jueves, 8 de diciembre de 2011

La Virgen fundadora de una capital argentina - 8 de diciembre





"Luces doradas de la región del Tucumán, primera gobernación argentina"...






"La ciudad que se formó María"

Un auge dentro de la intervención de la Virgen en la historia del Tucumán fue la fundación de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca, hecho que, del punto de vista religioso, tuvo y siguió teniendo repercusión nacional. Así lo expresa el P. Cayetano Bruno, principal autoridad en historiografía eclesiástica:
"La traslación de la ciudad de San Juan Bautista de la Rivera de Londres al valle de Catamarca, tiene excepcional importancia para la historia eclesiástica argentina, por la serena fe religiosa que irradia el santuario de Nuestra Señora del Valle, causa y origen de la población. En Catamarca, junto a la Virgen, se mantiene incontaminada, y con buenos puntos de ventaja sobre el resto del país, la tradición religiosa de nuestro pasado mejor”
[i].
La alusión a los "buenos puntos de ventaja sobre el resto del país" algo nos dice sobre el rol de esta región como fuente irradiadora de fe y tradición, lo que constituye, a nuestro juicio, la más luminosa de sus luces y, una vez más, una luz mariana.
La ciudad de Londres, su antecesora, fue fundada por Zurita en el valle de Quinmivil en honor a Felipe II, rey de Inglaterra, por su casamiento con María Tudor. En 1607, es refundada en el valle de Famayfil. Cinco años después se la emplaza en su lugar originario como San Juan Bautista de la Paz. El ataque de Chalimín en el Gran Alzamiento obliga a desampararla en 1632, pero es refundada otra vez por Jerónimo Luis de Cabrera II en Pomán, con el nombre de San Juan Bautista de la Rivera de Londres. Pese a los esfuerzos, no alcanza a prosperar.
Su Cura y Vicario, Maestro don Bartolomé de Olmos y Aguilera, hace enormes esfuerzos por darle vida. ¿De qué manera? intenta hacer de ella un centro de culto a Nuestra Señora de Belén. El episodio nos descubre llamativos aspectos sociales de la época. Las instituciones y los valores espirituales y temporales se entrelazan y se unen, como la ojiva de una catedral.
Olmos y Aguilera consigue del Gobernador Garro la donación de tierras para la futura población, allá por 1678. A los 3 años, había construido en dicho paraje de Nuestra Señora de Belén, "iglesia decente, sacado acequia costosa, puesto arboledas y entrado ganados, (y) fabricado casas". Y disponía de ello como sigue:
"Que daba las tierras susodichas a la Santísima Virgen de Belén y al Rey nuestro Señor", para "que se repartan entre pobres...".
Los beneficiados se obligaban a dar dos pesos cada año a la Virgen "en señal de tributo, para que a la Reina de Cielos y Tierra se le compren ornamentos y adornos", se celebren las fiestas y cada pobre contribuya con 4 reales de limosna al sacerdote.
La iglesia debía tener mayordomos de cofradías y diputados, con libro "donde se anoten los intereses de la Virgen Santísima Señora Nuestra".
Es como ver nacer la población, con sus acequias y arboledas, recreando un pasado cuyas reminiscencias viven en la tradición del Tucumán: el sacerdote mariano y celoso de las almas, el gobernante cristiano y accesible, los pobres que se acogen al amparo de la Virgen.
El apoyo del Mtro. Olmos y Aguilera era el gobernador del Tucumán, don Fernando de Mendoza Mate de Luna, hombre de fe y piedad. Sus antecesores habían promovido con esplendidez los santuarios de Sumampa y Catamarca, "que Su Majestad ha honrado formando en ella ciudad". "(...) no ha de ser menos el patriotismo que deseamos en el muy ilustre señor Gobernador", le decía.
Vemos el concepto de patriotismo identificado con la promoción de la civilización cristiana. Se respira el ambiente del Tucumán de los Austrias, y en él naciendo el concepto de patria.
Este digno antecedente es un escalón para llegar al caso más notable, el de la ciudad de Catamarca. Ella "no surgió -dice Bruno- como las otras ciudades españolas, por real disposición, sino por la presencia, en el Valle, de la milagrosa imagen". Las autoridades reconocieron el hecho y le dieron sanción legal.
Romualdo Ardizzone destaca la influencia decisiva del factor religioso: "En el valle se origina y desarrolla un culto que va echando hondas raíces, embebe la vida de todos sus habitantes, y bien pronto trasciende para convertirse en un centro de atracción religiosa de una zona muy extensa", cuya localización determina la ubicación de la ciudad.
El hallazgo de la imagen se debió a un indio, criado del vecino Manuel de Salazar. Se dirigía al pueblito de Choya cuando vio a otros indios llevando a escondidas una lamparita hacia una quebrada vecina. Imaginemos la escena: el indio que espera al día siguiente y "corta huella" hasta descubrir la imagen en una gruta entre las peñas. El propio Salazar "se quedó de sacristán de su iglesia hasta que murió", recordaba un descendiente en 1764.
Gracias a los documentos podemos reconstruir las costumbres de la época, tan diferentes de las actuales. El primero en que consta el culto público de la milagrosa imagen de la Virgen del Valle se debe al Teniente de Gobernador de La Rioja, don Bernardo Ordóñez de Villaquirán, quien delega el mando con licencia del gobernador para ir "al valle de Catamarca, a visitar y hacer unas novenas en la iglesia de Nuestra Señora de la Limpia Concepción".
En junio de 1648, el alcalde del Cabildo de Santiago del Estero, Pérez de Arce, atestigua que "por los muchos milagros de la santa Imagen, el mayor número de sus habitantes es toda gente española, vecinos de la ciudad de La Rioja y Londres, y muchos de ellos naturales del dicho valle de Catamarca".
Le tocó al nieto del fundador de Buenos Aires, el provincial Juan de Garay, completar la obra del convento franciscano, al que se le confió la milagrosa imagen.
"Tales atractivos ejercía sobre los españoles la región y el santuario de la Virgen -dice el P. Bruno-, que el gobernador don Angel de Peredo, en 29 de marzo de 1671, describió el valle como tierra de promisión”. "Tiene una devota y muy milagrosa imagen de la Concepción Purísima, que parece los ha traído a que la asistan en aquel paraje". Por entonces había más de 150 vecinos y unos 600 indios traídos de Calchaquí y del Chaco. Todos se beneficiaron del asentamiento en esta "tierra de promisión", y así nació Catamarca.
El gobernador Joseph de Garro admiró "la vista de aquel donoso santuario", y el "fervoroso amor" de los vecinos. La devoción a "la milagrosa inmaculada imagen de Nuestra Señora de la Concepción" había crecido de tal manera, que el gobernador daba cuenta al rey de que al "santuario acuden de varias partes y por dilatados caminos en romería innumerables gentes" (carta del 10 de junio de 1678).
Todo fue tomando cuerpo y vuelo. Un 30 de mayo de 1683, fiesta de San Fernando III, rey de Castilla, don Fernando de Mendoza Mate de Luna, Gobernador del Tucumán, llegó al Valle y convocó a Cabildo abierto para determinar el sitio al que había de trasladarse la ciudad de San Juan Bautista de la Rivera.
El mismo cuenta que, luego de la junta de vecinos, fue "con todo el pueblo". Primero reconoció el sitio de Los Mistoles, pero no le pareció conveniente por ser proclive a anegamientos, y determinó "pasar la ciudad al pueblo viejo que llaman Choya, sitio muy capaz, hermoso y seguro de toda inundación".
Entre los días 21 y 22 de junio de 1683 puso "el árbol de justicia, con las demás circunstancias que se hacen, para que quedase hecha la ciudad, dando orden para que se abriesen las calles y se fabricase iglesia" -primeros elementos que se mencionan. Concluye el documento afirmando que: "Por ser día del glorioso Santo (San Fernando) el que entré en ella, me pareció preciso ponerle ese nombre". Que era, además, su patrono.
