Bellísima fotografía de Santa Teresita rezando el Rosario
Imagen deformada de Santa Teresita comentada en el artículo
también comentada en el artículo
Ambientes – Costumbres - Civilizaciones
La verdadera santidad es fuerza de alma
y no blandura sentimental
Plinio Corrêa de Oliveira
Plinio Corrêa de Oliveira
La Iglesia enseña que la verdadera y plena santidad es el heroísmo de la
virtud. La honra de los altares no es concedida a las almas hipersensibles, débiles,
que huyen de los pensamientos profundos, del sufrimiento punzante, de la lucha,
de la Cruz de
Nuestro Señor Jesucristo.
Teniendo en cuenta la palabra de su
Divino Fundador, “el Reino de los Cielos es de los violentos”, la Iglesia sólo canoniza a los
que en vida combatieron auténticamente el buen combate, arrancando el propio
ojo o cortando el propio pie cuando causa escándalo y sacrificándolo todo para
seguir sólo a Nuestro Señor Jesucristo.
En realidad, la santificación implica el
mayor de los heroísmos, pues supone no sólo la resolución firme y seria de
sacrificar la vida si fuera preciso, para conservar la fidelidad a Jesucristo,
sino aún la de vivir en la tierra una existencia prolongada, si así fuera el
designio de Dios, renunciando a todo momento a lo que se tiene de más apreciado
para aferrarse tan sólo a la voluntad divina.
Cierta iconografía, lamentablemente muy
en uso, presenta los Santos bajo un aspecto bien distinto: criaturas blandas,
sentimentales, sin personalidad ni fuerza de carácter, incapaces de ideas
serias, sólidas, coherentes, almas movidas tan sólo por sus emociones y, pues,
totalmente inadecuadas para las grandes luchas que la vida terrenal trae
siempre consigo.
* * *
La figura de Santa Teresita del Niño Jesús
fue particularmente deformada por la mala iconografía. Rosas, sonrisas,
sentimentalismo inconsistente, vida suave y despreocupada, huesos de azúcar
candy y sangre de miel… es la idea que nos dan de la grande e incomparable
Santa.
¡Qué distinto es todo esto del espíritu
amplio y profundo como el firmamento, resplandeciente y ardiente como el sol, y
no obstante tan humilde, tan filial, con
el que se entra en contacto al leer la “Historia de un Alma”.
* * *
Nuestras dos últimas ilustraciones (nota: al cierre de la edición agregamos la que aparece en primer lugar y muestra a Sta. Teresita rezando el Rosario, recibida de nuestros amigos de la agencia ABIM) presentan,
por así decir, dos “Teresitas” distintas, y hasta opuestas una a la otra.
La primera, carente de todo heroísmo: es la Teresita insignificante, superficial, almibarada, de la iconografía romántica y sentimental. La segunda es la Teresita auténtica, fotografiada el 7 de junio de 1897, poco antes de su muerte, que ocurrió el 30 de septiembre del mismo año. La fisonomía está marcada por la paz profunda de las grandes e irrevocables renuncias. Los trazos tienen una nitidez, una fuerza, una armonía que sólo las almas de una lógica de hierro poseen. La mirada habla de dolores tremendos, sentidos en lo que el alma tiene de más recóndito, pero al mismo tiempo deja ver el fuego, el aliento, de un corazón heroico, resuelto a ir hacia delante cueste lo que cueste.
La primera, carente de todo heroísmo: es la Teresita insignificante, superficial, almibarada, de la iconografía romántica y sentimental. La segunda es la Teresita auténtica, fotografiada el 7 de junio de 1897, poco antes de su muerte, que ocurrió el 30 de septiembre del mismo año. La fisonomía está marcada por la paz profunda de las grandes e irrevocables renuncias. Los trazos tienen una nitidez, una fuerza, una armonía que sólo las almas de una lógica de hierro poseen. La mirada habla de dolores tremendos, sentidos en lo que el alma tiene de más recóndito, pero al mismo tiempo deja ver el fuego, el aliento, de un corazón heroico, resuelto a ir hacia delante cueste lo que cueste.
Contemplando esta fisonomía fuerte y
profunda, como sólo la gracia de Dios puede hacer que sea el alma humana, se
piensa en otra Faz: la del Santo Sudario de Turín, que ningún hombre podría
imaginar, y tal vez nadie se atreva a describir.
Entre la Faz del Señor muerto, que es de una paz, una
fuerza, una profundidad y un dolor que las palabras humanas no logran expresar,
y la faz de Santa Teresita, hay una semejanza imponderable pero sumamente real.
¿Y qué tiene de extraño que la Santa Faz
haya impreso algo de Sí en el rostro y en el alma de aquella que, en religión,
se llamó justamente Teresa del Niño Jesús y de la
Santa Faz?
Serie “Ambientes – Costumbres – Civilizaciones” –
“Catolicismo” nº 30 – Junio de 1953
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