¿Generando monstruos?
En su artículo “A
Generation of Monsters”, el escritor John Horvath II plantea interrogantes de
fondo ante las matanzas que sacudieron al público estadounidense. Presentamos
una versión en castellano del esclarecedor artículo preparada por nuestra Redacción..
Todos
estamos de acuerdo en que la horrible masacre de inocentes niños de colegio
primario en Newtown, Connecticut (EE.UU.), fue realmente monstruosa. Tratar de
entender cómo alguien pudo cometer un hecho tan cruel e inhumano es un desafío a
la imaginación. Máxime cuando no se
trata de un incidente aislado. Casos similares están pasando con frecuencia cada vez mayor, lo que
lleva a numerosas personas a preguntarse qué debemos hacer.
Si
bien se admite que todas estas matanzas son monstruosas, pocos llaman a estos “gunmen”
como lo que son: monstruos. Los medios los presentan como solitarios introvertidos,
estudiantes incomprendidos o fuera de lo común, individuos perturbados mentalmente,
etc. dejando entrever que hay un misterio en sus almas que somos incapaces de
entender.
La
verdad es que no hay ningún misterio. ¿Por qué no llamarle “pala” a una pala?
El diccionario define como monstruo a “alguien que se desvía de un
comportamiento o carácter normal o aceptable; persona de maldad o crueldad
antinatural o extrema”. Aquí se trata de individuos que dejaron de sentirse obligados
a comportarse normalmente.
Tal
vez la verdadera dificultad en decirle “monstruos” a estos asesinos resida en que
esto de algún modo cuestiona el rumbo de pesadilla que ha tomado nuestro estilo
de vida norteamericano. Cuando la
búsqueda de felicidad se basa en la falsa premisa de una completa libertad de
hacer lo que a uno se le antoja, no hay límites que valgan a las fantasías.
No hay normas sociales a ser respetadas. El orden moral se
ha quebrado. La razón por la que estos individuos actuaron de ese modo es
porque simplemente no aceptaron restricciones y llevaron esa falsa premisa
hasta las últimas consecuencias de lo monstruoso, anormal y desvariado.
Más
aún, fueron criados de ese modo. No se trata de individuos que viven en situación
de extrema pobreza. De hecho, los colmaron de todo lo que desearon. Son los
chicos echados a perder de una frenética sociedad sin restricciones. Los
libraron de todo esfuerzo o sufrimiento. No les enseñaron orden,
responsabilidad y sentido del deber. No les dijeron que “no” cuando había que
hacerlo.
En
su vida, todo lo que contribuye a la estabilidad mental juvenil brilla por su
ausencia. Casi todos son resultado de familias deshechas, divorcio y vidas
alteradas que contribuyeron a su inestabilidad mental. Les faltó el calor y la
seguridad de una familia sana que los sostuviera y ayudara en el trayecto de la
vida. No quisieron que el norte moral de la religión los guiara en su existencia
carente de objetivos.
Lo
peor de todo esto es que viven sumergidos en nuestra cultura que glorifica la
violencia, sexualiza todo y relativiza el sentido del bien y el mal. Se
rodearon de películas, video-juegos y entretenimientos llenos de brutalidad,
vulgaridad y sensualidad. Creen que la finalidad de la vida es la satisfacción
inmediata de sus deseos. Vivieron en las sombras de desvariadas sub-culturas.
¿Y
aún nos preguntamos por qué tenemos estos “gunmen”? Sería más bien el caso de plantearse
por qué hay tan pocos. En medio de la juventud actual, hay un volátil
sub-conjunto de individuos que hemos criado como monstruos. Viven entre
nosotros desafiando toda posibilidad de detección. Son bombas de tiempo listas
para detonar con extraordinaria crueldad cuando sus vidas se quiebran. Se oyen clamores por una mayor seguridad, más
control de armas de fuego y más fondos federales para programas sociales. Pero
ninguna de estas “soluciones” apunta a la cuestión de cómo dejar de formar
monstruos.
¿Dónde
se encuentran los llamados a fortalecer las familias? Estos jóvenes necesitaban
figuras paternas fuertes y madres compasivas y de principios. ¿Acaso nadie
condenará nuestra cultura de violencia, sexo y muerte? ¿Nadie se atreverá a
enseñar el deber, el freno y la disciplina que los chicos ansían recibir y
necesitan para su formación? ¿Cuándo veremos a sus ‘modelos’ inspirarles una conducta
moral o heroísmo? ¿No le debemos enseñar a nuestra juventud religión, moral y ley
de Dios, en lugar de relativismo moral? Seguramente estos clamores reformadores
‘políticamente incorrectos’ no se tendrán en cuenta y, sin embargo, son de
urgente necesidad.
Entre
tanto, el público está amenazado por esta generación de pobres monstruos que
hemos criado y que viven ocultos entre nosotros. A nadie le sorprenderá que los ciudadanos respetuosos
de la ley traten de armarse para protegerse de esta amenaza, que va
convirtiendo hasta una simple ida al supermercado en peligrosa aventura.
Necesitamos
encarar las verdaderas cuestiones. Necesitamos volver a un orden moral. De lo
contrario, nada se resolverá y estaremos condenados a ver repetirse la
tragedia. El dolor de esta última se irá desvaneciendo poco a poco. Y seguiremos
escuchando pedidos de más controles de armas hasta que aparezca el próximo
monstruo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario