Gobernadores ilustres
Junto a los Tenientes de Gobernador, miembros de la aristocracia local, encontramos como autoridad suprema regional a los Gobernadores, designados por el Virrey del Perú, el Rey o la Reina.
Entre los notables se destaca Pestaña y Chumacero, Gobernador del Tucumán cuyos esfuerzos moralizantes dejan influencia perdurable.
En bien de los Cabildos recomienda que los alcaldes se elijan entre personas “de conciencia, madura reflexión, talento y experiencia, que castiguen los delitos y pecados públicos y que celen las ofensas de Dios; pero que sin faltar un ápice a la justicia no se aparten un momento de la misericordia, por ser atributos inseparables...”.
Suprime por decencia los azotes a mujeres por actos escandalosos. Ordena la represión de los juegos de suerte prohibidos, y encarga especialmente la justicia y equidad “con los pobres, viudas y huérfanos”, “y en especial con los indios” (Lizondo Borda, ap. Actas de Santiago del Estero).
En 1754 dicta su “Auto de buen gobierno” para mejorar las condiciones morales de las familias y la seguridad. Expulsa de las ciudades a los vagabundos; manda que se eviten “escándalos y pecados públicos y ninguna persona proteja en sus casas alcagüetes ni hombres de mala vida”; que los dueños de esclavos jugadores, ladrones o pendencieros los vendan fuera del Tucumán; que se arreste a quienes anden de noche sin farol o sin necesidad; prohibe andar al galope por las calles, con pena de “perdimiento del caballo aviado”; dispone que “no se abran las tiendas ni pulperías ni se venda los días de fiesta hasta después de dicha la misa mayor...”.
Las medidas buscaban contrarrestar la “relajación de costumbres en ciertos aspectos de la vida social...”. Había casos de bigamia por extranjeros casados que lo ocultaban, fingiendo contraer matrimonio con mujeres de la región (ca. 1758); contra estos desbordes luchaba la máxima autoridad.
Otro Gobernador del Tucumán que abona la consolidación es Espinosa y Dávalos. Su gobierno orgánico ampara a los vecinos de Catamarca y La Rioja, abrumados por el peso de la Guerra del Chaco, que provoca una rebelión de los primeros. Los riojanos van a la guerra con Juan Bazán de Cabrera, pero se vuelven cuando deben realizar un trabajo servil que no les correspondía.
Se les entabla proceso por insubordinación.
Las milicias riojanas piden que se reconozcan las Ordenanzas Reales de 1615, que las exime de entradas en otras fronteras.
El Presidente de la Real Audiencia dispone la detención de su representante, Ortiz de Ocampo, que se refugia en una Iglesia; el Cura niega su extradición, lo que muestra la protección de derechos personales y la contención del poder administrativo, ya en tiempos de absolutismo real. El Presidente intima su detención a Espinosa y Davalos. El Gobernador acata la orden pero difiere su cumplimiento para oir al Cabildo y las milicias, gesto típico de una sociedad orgánica, de aquella combinación medieval de democracia, aristocracia y monarquía latente aún.
Las milicias recurren también a las Leyes de Indias para su defensa, que limitan las obligaciones de los vecinos sin feudo suficiente.
El 13 de noviembre de 1758, el Gobernador dicta la sentencia que concilia con sabiduría las distintas posturas. Declara que la Guerra del Chaco afecta a toda la provincia del Tucumán, pero que las milicias riojanas deben armarse conforme las posibilidades del vecindario -y aún les concede otras ventajas.
Los riojanos quedan agradecidos, pero la Real Audiencia insiste. La situación llega al Virrey, quien finalmente indulta a Ortiz de Ocampo, lo que es aprobado por Carlos III.
El acto justiciero enaltece la memoria del Gobernador Espinosa y Dávalos (cf. Armando Bazán, Historia de La Rioja).
En el Plata se distingue Bruno Mauricio de Zavala (1717-24), brigadier español que perdió un brazo combatiendo en Flandes, una recia personalidad. Defensor de la Banda Oriental y fundador de Montevideo, fue general de los ejércitos que acabaron con la anarquía en Paraguay.
Su buen juicio, celo y honradez lo distinguieron. Protector de los indígenas, usaba con ellos de más comedimiento que rigor. Se dijo de él que ‘basta para lavar muchas manchas de la dominación española’, durante el período borbónico.
El P. Cattáneo lo describe como arrogante caballero, alto, proporcionado, con presencia majestuosa de príncipe, aunque le falta la mitad del brazo derecho, que perdió en batalla. No le ocasiona desformidad, y le concilia la estimación general por ser testimonio de su valor. Ha suplido el defecto con otro brazo y mano de plata (…).
Son ejemplos de grandes gobernadores que hicieron escuela y forjaron patria.
