¿Acaso nadie condenará nuestra cultura de violencia, sexo y muerte? ¿Nadie se atreverá a enseñar el deber, el freno y la disciplina que los chicos ansían recibir y necesitan para su formación? ¿Cuándo veremos a sus ‘modelos’ inspirarles una conducta moral o heroísmo? ¿No le debemos enseñar a nuestra juventud religión, moral y ley de Dios, en lugar de relativismo moral? Seguramente estos clamores reformadores ‘políticamente incorrectos’ no se tendrán en cuenta y, sin embargo, son de urgente necesidad.
Entre tanto, el público está amenazado por esta generación de pobres monstruos que hemos criado y que viven ocultos entre nosotros.  A nadie le sorprenderá que los ciudadanos respetuosos de la ley traten de armarse para protegerse de esta amenaza, que va convirtiendo hasta una simple ida al supermercado en peligrosa aventura.
Necesitamos encarar las verdaderas cuestiones. Necesitamos volver a un orden moral. De lo contrario, nada se resolverá y estaremos condenados a ver repetirse la tragedia. El dolor de esta última se irá desvaneciendo poco a poco. Y seguiremos escuchando pedidos de más controles de armas hasta que aparezca el próximo monstruo.