jueves, 3 de enero de 2013

La matanza de niños de edad escolar en EE.UU:: ¿generando monstruos?



¿Generando monstruos?

En su artículo “A Generation of Monsters”, el escritor John Horvath II plantea interrogantes de fondo ante las matanzas que sacudieron al público estadounidense. Presentamos una versión en castellano del esclarecedor artículo preparada por nuestra Redacción..

Todos estamos de acuerdo en que la horrible masacre de inocentes niños de colegio primario en Newtown, Connecticut (EE.UU.), fue realmente monstruosa. Tratar de entender cómo alguien pudo cometer un hecho tan cruel e inhumano es un desafío a la imaginación.  Máxime cuando no se trata de un incidente aislado. Casos similares están  pasando con frecuencia cada vez mayor, lo que lleva a numerosas personas a preguntarse qué debemos hacer.
Si bien se admite que todas estas matanzas son monstruosas, pocos llaman a estos “gunmen” como lo que son: monstruos. Los medios los presentan como solitarios introvertidos, estudiantes incomprendidos o fuera de lo común, individuos perturbados mentalmente, etc. dejando entrever que hay un misterio en sus almas que somos incapaces de entender.
La verdad es que no hay ningún misterio. ¿Por qué no llamarle “pala” a una pala? El diccionario define como monstruo a “alguien que se desvía de un comportamiento o carácter normal o aceptable; persona de maldad o crueldad antinatural o extrema”. Aquí se trata de individuos que dejaron de sentirse obligados a comportarse normalmente.
Tal vez la verdadera dificultad en decirle “monstruos” a estos asesinos resida en que esto de algún modo cuestiona el rumbo de pesadilla que ha tomado nuestro estilo de vida norteamericano.  Cuando la búsqueda de felicidad se basa en la falsa premisa de una completa libertad de hacer lo que a uno se le antoja, no hay límites que valgan a las fantasías. No  hay normas  sociales a ser respetadas. El orden moral se ha quebrado. La razón por la que estos individuos actuaron de ese modo es porque simplemente no aceptaron restricciones y llevaron esa falsa premisa hasta las últimas consecuencias de lo monstruoso, anormal y desvariado.
Más aún, fueron criados de ese modo. No se trata de individuos que viven en situación de extrema pobreza. De hecho, los colmaron de todo lo que desearon. Son los chicos echados a perder de una frenética sociedad sin restricciones. Los libraron de todo esfuerzo o sufrimiento. No les enseñaron orden, responsabilidad y sentido del deber. No les dijeron que “no” cuando había que hacerlo.
En su vida, todo lo que contribuye a la estabilidad mental juvenil brilla por su ausencia. Casi todos son resultado de familias deshechas, divorcio y vidas alteradas que contribuyeron a su inestabilidad mental. Les faltó el calor y la seguridad de una familia sana que los sostuviera y ayudara en el trayecto de la vida. No quisieron que el norte moral de la religión los guiara en su existencia carente de objetivos.
Lo peor de todo esto es que viven sumergidos en nuestra cultura que glorifica la violencia, sexualiza todo y relativiza el sentido del bien y el mal. Se rodearon de películas, video-juegos y entretenimientos llenos de brutalidad, vulgaridad y sensualidad. Creen que la finalidad de la vida es la satisfacción inmediata de sus deseos. Vivieron en las sombras de desvariadas sub-culturas.
¿Y aún nos preguntamos por qué tenemos estos “gunmen”? Sería más bien el caso de plantearse por qué hay tan pocos. En medio de la juventud actual, hay un volátil sub-conjunto de individuos que hemos criado como monstruos. Viven entre nosotros desafiando toda posibilidad de detección. Son bombas de tiempo listas para detonar con extraordinaria crueldad cuando sus vidas se quiebran.   Se oyen clamores por una mayor seguridad, más control de armas de fuego y más fondos federales para programas sociales. Pero ninguna de estas “soluciones” apunta a la cuestión de cómo dejar de formar monstruos.
¿Dónde se encuentran los llamados a fortalecer las familias? Estos jóvenes necesitaban figuras paternas fuertes y madres compasivas y de principios. ¿Acaso nadie condenará nuestra cultura de violencia, sexo y muerte? ¿Nadie se atreverá a enseñar el deber, el freno y la disciplina que los chicos ansían recibir y necesitan para su formación? ¿Cuándo veremos a sus ‘modelos’ inspirarles una conducta moral o heroísmo? ¿No le debemos enseñar a nuestra juventud religión, moral y ley de Dios, en lugar de relativismo moral? Seguramente estos clamores reformadores ‘políticamente incorrectos’ no se tendrán en cuenta y, sin embargo, son de urgente necesidad.
Entre tanto, el público está amenazado por esta generación de pobres monstruos que hemos criado y que viven ocultos entre nosotros.  A nadie le sorprenderá que los ciudadanos respetuosos de la ley traten de armarse para protegerse de esta amenaza, que va convirtiendo hasta una simple ida al supermercado en peligrosa aventura.
Necesitamos encarar las verdaderas cuestiones. Necesitamos volver a un orden moral. De lo contrario, nada se resolverá y estaremos condenados a ver repetirse la tragedia. El dolor de esta última se irá desvaneciendo poco a poco. Y seguiremos escuchando pedidos de más controles de armas hasta que aparezca el próximo monstruo.




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