Junto a los Tenientes de Gobernador, miembros de la aristocracia local, encontramos como autoridad suprema regional a los Gobernadores, designados por el Virrey del Perú, el Rey o la Reina.
Entre los notables se destaca Pestaña y Chumacero, Gobernador del Tucumán cuyos esfuerzos moralizantes dejan influencia perdurable.
En bien de los Cabildos recomienda que los alcaldes se elijan entre personas “de conciencia, madura reflexión, talento y experiencia, que castiguen los delitos y pecados públicos y que celen las ofensas de Dios; pero que sin faltar un ápice a la justicia no se aparten un momento de la misericordia, por ser atributos inseparables...”.
Suprime por decencia los azotes a mujeres por actos escandalosos. Ordena la represión de los juegos de suerte prohibidos, y encarga especialmente la justicia y equidad “con los pobres, viudas y huérfanos”, “y en especial con los indios” (Lizondo Borda, ap. Actas de Santiago del Estero).
En 1754 dicta su “Auto de buen gobierno” para mejorar las condiciones morales de las familias y la seguridad. Expulsa de las ciudades a los vagabundos; manda que se eviten “escándalos y pecados públicos y ninguna persona proteja en sus casas alcagüetes ni hombres de mala vida”; que los dueños de esclavos jugadores, ladrones o pendencieros los vendan fuera del Tucumán; que se arreste a quienes anden de noche sin farol o sin necesidad; prohibe andar al galope por las calles, con pena de “perdimiento del caballo aviado”; dispone que “no se abran las tiendas ni pulperías ni se venda los días de fiesta hasta después de dicha la misa mayor...”.
Las medidas buscaban contrarrestar la “relajación de costumbres en ciertos aspectos de la vida social...”. Había casos de bigamia por extranjeros casados que lo ocultaban, fingiendo contraer matrimonio con mujeres de la región (ca. 1758); contra estos desbordes luchaba la máxima autoridad.
Otro Gobernador del Tucumán que abona la consolidación es Espinosa y Dávalos. Su gobierno orgánico ampara a los vecinos de Catamarca y La Rioja, abrumados por el peso de la Guerra del Chaco, que provoca una rebelión de los primeros. Los riojanos van a la guerra con Juan Bazán de Cabrera, pero se vuelven cuando deben realizar un trabajo servil que no les correspondía.
Se les entabla proceso por insubordinación.
Las milicias riojanas piden que se reconozcan las Ordenanzas Reales de 1615, que las exime de entradas en otras fronteras.
El Presidente de la Real Audiencia dispone la detención de su representante, Ortiz de Ocampo, que se refugia en una Iglesia; el Cura niega su extradición, lo que muestra la protección de derechos personales y la contención del poder administrativo, ya en tiempos de absolutismo real. El Presidente intima su detención a Espinosa y Davalos. El Gobernador acata la orden pero difiere su cumplimiento para oir al Cabildo y las milicias, gesto típico de una sociedad orgánica, de aquella combinación medieval de democracia, aristocracia y monarquía latente aún.
Las milicias recurren también a las Leyes de Indias para su defensa, que limitan las obligaciones de los vecinos sin feudo suficiente.
El 13 de noviembre de 1758, el Gobernador dicta la sentencia que concilia con sabiduría las distintas posturas. Declara que la Guerra del Chaco afecta a toda la provincia del Tucumán, pero que las milicias riojanas deben armarse conforme las posibilidades del vecindario -y aún les concede otras ventajas.
Los riojanos quedan agradecidos, pero la Real Audiencia insiste. La situación llega al Virrey, quien finalmente indulta a Ortiz de Ocampo, lo que es aprobado por Carlos III.
El acto justiciero enaltece la memoria del Gobernador Espinosa y Dávalos (cf. Armando Bazán, Historia de La Rioja).
En el Plata se distingue Bruno Mauricio de Zavala (1717-24), brigadier español que perdió un brazo combatiendo en Flandes, una recia personalidad. Defensor de la Banda Oriental y fundador de Montevideo, fue general de los ejércitos que acabaron con la anarquía en Paraguay.
Su buen juicio, celo y honradez lo distinguieron. Protector de los indígenas, usaba con ellos de más comedimiento que rigor. Se dijo de él que ‘basta para lavar muchas manchas de la dominación española’, durante el período borbónico.
El P. Cattáneo lo describe como arrogante caballero, alto, proporcionado, con presencia majestuosa de príncipe, aunque le falta la mitad del brazo derecho, que perdió en batalla. No le ocasiona desformidad, y le concilia la estimación general por ser testimonio de su valor. Ha suplido el defecto con otro brazo y mano de plata (…).
Son ejemplos de grandes gobernadores que hicieron escuela y forjaron patria.
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