A fines del siglo XVII, tuvo lugar un hecho trascendente: la jura de la Virgen como Patrona. La ceremonia se inspiró en la devoción del Gobernador, don Alonso de Mercado y Villacorta, que la realizó primero en diciembre de 1657. Tres décadas después, el Cabildo, justicia y regimiento de la ciudad quiso asegurar consagración y fiesta para el futuro.
En asamblea general del 18 de diciembre de 1688, se dejó constancia de los motivos que llevaron a la solemne ceremonia de pleito homenaje "a la Virgen fundadora de Catamarca": que la ciudad se hallaba obligada por "los favores tan repetidos, con que nos ha asistido así en la paz como en la guerra, y en las demás necesidades espirituales y temporales, congregándonos desde cuarenta años a esta parte, desde ocho vecinos que en aquel tiempo hubo solamente, y al presente se llega el número hasta cuatrocientos...".
Otros méritos de la soberana Virgen a favor de la ciudad, que allí constan, son "milagros muy evidentes en esta santa Imagen, así en las plagas de langosta, gusano y peste, pues cuantas veces hemos recurrido (...) a su amparo y patrocinio, nos ha dado entero consuelo, dando juntamente (en) los tiempos de seca lluvias en abundancia y otros muchos más favores que tenemos experimentados".
La Virgen fuera constituida Patrona por el gobernador pero, no estando registrado en actas, aunque sí en la memoria pública, se decidió renovar la ceremonia "para que no lo duden en adelante, y se pierda o borre de las memorias con el transcurso del tiempo". Como si hubiesen adivinado que vendrían tiempos en que se intentaría tapar el pasado y sumirlo en el olvido.
Por eso se juró otra vez con todas las formalidades. El remate del documento es una conmovedora manifestación de la fe que el pueblo de Catamarca había de profesar por siempre a la Virgen del Valle:
"nos constituimos por esclavos e hijos especiales suyos, de la Purísima y Limpia Concepción, a quien con todo rendido acatamiento pedimos, rogamos y suplicamos alumbre nuestro entendimiento, para honra y gloria de Dios Nuestro Señor y acierto en el gobierno de esta república".
Se respira la atmósfera de una sociedad que emerge esperanzada y alborozada, abierta al futuro, confiante en la dirección de la "Serenísima Reina y Madre", como la llamaba Ramírez de Velasco.
Más tarde, la ciudad pasó a la margen derecha del río del Valle (1693-94). No faltó la edificante actitud del teniente de gobernador, Bartolomé de Castro, que levantó a su costa la matriz y "una suntuosa iglesia con un moderado convento" para los franciscanos. Estos bendijeron al bienhechor en carta a S.M., Carlos II, contándole que había animado a los pobres a salir "de las breñas y montes, donde moraban como fieras, dándoles solares para que hiciesen casas" y exhortando a los ricos para que efectuasen lo propio en obsequio de Su Majestad.
La relación no nos pinta, sin embargo, una realidad idílica. Pues con la traslación de la ciudad se dejó la población vieja, "donde se cometían enormes pecados contra Dios". Las gracias de la Virgen son ayudas, preciosas e imprescindibles, pero requieren nuestra cooperación. La civilización cristiana conocía la armonía entre la naturaleza y la gracia. La acción de Dios no substituye la libertad del hombre, que debe luchar duramente contra las malas tendencias que buscan prevalecer y aun organizarse para ejercer su dominio. Es fundamental entenderlo para tener una concepción realista y cristiana de la historia, distinta de un optimismo de "tonto alegre".
¡Y cómo tenía poder de convocatoria para acometer iniciativas generosas aquella paternal Monarquía de los Austrias, aún con el pobre Carlos II! Es patente en la convocatoria hecha "en obsequio de Su Majestad".
El Teniente Bartolomé de Castro merece incluirse entre los "claros varones del Tucumán" olvidados. La multitud de peregrinos le debe buena parte de los beneficios que sigue prodigando la Virgen.

[i] Bruno, "Historia de la Iglesia en la Argentina", t. III, p. 472-82.



Fuente: "Devisadero de luces doradas en...aquel Reino del Tucumán", Luis Mesquita Errea

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