martes, 16 de febrero de 2010

La otra cara de la demolición: el absolutismo monárquico exacerbado - 24ª nota

La Revolución Igualitaria universal avanzó poderosamente en América bajo el reinado de Carlos III, de marcado centralismo absolutista. La expulsión de los Jesuitas y la implantación del Régimen de Intendencias sacudieron los propios fundamentos del Imperio Español preparando su desmembramiento. Se desmantelaría así un gran conjunto de países hispanos y católicos en beneficio del proceso de destrucción de la Cristiandad. Es clara la acción autodemoledora del Iluminismo, cuyas bases hemos descripto en entregas anteriores.


La otra cara de la demolición: el absolutismo monárquico exacerbadoHaciendo “pendant” con la difusión de las ideas enciclopedistas en nuestro medio, actuaba el centralismo monárquico exacerbado, cuya política se conoce como despotismo ilustrado.Si los enciclopedistas intentaban cavar una fosa entre América y España por la guerra de ideas, el absolutismo, especialmente durante el reinado de Carlos III, le proporcionaba una ayuda preciosa. Era el zonda que secaba el monte, mientras el jacobinismo le prendía fuego en todo lugar donde podía.
Dos medidas que tomó fueron particularmente funestas:
· La expulsión de los Jesuitas, que tuvo como antecedente el despojo a la Compañía y a los vasallos guaraníes (hecho inédito) de 7 pueblos jesuíticos entregados a Portugal en ocasión del Tratado de Permuta (1750);
· La Real Ordenanza de Intendentes (1782; 1785).

Expulsión de la Compañía de JesúsLa Compañía de Jesús había desplegado una señalada acción misionera y educadora. Fundó pueblos y reducciones que prosperaron espiritual y materialmente. Formó intelectuales y doctores en su universidad e introdujo la imprenta. Trajo sabios de Alemania, Flandes, Italia y España, capaces de forjar industrias y de montar otra imprenta empleando maderas locales.
Logró resultados admirables cultivando las almas de aquellos pueblos salvajes, como lo ilustra el coro formado por el Pe. Paucke con jóvenes indios del Chaco que encantó a los ambientes cultos bonaerenses. Fue una muestra de las alturas a que se podría haber llegado si no se hubiese cortado el impulso ascensional.
Siguiendo el ejemplo de aquel felino del iluminismo que era el ministro portugués Pombal, un terrible decreto de Carlos III dispone su expulsión y la confiscación de sus bienes en 1767. Se ejecuta del día a la noche, “a punta de pistola”, brutalidad innecesaria reveladora del odio ideológico que crepitaba bajo las apariencias civilizadas del Antiguo Régimen.
No se les permite ni siquiera despedirse de aquellos a quienes consagraban su vida por amor a Dios, pudiendo llevar poco más que lo puesto.
De sus universidades, colegios, estancias, reducciones y pueblos no le quedará nada: fue uno de los mayores despojos de nuestra historia. Cayó como un rayo sobre la provincia jesuítica del Paraguay, cuyo centro se encontraba en Córdoba, que contaba con 300 sacerdotes, 100 coadjutores, 11 colegios, 2 residencias y la Universidad. En la región bajo jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas, se encontraban 18 colegios, 50 estancias y 45 pueblos de indios.
Si bien hay señales de que algunos sectores jesuitas se habían abierto un tanto al enciclopedismo, en conjunto representaban un formidable escollo a la descristianización, con su ensamble de instituciones y personas de mentalidad tradicional, que incluía los ejércitos de guaraníes que tantos servicios prestaron al Reino.
Esa muralla debía ser derribada para el avance del iluminismo absolutista dieciochesco, antecesor del super-estado moderno, frente al cual las instituciones y personas son insignificantes.
“El brazo implacable del absolutismo borbónico condenaba al destierro a los más firmes impulsores del desarrollo cultural de sus posesiones americanas, a las que causaba un irreparable perjuicio, resintiendo cada vez más sus ya débiles lazos afectivos con ellas”, dice Prudencio Bustos Argañaraz. La monarquía absolutista timoneada por las Fuerzas Secretas tomaba el rumbo de su auto-demolición.
Así lo confirman otros testimonios históricos:
“Ningún hecho más atroz, más salvaje, registra tal vez la historia de Córdoba, excepción hecha del asesinato político de Liniers y sus compañeros, que la expulsión de los jesuitas de todos los dominios españoles” (Dr. Pablo J. Rodríguez, 1883, ap. Bustos Argañaraz).
“...produjo en numerosas familias criollas un horror a España, que al cabo de siete generaciones no se ha desvanecido todavía” (Ramiro de Maeztu, ibid.).
Agrega el brillante historiador cordobés que en el Río de la Plata significó el abandono progresivo de las misiones, a pesar de los esfuerzos en contrario, pues los naturales no confiaban en otros que en los jesuitas. Muchos retornaron a la vida salvaje y se pusieron en contra de los blancos. “España perdió con ellas un formidable escudo contra el avance lusitano” (ibid.).
“...el peso de la tradición –dice Antonio Tovar- siguió siendo fuerte, y tocar los aspectos religiosos, sociales y económicos de la vida hispánica en América era conmover sus bases mismas y poner en peligro la gigantesca construcción” (in “Lo medieval en la Conquista y otros ensayos americanos”, p. 15).

(De: SIGLOS DE FE EN ARGENTINA Y AMÉRICA PREANUNCIAN UN FUTURO GLORIOSO –
La formación de la civilización cristiana y mariana en nuestro suelo y su resistencia a la Revolución igualitaria (ca. 1530-1830) -
III Período: El resquebrajamiento provocado del Imperio Español (ca. 1750-1810) - 24ª nota).