La Argentina tradicional, heredera del espíritu hispánico,
en el siglo XIX - Estanciero boleando un suri, óleo de Rugendas
Abajo:
la primera proclama de la I Junta
Continuamos luego de una involuntaria interrupción, por la que pedimos disculpas a nuestros lectores, la publicación de nuestras notas de historia argentina desde un ángulo católico y rescatando de la omisión el papel de las élites en el proceso histórico de Argentina e Iberoamérica
Ver nota anterior en este mismo sitio "Argentina, señorío y esplendor"
IV PERIODO - DESPUÉS DE LA RUPTURA DE VÍNCULOS CON ESPAÑA (ca. 1810-1830) – LA DOMINACIÓN DE GOBIERNOS REVOLUCIONARIOS QUE DEBEN RECONOCER LA CATOLICIDAD DEL PUEBLO ARGENTINO
Hechos destacados:
• La primera proclama de la Primera Junta
• Liniers fusilado a escondidas, con tropas inglesas al mando del “furibundo” Castelli
• La reacción ante los desmanes anticatólicos en el Alto Perú
• El repudio a las reformas eclesiásticas de Rivadavia
• La opinión pública argentina: una abrumadora mayoría católica y tradicional
• Los gobiernos revolucionarios, en los que se hará sentir la influencia de las logias, intentarán aplicar criterios semejantes a los del absolutismo –la omnipotencia del Estado ante las leyes de Dios y de la Iglesia-, pero se encontrarán con una valla poderosa: la tradición católica, hecha carne en el pueblo argentino.
No cabe en los límites de esta ponencia un análisis detallado del período histórico que se abre a partir de mayo de 1810 en lo que hace a la lucha de la Revolución y la civilización cristiana en nuestro suelo, lucha sorda y no declarada pero muy real, que se desarrolla en medio de contiendas políticas que parecen ajenas a esa guerra a muerte.
A la Revolución anticristiana no le conviene manifestarse pues, de lo contrario, despierta reacciones. Su modus operandi característico es promover acciones con fines acotados que aparentan estar desconectados de la demolición sistemática de nuestra identidad profunda. Estos aspectos, que dan el verdadero cariz a los hechos, están patentes con la suficiente claridad como para plantear que nuestra nación, asistida por gracias especiales, frenó considerablemente los avances de la Revolución y mantuvo la Fe católica y vigorosos elementos de tradición hispanoamericana.
Al hablar de Revolución con mayúscula (ver nota al respecto en las primeras páginas de esta ponencia), nos referimos al proceso de destrucción del orden tradicional en nuestra patria movido por el espíritu de la Revolución Francesa, como se dio en concreto en el siglo XIX, y no a la emancipación en sí.
Primera proclama de la I Junta ante la alarma del pueblo, que sintió “el altar y el trono” amenazados (26 de mayo de 1810)
En los acontecimientos de Mayo abundan episodios confusos y contradictorios, muchos de ellos “cocinados” en la trastienda por pequeños cenáculos que evitan la luz del día.
Participan con destaque grupos de presión que respaldan a los agentes más activos en el momento preciso. Se trata esencialmente de minorías bien organizadas por las sociedades secretas, que la historia oficial arteramente llama “pueblo”.
En España reina el caos provocado por la Francia revolucionaria; por primera vez la dinastía legítima parece próxima a su liquidación por el poder napoleónico. La confusión acerca de quién tiene el poder es la señal para que en Buenos Aires se instale un poder de facto, desvinculado del Reino del que formamos parte durante tres siglos de historia americana.
El pueblo auténtico, con sus clases dirigentes, estaba alarmado porque ese poder parecía inclinado a romper seculares vínculos de fidelidad y quizás a amenazar la propia Fe. Se desprende claramente de la primera circular que la Primera Junta se apresuró en dictar para tranquilizar y evitar una comprometedora reacción, emitida el 26 de mayo de 1810 en forma de Proclama:
• “(...) Fixad pues vuestra confianza, -dice- y aseguraos de nuestras intenciones. Un deseo eficaz, un celo activo, y una contracción viva y asidua a proveer por todos los medios posibles la conservación de nuestra Religión Santa, la observancia de las Leyes que nos rigen...y el sostén de estas Posesiones en la mas constante fidelidad y adhesión á nuestro muy amado Rey y Señor Don Fernando VII y sus legítimos sucesores en la corona de España: ¿No son estos vuestros sentimientos? Esos mismos son los grandes objetos de nuestros conatos. Reposad en nuestro desvelo y fatigas...”. Luego siguen más exhortaciones a depositar la confianza en el nuevo gobierno, dando seguridades al pueblo de que defenderá el altar y el trono (ver facsímil del documento en Historia de la Argentina de Ernesto Palacio, t. II, p. 8).
Próxima entrada: El fusilamiento de un hombre símbolo, Liniers (26 de agosto de 1810)
Hechos destacados:
• La primera proclama de la Primera Junta
• Liniers fusilado a escondidas, con tropas inglesas al mando del “furibundo” Castelli
• La reacción ante los desmanes anticatólicos en el Alto Perú
• El repudio a las reformas eclesiásticas de Rivadavia
• La opinión pública argentina: una abrumadora mayoría católica y tradicional
• Los gobiernos revolucionarios, en los que se hará sentir la influencia de las logias, intentarán aplicar criterios semejantes a los del absolutismo –la omnipotencia del Estado ante las leyes de Dios y de la Iglesia-, pero se encontrarán con una valla poderosa: la tradición católica, hecha carne en el pueblo argentino.
No cabe en los límites de esta ponencia un análisis detallado del período histórico que se abre a partir de mayo de 1810 en lo que hace a la lucha de la Revolución y la civilización cristiana en nuestro suelo, lucha sorda y no declarada pero muy real, que se desarrolla en medio de contiendas políticas que parecen ajenas a esa guerra a muerte.
A la Revolución anticristiana no le conviene manifestarse pues, de lo contrario, despierta reacciones. Su modus operandi característico es promover acciones con fines acotados que aparentan estar desconectados de la demolición sistemática de nuestra identidad profunda. Estos aspectos, que dan el verdadero cariz a los hechos, están patentes con la suficiente claridad como para plantear que nuestra nación, asistida por gracias especiales, frenó considerablemente los avances de la Revolución y mantuvo la Fe católica y vigorosos elementos de tradición hispanoamericana.
Al hablar de Revolución con mayúscula (ver nota al respecto en las primeras páginas de esta ponencia), nos referimos al proceso de destrucción del orden tradicional en nuestra patria movido por el espíritu de la Revolución Francesa, como se dio en concreto en el siglo XIX, y no a la emancipación en sí.
Primera proclama de la I Junta ante la alarma del pueblo, que sintió “el altar y el trono” amenazados (26 de mayo de 1810)
En los acontecimientos de Mayo abundan episodios confusos y contradictorios, muchos de ellos “cocinados” en la trastienda por pequeños cenáculos que evitan la luz del día.
Participan con destaque grupos de presión que respaldan a los agentes más activos en el momento preciso. Se trata esencialmente de minorías bien organizadas por las sociedades secretas, que la historia oficial arteramente llama “pueblo”.
En España reina el caos provocado por la Francia revolucionaria; por primera vez la dinastía legítima parece próxima a su liquidación por el poder napoleónico. La confusión acerca de quién tiene el poder es la señal para que en Buenos Aires se instale un poder de facto, desvinculado del Reino del que formamos parte durante tres siglos de historia americana.
El pueblo auténtico, con sus clases dirigentes, estaba alarmado porque ese poder parecía inclinado a romper seculares vínculos de fidelidad y quizás a amenazar la propia Fe. Se desprende claramente de la primera circular que la Primera Junta se apresuró en dictar para tranquilizar y evitar una comprometedora reacción, emitida el 26 de mayo de 1810 en forma de Proclama:
• “(...) Fixad pues vuestra confianza, -dice- y aseguraos de nuestras intenciones. Un deseo eficaz, un celo activo, y una contracción viva y asidua a proveer por todos los medios posibles la conservación de nuestra Religión Santa, la observancia de las Leyes que nos rigen...y el sostén de estas Posesiones en la mas constante fidelidad y adhesión á nuestro muy amado Rey y Señor Don Fernando VII y sus legítimos sucesores en la corona de España: ¿No son estos vuestros sentimientos? Esos mismos son los grandes objetos de nuestros conatos. Reposad en nuestro desvelo y fatigas...”. Luego siguen más exhortaciones a depositar la confianza en el nuevo gobierno, dando seguridades al pueblo de que defenderá el altar y el trono (ver facsímil del documento en Historia de la Argentina de Ernesto Palacio, t. II, p. 8).
Próxima entrada: El fusilamiento de un hombre símbolo, Liniers (26 de agosto de 1810)
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